Una nueva muestra de Brassaï
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Hampones de la banda del gran Alberto (Brassaï)
Coinciden por estas fechas en Madrid las muestras de dos clásicos de la fotografía del siglo XX: Brassaï y Cecil Beaton, quienes también son dos de los fotógrafos que más admiro. La de Beaton es la primera retrospectiva que se inaugura en nuestro país. Apenas la visite en las próximas semanas, daré aquí oportuna cuenta de ello.
Brassaï, que ocupa hasta el próximo 2 de septiembre la sala de la Fundación MAPFRE en el número 23 del Paseo de Recoletos, ya ha protagonizado algunas exposiciones españolas. Si no retrospectivas propiamente dichas, sí han sido lo suficientemente exhaustivas como para ofrecernos una idea del conjunto de su obra. Recuerdo sin ir más lejos la celebrada en el verano de 1995 en el Reina Sofía. Fue entonces cuando, al ver por primera vez copias positivas del maestro -hasta entonces sólo me habían sido dadas las reproducciones de sus obras que ilustraban las noticias que hablaban de él- descubrí la estética de la sordidez. La "rosa de lo sórdido" -entendiendo por "rosa" la belleza- fui a llamarla entonces en una clara alusión a Las flores del mal (1857), esa cumbre de la poesía maldita debida a Charles Baudelaire.
A comienzos de los años 80, cuando empecé a interesarme por la fotografía de autor, de Brassaï -como de Weegee- me atrajo la fijación de su mirada con el drama de las criaturas de la noche. Veintidós años después, los retratos de Brassaï de los miembros de la banda del gran Alberto -también presentes en esta nueva exposición madrileña- me siguen pareciendo una de las mejores estampas de los hampones que haya podido captar un objetivo fotográfico. Pero he celebrado más otras sugerencias de la muestra. Verbigracia, las concomitancias que registra con las películas de Jean Vigo, el Jean Renoir de los años 30, el Marcel Carné primero... Es decir, mi queridísimo realismo poético.
Lo primero que se apunta en las noticias del gran Brassaï es la fascinación que ejerció sobre él el París nocturno y patibulario anterior a la guerra. Las instantáneas que tomó allí, en les bas-fonds que dirían los parisinos, ya en los años 70, cuando los difuminados del bueno de David Hamilton se tenían por el no va más en fotografía artística, procuraron a Brassaï la gloria en el Olimpo fotográfico. Contenidas todas ellas en el libro Paris de Nuit (1933), puede decirse que el resto de su obra es accesorio, encargos que le hicieron en base a la grandeza de su trabajo en el París de los 30.
Como también puede decirse que nada más lógico que las analogías que guardan esas instantáneas que integran Paris de Nuit con el realismo poético francés. Los personajes que interpreta Jean Gabin en aquellas películas, bien podían haber contado entre los malotes de la banda del gran Alberto. Hay en todas ellas ese tono documental de la fotografía alzada en busca de su propio lenguaje, frente a los que desde siempre han querido aproximarla al de la pintura con artificios como los difuminados y otros supuestos esteticismos. Aborrezco la fotografía contaminada por la pintura tanto como el cine contaminado por el teatro.
Vista esta nueva muestra madrileña de Brassaï, el París de los años 30, en su conjunto, se me antoja como un capítulo fundamental en el imago mundi del amado siglo XX. Ya entonces, el París de entreguerras magnetizó poderosamente a los artistas y literatos del planeta entero. El mismo Brassaï contó entre ellos y abandonó su Transilvania natal para instalarse en Montparnasse. Entre las amistades que cultivo entonces, destacaron la de Henry Miller y Picasso. El fotógrafo, que también fue un escritor brillante, autor de una bibliografía que ronda los treinta títulos, al norteamericano le dedicó una notable biografía de sus años parisinos; al malagueño un libro de entrevistas que también consta en los anales. Turner, sus últimos editores españoles, tuvieron la gentileza de obsequiarme ambos textos en 2002.
De todos los retratos de los notables de aquel París, con el que acabó inmisericorde la guerra, el que más me ha llamado la atención ha sido el de Kiki de Montparnasse. Después de haber sabido de la historia de esta musa de aquella bohemia, en la novela gráfica que le dedicaron Catel y Jose-Louis Boquet en 2007, me he congratulado de descubrirla foto que Brassaï la dedica.
Sin embargo, ha sido entre la documentación de esta muestra, en esas mil palabras en torno a sus imágenes, en la que me he cerciorado de cierta bonhomía de Picasso. Parece ser que, en los difíciles años de la ocupación, le confió a Brassaï la fotografía en exclusiva de algunas de sus obras para que pudiera ganar con ellas algún dinero y así poder sobrevivir. Eso le honra tanto como ese gesto, que el malagueño tuvo con André Breton, al obsequiarle una de sus pinturas para que el surrealista pudiera comer en aquellos mismos años.
Sí señor, ese París de los años 30, al que nos devuelven las imágenes del gran Brassaï, con sus artistas y sus retratos de prostitutas y hampones, es un mito en el imago mundi del amadísimo siglo XX. Brassaï fue uno de los protagonistas de aquella ciudad mítica, uno de sus más lúcidos testigos.
Publicado el 13 de junio de 2018 a las 08:45.