Reivindicación de Eloy de la Iglesia
Archivado en: Inéditos cine, sobre Eloy de la Iglesia
La figura del realizador donostiarra Eloy de la Iglesia ha quedado desdibujada en la historia del cine español. Niño prodigio de la realización cinematográfica y televisiva, sólo contaba 25 años cuando llamó la atención por primera vez con Algo amargo en la boca (1969), un drama en la estela de Teorema (1968) de Pier Paolo Pasolini. El italiano fue uno de sus primeros maestros, pero de la Iglesia no tardó en dejar constancia de la fuerza de su propia mirada en algunos de los mejores relatos criminales del cine de comienzos de los años 70: El techo de cristal (1970), La semana del asesino (1972) y Nadie oyó gritar (1973). Estas cintas, además de ser una de las cumbres del giallo español, dieron un nuevo brío a las carreras de algunos grandes interpretes de décadas anteriores, quienes reclamaron al donostiarra para el relanzamiento de sus filmografías. Esos fueron los casos de Carmen Sevilla y Vicente Parra.
A finales de esa misma década y comienzos de los 80, Eloy de la Iglesia fue, junto con José Antonio de la Loma, el máximo representante del cine quinqui. Llegaron entonces títulos como Navajeros (1980), Colegas (1982) o las dos entregas de El pico (1982 y 1983). Puesto a dar cuenta de las miserias de esa nueva delincuencia juvenil, que tuvo en la droga su principal azote, el mismo Eloy de la Iglesia -que buscaba a sus actores para aquellos filmes entre jóvenes de experiencias muy parecidas a las de los personajes que interpretaban en la pantalla- cayó en la toxicomanía. El deterioro de su vida a partir de entonces acabó afectando a su obra. Tras una adaptación de La estanquera de Vallecas estrenada en 1986, se mantuvo retirado hasta que en 2003 presentó Los novios búlgaros. Murió prematuramente tres años después, cuando el recuerdo de su último derrotero pesaba más sobre él que la innegable calidad de sus relatos criminales.
A poner las cosas en su sitio viene ahora la muestra Eloy de la Iglesia, oscuro objeto de deseo. Recién inaugurada en la sala Kutxa Kultur Artegunea de San Sebastián, está comisariada por Pedro Usabiaga -uno de los más prestigiosos fotógrafos de actores del cine español- y permanecerá abierta hasta el próximo cuatro de noviembre. En base a 130 fotografías se traza un recorrido cronológico por toda la filmografía del cineasta, así como por su experiencia televisiva y teatral. La reivindicación se antoja especialmente oportuna en estos tiempos en que nadie pone en duda la libertad sexual. De la Iglesia, que nunca ocultó su homosexualidad, fue uno de los primeros cineastas españoles que aludieron a ella abiertamente en sus películas. Esa fue la causa de que una de ellas, La semana del asesino, sea una de las cintas que más cortes sufrió por la censura franquista en toda su historia. Tanto es así que en las copias españolas -que no en las que conocieron distribución internacional- no se hace referencia alguna a la relación homosexual que mantiene su protagonista, un empleado en una industria cárnica, con un joven burgués.
Al igual que su admiración por Stanley Kubrick, que puso de manifiesto en Una gota de sangre para morir amando (1973), uno de sus filmes más singulares, otra de las cosas que de la Iglesia nunca ocultó fue su militancia comunista. Sobre esa concepción marxista de que los pobres no pueden elegir otro destino que el que les ha tocado en suerte, pivotó todo su cine quinqui. Puesto a buscar intérpretes para aquellos dramas, recorrió los barrios marginales de Madrid -igual que Pasolini hiciera años atrás en los de Roma- en busca de jóvenes lumpen que supieran por su propia experiencia de las miserias de la toxicomanía. Fue tanta su entrega que no dudó, llegado el momento, puesto a meter a delincuentes juveniles en su propia casa. Cuando la policía iba a detenerlos, salía a relucir el nombre del cineasta. Los productores, que otrora no escatimaron medios a Eloy de la Iglesia -su cine, incluido el primer quinqui les dio mucho dinero- dejaron de confiar en él.
Pedro Usabiaba tampoco duda en señalar lo destructiva que fue la relación del cineasta con José Luis Manzano, un joven de la UVA de Vallecas, uno de los barrios madrileños más castigados por el paro juvenil a finales de los años 70, que de la Iglesia convirtió en su quinqui por excelencia.
"Eloy de la Iglesia fue un personaje muy molesto para todo el mundo, para todos los partidos políticos y en todos los momentos", recuerda Usabiaga. "Fue molesto para el franquismo, fue molesto durante la transición porque El diputado (1978) era una película en la que José Sacristán recreaba a un político de izquierdas y homosexual que tenía un amante jovencito. Cuando se metió en la droga, presentó al hijo de un guardia civil junto al de un abertzale en El pico".
De hecho, han sido los cinéfilos, que no el cine oficial, quienes han comenzado a reivindicarle con ahínco dentro del paquete de esa revisión fascinada de la que es objeto el cine quinqui por parte de los aficionados más jóvenes. Ellos son los que han empezado a aplaudir cintas como Una gota de sangre para morir amando. Ambientada en una Madrid futurista, sus secuencias nos presentan a una pandilla de delincuentes juveniles y a una enfermera, encarnada por "Sue Lyon, la Lolita de Kubrick, que lee la Lolita de Nabokov en un bar de homosexuales. ¡Maravilloso!", concluye Usabiaga.
Publicado el 3 de agosto de 2018 a las 08:15.