Sven Hassel inspira un cómic
Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre Los panzer de la muerte
(Publicado originalmente en La linterna mágica, mi blog de Descubrir el arte)
El de "novela gráfica" es un término controvertido. Supongo que en gran medida obedeciendo al eterno afán de la historieta de ser considera exactamente igual que el resto de las bellas artes, la denominación se estima más elevada que la de "cómic".
Aunque tampoco es ajeno a la controversia el interés del medio en reivindicar su madurez frente a las revistas infantiles que le dieron la gloria mediado el siglo XX. Porque, si hay algo que ha quedado definitivamente atrás de forma incontestable, esos son los tebeos para niños. A los pequeños de hoy día les gusta el manga o los superhéroes, dos asuntos diferentes a la historieta europea a la que me refiero.
Ahora bien, la afición al cómic de muchos de los lectores de tebeos a la usanza del Viejo Continente, de hace ahora cincuenta años, ha permanecido incólume. El Noveno Arte, que ha seguido adelante durante todo este tiempo tan digno como el que más de los otros ocho, ha crecido con ellos dando lugar al "cómic adulto". En este último hay que encuadrar novelas gráficas de la enjundia de Poema en viñetas (1969), del escritor y ocasionalmente pintor italiano Dino Buzzati, Maus (1977), una metáfora del holocausto judío de Art Spiegelman o Notas al pie de Gaza (2009), una denuncia del drama palestino de Joe Sacco.
En el bien entendido que hablo de "cómic adulto" no para referirme al pornográfico, sino a ése que ha ido madurando con sus lectores de antaño -en el que, por otro lado, llegado el caso, no falta erotismo-, la novela gráfica también puede situarse en dicho contexto. De ahí que las obras que adapta vayan más allá de los Viajes extraordinarios de Julio Verne, de las que con tanto placer dimos cuenta en la colección Joyas Literarias Juveniles, con sus "350 ilustraciones a todo color", de la queridísima Editorial Bruguera.
Los panzer de la muerte (1958), de Sven Hassel, no contaba entre esas lecturas "constructivas para la juventud", que las llamaban nuestros mayores en los días en que los últimos tebeos para niños daban paso a las primeras novelas para adultos. Era "literatura de evasión", que se decía. Pero escrita con Letras mayúsculas. Al menos, así lo estimaban los millones de lectores que tenía este autor danés, que hizo la guerra en un batallón disciplinario alemán y acabó residiendo en España. La crítica, guiada por los prejuicios del canon marxista imperante -y olvidando que Hassel casi siempre estuvo en batallones de castigo y despreciaba a los nazis-, le ignoraba. Cuando no le acusaba de asuntos tan peregrinos como que era físicamente era imposible que hubiese estado en tantos frentes en tampoco tiempo. Por esa regla de tres también se podría denostar la Utopía (1516) de Tomás Moro por no existir el lugar del que habla. En la ficción no tienen por qué ser ciertas las cosas que se dicen. Son lícitas las mentiras. La misma palabra "ficción", en una de sus primeras acepciones, significa mentira.
En fin, lo que cuenta es que las novelas de Hassel -La legión de los condenados (1963), Batallón de Castigo (1962), Monte Cassino (1963), y un largo etcétera-, que en España leíamos con avidez en la colección Reno de Plaza & Janés, fueron traducidas a 25 idiomas, vendiendo 53 millones de ejemplares.
El ilustrador y fotógrafo barcelonés Jordy Diago ha elegido Los panzers de la muerte, que quizás sea la más representativa de todas ellas, para adaptarla a las viñetas. Su traducción española -aunque Diago es español y Hassel murió en Barcelona en 2012 su primera edición fue inglesa-, vio la luz el pasado otoño con el sello de La Esfera de Los libros. Digna de un encomio sin fisuras ni paliativos -como también lo fue la película que Los panzers... inspiró a Gordon Hessler en 1987-, la historia nos transporta al frente del Este, donde Hassel y sus camaradas del 27º Regimiento de castigo cifran todas sus esperanzas en sobrevivir una semana más en el infierno.
Más que al frente ruso de la Segunda Guerra Mundial, donde se traslada al lector es al Apocalipsis, con sus cuatro jinetes galopando a sus anchas. Como cualquier persona razonable, ni Hassel ni Diago exaltan el ardor guerrero. Simplemente se limitan a retratarlo contra un fondo de carros de combate y paisajes desolados por la destrucción y La Parca. Su perspectiva bien podía ser considerada naturalista. Pródigas en planos cortos, en estas viñetas nunca brilla el Sol, nunca lo hace en el Averno. Pero hay algo que emocionará, a cuantos leyeron a Hassel cuando empezaron a dejar de leer tebeos, en su reencuentro en estas ilustraciones con Porta, Hermanito, El Viejo y el resto de los camaradas del frente.
Publicado el 8 de febrero de 2017 a las 01:45.