La calle de King Crimson
Archivado en: Miscelánea, Rock, King Crimson
Esta vez sí. Al cabo, hace un par de semanas, en mi última visita a Formentera, di con la calle que Els Pujols dedica a King Crimson, la banda del gran Robert Fripp. No es otra que el pasaje de la farmacia que va desde el restaurante S' avadarero, en la avenida Miramar, hasta la cafetería Espardell. Una pequeña vía que me era conocida desde mis primeras vacaciones en la isla. Pero que ahora, con el nuevo nombre -en realidad data de 2009- ha cobrado una nueva dimensión.
Como vengo a dejar constancia en la imagen que ilustra estas líneas, apenas volví a ella, me faltó tiempo para rendir el tributo correspondiente a la formación que elevó la isla a los altares de mi mitología personal. Supe por primera vez de Formentera en aquellos recitados de las regiones españolas en el colegio, cuando las Islas Baleares eran Mallorca, Menorca, Ibiza, Formentera y Cabrera. Mas la pitiusa menor empezó a contar para mí en el primer corte del Islands (1971), cuarto álbum del Rey Carmesí, vieja denominación de Belcebú con la que fue a llamar a su banda el infatigable Fripp. Formentera Lady, era el inequívoco título de aquella canción. Su letra hablaba de extrañas hierbas, acantilados, atardeceres y una payesa que bailaba para el intérprete del tema.
Marta Vázquez, corresponsal de El Mundo en la isla a finales de la pasada década -ahora otra de esas ausencias que acuso al regresar-, señaló en su crónica del acontecimiento que algunos de los vecinos estimaron que la carrer de King Crimson hubiera estado mejor en La Mola o San Ferran, enclaves por antonomasia de la Formentera de los años 70.
Totalmente de acuerdo. Nada más alejado de la isla de King Crimson que el espíritu de Els Pujols, donde la explotación turística de Formentera ha alcanzado el paroxismo. Pero no seré yo quien se una a esa desatinada tendencia de denostar -cuando no arremeter- contra el turismo.
Por otro lado, sobre mi nostalgia de la vieja Formentera me he explayado hasta el punto de hacer de ella un tema recurrente en mi obra que no interesaba a nadie tanto como a mí. Tanto es así que, en mi visita de 2015 empecé a considerarla perniciosa. Ya no añoro la vieja Formentera. Esta vez vengo a insistir sobre mi nostalgia del rock.
Vicent Ferrer, uno de los responsables del nuevo nombre del viejo pasaje, comentó en su momento que la iniciativa obedeció a "un reconocimiento al grupo que ubicó el nombre de Formentera en el mapa de un importante movimiento contracultural generado a finales de los años sesenta, y que continúa siendo un referente en el acervo musical universal".
Según reconocieron en su momento, la mayoría de los vecinos de Els Pujols ignoraba por completo qué era eso de King Crimson. Es más, juraría que, cuando me hice la debida foto, ninguno de los jóvenes que bebían en los bares de alrededor tenía ni la más remota idea del Rey Carmesí, heraldo del rock sinfónico de mi adolescencia, anterior a la catarsis punk. Ahí es a donde voy.
Ignorar la historia del rock es ignorar uno de los capítulos más importantes de la historia del siglo XX. Al hacerlo, además, se le sustrae de su carácter revolucionario, sin paragón con ninguna otra música en toda la historia de la humanidad. Banda sonora de la sedición juvenil que cambió el occidente cristiano en la centuria pasada, el rock hizo mucho más por frenar la guerra de Vietnam que toda la izquierda universal -que lo perseguía por sus orígenes estadounidenses- en su conjunto. La revolución sexual, la ecología, la tolerancia en su más amplia acepción... En fin, tantos dogmas de fe de nuestros días, que serían inconcebibles sin los hippies. Esos hijos del rock, a los que King Crimson llevó a Formentera con una música tan seductora como la melodía con la que el flautista se llevó a la cueva a los niños de Hamelín.
Contaba la compañera Marta que hubo quien quiso quitarle la calle a King Crimson para dársela a David Bisbal. Saque el lector su propia conclusión.
Publicado el 22 de agosto de 2017 a las 21:30.