Recordando a Karin Dor
Archivado en: Inéditos cine, Que la tierra le sea leve, Karin Dor
He acusado el reciente óbito de Karin Dor como algo muy íntimo y lejano. Íntimo porque fue la primera chica Bond que me encendió, en la medida que puede encenderse un niño de ocho o nueve años, la edad que yo tenía cuando la admiré en su creación de Helga Brandt de Sólo se vive dos veces (Lewis Gilbert, 1967); lejano porque, sobre esa primera imagen que apuntaba a una incipiente lubricidad, quizás prevalezca la de la chica de tantos eurowesterns de Harald Reinl, su marido en aquellos años (1954-1968). Más candoroso e igualmente emotivo que el de Helga Brandt, es el recuerdo de Ribanna, la chica apache de Winnetou (Pierre Brice) en La carabina de plata (1964), la Cora Munroe de El último Mohicano (1966) o la Mabel Kingley de El valle de los héroes (1968), todas ellas dirigidas por Reinl. La serie de adaptaciones de Edgar Wallace, también realizadas por Reinl y a menudo protagonizadas por su mujer, se me escapa. Empero sé que son dignas del mayor encomio y que contribuyeron a elevar a Karin al parnaso del programa doble en sesión continua, ese altar de mi mitología personal, en el que guardo su doble recuerdo.
Nacida en Wiesbadenen 1938, siendo aún una colegiala comenzó a estudiar ballet e interpretación. Debutó en la pantalla como extra y con su verdadero nombre: Kätherose Derr. Sólo contaba dieciséis años. Su edad no fue óbice para que Reine -treinta años mayor que ella- se quedase prendado de la joven actriz cuando la tuvo por primera vez delante de su cámara. Fue durante el rodaje de Rosen-Resli, un drama protagonizado por Christine Kaufman, otra interprete exquisita muerta la primavera pasada sin que se la recordarse como su estrella y su belleza merecían. Pero, si hay algo más fugaz que una y otra, eso es la gloria que estos dones procuran.
Dicen que fue la melena pelirroja de Karin Dor lo que magnetizó a su primer marido. Fuera como fuese, de aquel impulso nació una de las intérpretes más populares del cine alemán de los años venideros, que el cineasta forjó en sus thrillers siniestros -Terror en la noche (1962), Las garras invisibles del doctor Mabuse (1962), La araña blanca (1963)-. Cumple igualmente recordarla en títulos tan simpáticos como El regreso del doctor Fu-Manchú (Don Sharp, 1965) o Carnaval de asesinos (VV AA, 1966). Maravillas, todas ellas de aquel cine de los sábados en sesión continua, debió de ser en estas producciones -tan próximas a las cintas de agentes secretos- donde repararon en Karin los responsables de la quinta entrega del primer Bond.
Llegó así la secuencia que a mí me encendió. O me hizo atisbar lo que es ese fulgor, para hablar con propiedad. No es otra que aquella en que Helga, al servicio de SPECTRA, se dispone a hacer sentir a Bond el filo de su bisturí. El agente, haciendo gala de sus fabulosas dotes para la seducción, acaba utilizando el escalpelo para cortar el tirante del vestido de Helga. Fue entonces, cuando esa visión fugar de la espalda de Karin Dor, siendo aún un niño, me hizo entrever que con las chicas debía de haber algo más que la mera admiración de su belleza. Como tantas cosas entonces, eso también estaba reservado para cuando fuera mayor.
No sé si ya era mayor. Pero desde luego sí que era consciente de que ese placer, que me hizo adivinar la visión fugaz de la espalda de Karin Dor, si te lo da la mujer deseada, por más breve que sea, es lo mejor del mundo, cuando tuve oportunidad de asistir a la gran secuencia de la filmografía de esta actriz. Contratada por Hitchcock para interpretar a la Juanita de Córdoba de Topaz (1969), habida cuenta de lo peliagudo que se antoja el significado del color del pelo de sus actrices, cabría preguntarse por qué siendo Karin pelirroja el Mago del suspense fue a teñirla de morena. Sin embargo, a tenor de aquella pulsión que la actriz despertó en mí por primera vez, siempre me ha llamado mucho más la atención su muerte, a manos de su amante, el revolucionario Rico Parra (John Vernon). Retratados por el tomavistas del maestro cenitalmente, el asesino y su víctima están entrelazados en un último beso cuando suena un disparo en off. Al punto, Juanita cae al suelo ya cadáver. Al hacerlo, su vestido violeta se abre como una flor. Ya supondrá el lector toda la simbología que dicho plano tiene para mí siendo Karin la primera actriz que me inspiró la más dulce pulsión.
Lástima que tras Topaz, la filmografía de esta morena de Hitchcock entrase en franca decadencia. Ya en la cuesta abajo, rodó en España Los monstruos del terror (Tulio Demicheli, 1970). Parece ser que, tras su separación de Reinl, padeció un cáncer que superó. Pero su carrera no volvió a remontar. Hizo algo de televisión en EE UU y en Alemania. Mas su tiempo, los años 60, había quedado definitivamente atrás. Sus películas se fueron distanciando entre sí, hasta que fue recuperada por Margarethe von Trotta en Soy la otra (2006) y El mundo abandonado (2015). Que la tierra sea leve a Karin Dor, que su última suerte no sea tan cruel como la de Helga Brandt, que acababa siendo pasto de las pirañas en Sólo se vive dos veces por haberse entregado a Bond.
Publicado el 20 de noviembre de 2017 a las 23:00.