Que la tierra sea leve a Michel Legrand
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El cine musical, básicamente, es un género estadounidense. Ello no fue óbice para que el francés Jacques Demy, guiado por su afición a él, pusiera en marcha Los paraguas de Cherburgo (1964), una de las producciones más singulares de la Nouvelle Vague. Distinguida con el Gran Premio del Festival de Cannes, entre otros prestigiosos galardones, su singularidad consistió en ser la primera película cantada de principio a fin de toda la historia del cine. De más está apuntar la importancia de la música, original de Michel Legrand. A partir de entonces, este compositor -fallecido en París el pasado viernes- se convirtió en uno de los más solicitados por la pantalla de los años sesenta y setenta. El evocador tema principal de Los paraguas de Cherburgo no tardó en pasar a formar parte de la música ambiental de la época, que hoy llamaríamos lounge y entonces era una especie de honor último para una banda sonora.
Ya escuchábamos Los paraguas de Cherburgo en el hilo musical de hoteles y cafeterías cuando Legrand y Demy volvieron a colaborar en Las señoritas de Rochefort (1967), también cantada de principio a fin. A raíz del éxito cosechado en la anterior, en esta nueva entrega, Demy contó con el apoyo de Gene Kelly, quien aquí incorporaba a un músico: Andy Miller. Convertido el propio Legrand en el músico romántico por excelencia de la gran pantalla de los sesenta y setenta -seguido muy de cerca por otro compatriota también fallecido recientemente, Francis Lai-, fueron obra suya los scores de El caso de Thomas Crown (Norman Jewison, 1968) y El verano del 42 (Robert Mulligan, 1971). Antes del salto a Hollywood, cuando aún trabajaba para la Nouvelle Vague, su primera colaboración con Demy fue la partitura de Lola (1961). Con Godard se estrenó ese mismo año en Una mujer es una mujer y volvería a hacerlo en Vivir su vida (1962). Meses después escribió para Agnès Varda la música de Cleo de 5 a 7 (1962)...
Pero la sensibilidad actual, al parecer sólo atenta a las fanfarrias de John Williams, ha hecho que la escasez de noticias sobre el fallecimiento de Legrand no guarde correspondencia con la magnitud de su obra: doscientas seis composiciones para el cine. Muchas de ellas llegaron a ser tan populares en los años 60 -sin ir más lejos el tema principal de Los paraguas de Cherburgo- que yo las tarareaba antes de haber visto la película. Diré más, fueron el primer reclamó para que me acercase a esas cintas, antes que todas las páginas que leí sobre ellas.
Y ha sido ahora, en épocas más recientes, cuando he descubierto la faceta jazzística de Legrand. El jazz fue su primera vocación y fue uno de los grandes del jazz francés. Lo que es mucho decir si se considera que fue en Francia donde se dio al jazz esa carta de identidad cultural que se le negaba en Estados Unidos por sus orígenes afroamericanos. Sí señor, Legrand como el belga Django Reinhart, Stéphane Grappelli o Sacha Distel fue uno de los grandes del jazz francés. Grabó junto a Miles Davis, John Coltrane, Ben Webster y algunos otros de los mejores un álbum legendario: Legrand Jazz (1958). Aunque como Sacha Distel -quien fue guitarrista ocasional de Dizzy Gillespie y Tony Bennett- acabó por rendirse a la evidencia de que la música romántica era más comercial que el jazz.
Sirvan estas líneas como despedida a un músico que me descubrió al gran Jacques Demy y me procuró idéntico placer con sus composiciones para el cine que con su jazz.
Publicado el 27 de enero de 2019 a las 19:15.