Otra nueva lectura de Balzac
Si no fuera porque la Eugenia Grandet de la novela homónima y las enamoradas de Lucien en las dos obras que el poeta protagoniza -la Coralie de Las ilusiones perdidas (1843) y la Ester de Esplendores y miserias de las cortesanas (1847)- son mujeres tan buenas como suelen serlo las enamoradas con el destinatario de su cariño, tras la lectura de El contrato de matrimonio (1835), habida cuenta de los manejos de la viuda Evangelista y su hija, podría afirmarse que Balzac fue un misógino redomado. Ahora bien, me atreveré a escribir con total seguridad que, entre los personajes femeninos de La comedia humana que aún no he tenido oportunidad de descubrir, no faltarán otras herederas tan buenas como Eugenia o viudas tan admirables como la de Jeanrenaud de La interdicción (1836). Pero por el momento no he tenido oportunidad de leer las obras donde se narran sus peripecias.
Me quedo por ahora con la mezquindad de señora Evangelista y su hija Natalia, las protagonistas de El contrato de matrimonio, mi última lectura del maestro. La madre es una criolla, grande de España y viuda de un español inmensamente rico cuyos negocios le obligaron a instalarse en el Burdeos de principios del siglo XIX. La narración arranca en 1813, cuando dicha fortuna, hace de la bella Natalia el mejor partido del Burdeos de su tiempo. Mas, conscientes del dinero que requiere su tren de vida, nadie se atreve a cortejarla.
Apenas tiene noticia de la llegada a la ciudad de Pablo de Manierville, un aristócrata con recursos suficientes como para pretender a su Natalia, la viuda Evagenlista decide que el joven será su yerno. No le cuesta mucho trabajo hacer que la pareja anuncie su compromiso. Hasta ahí, esta antepenúltima entrega de la Escenas de la vida privada -lugar exacto que ocupa el texto en la clasificación y distribución del conjunto de La comedia humana- se ha desarrollado como una novela más del ciclo. De hecho, las celebraciones con las que se anuncia el compromiso de los jóvenes me han recordado la fastuosa recepción de madame de Beauséant en El tío Goriot (1835), otra escena de la Vida Privada, que antecede en cuatro títulos en el orden final de todo el ciclo a esta que nos ocupa, aunque las dos estén escritas el mismo año. No cabe duda de que el original es el fragmento de El tío Goriot. Por lo demás, la simpatía que Balzac sentía por España y las españolas -empero lo taimadas que son las Evangelista- también se hace notar. Tan inequívoca como la aversión que le inspiraba Inglaterra y en menor medida Alemania, ya me era conocida desde mis primeras lecturas del maestro.
La singularidad de El contrato de matrimonio consiste en que sean los acuerdos previos a dicho documento, entre los respectivos notarios de los contrayentes, lo que constituye el núcleo de la narración. Balzac supo hacer materia literaria de algo tan prosaico como el dinero. Esta narración es una prueba irrefutable de ese don. El señor Matías, el notario de Pablo de Manierville, es un hombre ya viejo y avezado en estos menesteres conyugales que nada tienen que ver con el amor. Antes, al contrario: aquí el matrimonio es un negocio. Aunque habría de casarse sólo cinco meses antes de morir con la baronesa Ewelina Hańska, con cuya fortuna intentó en vano pagar esas deudas que se remontaban a los negocios ruinosos que emprendió en su juventud, el mismo Balzac siempre buscó en la boda los beneficios económicos antes que cualquier otra cuestión.
Por su parte, el señor Solonet, notario de la señora Evangelista es un joven cuyo afán de medro le convierte en el instrumento ideal para su clienta. Naturalmente, Matías le ve venir desde que cambian las primeras impresiones y dispone un mayorazgo para preservar la fortuna de Manierville. Cuando la señora Evangelista se da cuenta de la maniobra, se hace la víctima ante su futuro yerno. Éste, sinceramente enamorado de Natalia, en un alarde generosidad lo dispone todo para que la fortuna de las Evangelista no se vea mermada con la boda en caso de que no tengan herederos.
En cuanto a Natalia, su madre la alecciona debidamente en contra de su marido. Lo primero que le aconseja es que no tenga hijos para que no pierda la línea y pueda seguir siendo una mujer de moda en el París en el que se disponen a residir.
Cinco años después -ya en el capítulo titulado Conclusión- cuando Pablo de Manierville regresa a Burdeos, es un hombre arruinado por mantener el tren de vida de su mujer en la capital. Antes de embarcarse con rumbo a Calcuta, donde espera a hacer una nueva fortuna, se hospeda en casa de su antiguo notario, quien acude a despedirle al puerto. Cuando el barco que ha de llevarle a la India se aleja, llegan unas cartas que podrían ayudarle a salvar la situación. Pero el marinero, a quien el notario encomienda que las acerqué en una barca al barco, no atiende a la urgencia del asunto y no se las da a Manierville hasta que el barco ya se encuentra en alta mar. Por si fuera poco, nuestro protagonista, un auténtico tontorrón, sufre de terribles mareos y no lee las cartas hasta pasados unos días, cuando no tiene nada mejor que hacer. Dichas misivas, unidas a la de despedida que el viajero dejó a su mujer y una segunda destinada a su amigo el marqués Enrique de Marsay, constituyen respectivamente los cuatro últimos capítulos de la narración.
La primera de ellas es la carta de Pablo de Manierville a su mujer. En sus líneas le anuncia su viaje, ya que no se ha atrevido a despertarla para hacerlo. Su sentimiento es exaltado pero dado lo que él mismo nos ha contado puesto a referirle su situación al notario, resulta ridículo tanto amor ante una pécora de la talla de su Natalia. La segunda de las epístolas es la respuesta de su mujer, en ella le dice que no tenía por qué haberse ido y le anuncia que va a tener un hijo. La tercera es la carta en la que Manierville envió a de Marsay en la que le anunciaba que lo había dispuesto todo legalmente para que Matilde no pudiera ser desalojada de su residencia parisina con él mismo, de Marsay, como aval.
La última de las misivas es la respuesta de Marsay a Manierville. En ella le anuncia que ya es tarde para sus planes. Las Evangelista con sus argucias se le han vuelto a adelantar y le han dejado en la calle. Además, el gran París, con Rastignac -el viejo conocido de los lectores de La comedia humana a la cabeza- cree que ellas han pagado sus deudas en varias ocasiones. De igual manera que todo el mundo sabe que Natalia es la amante de Félix de Vandenesse, aquel de quien Pablo llegó a sospechar. Aunque de Marsay es un cínico a carta cabal, también es un buen amigo de Manierville, uno de esos buenos camaradas que sólo se hacen en las correrías de la juventud. De modo que aconseja al infeliz de nuestro protagonista que rete y mate en un duelo al amante de su mujer y realice cierta maniobra que le permitirá recuperar legalmente una buena parte de su fortuna. Pero Pablo ya no puede regresar.
Cabe por último un apunte respecto a mi edición. Habida cuenta de que reproduce las mismas obras y en el mismo orden -El coronel Chabert, La misa del ateo, La interdicción y El contrato de matrimonio-, a fe mía que ha de tratarse de una impresión pirata de cierta edición de Selecciones Editoriales fechada en 1969.
Publicado el 19 de junio de 2017 a las 23:30.