La gloria perdida de Dashiell Hammett
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Hammett, de frente, ante el Comité de Actividades Antiamericanas
La percepción de la posteridad es cambiante. Vista desde el presente parece inamovible. Pero al mirar hacia atrás y comprobar cuántas de las dádivas que otorgó antaño acabaron en nada, sus juicios resultan tan fugaces como pasajeras las modas.
De un tiempo a esta parte vengo comprobándolo con la gloria pérdida de Dashiell Hammett. Hace treinta y muchos años, cuando la novela negra aún era un género a reivindicar en propuestas como la queridísima colección Libro Amigo, de la entrañable Editorial Bruguera, y no esa desmedida de nuestros días puesta en marcha por el oportunismo de los editores, había dos autores cardinales en estas ficciones: Raymond Chandler y Dashiell Hammett. La gloria del primero no ha hecho sino aumentar en este tiempo. Jo Nesbø, uno de los más aclamados representantes de la novela negra escandinava -todo un subgénero entre tanta desmesura-, recuerda que leyó antes a los imitadores de Chandler que al propio autor.
Convertido Chandler en deidad y referencia de todo relato criminal -título que Howard Phillips Lovecraft otorgó a Edgar Allan Poe respecto al cuento de miedo-, nadie parece acordarse de Hammett. Hace unas semanas tuve oportunidad de participar en un encuentro con Michael Connelly -otro reconocido admirador de Chandler- en Skype y le pregunté sobre el particular. "No gusta los jóvenes", me respondió. "Aunque también era de mis favoritos hace treinta y tantos años y de vez en cuando sigo volviendo a él, Hammett no tiene ningún interés para los nuevos lectores"
Puede que todo sea debido a que Chandler, con el famoso sarcasmo de su Philipe Marlowe, resulta más fácil de leer. Porque, no nos engañemos, el lector de estas ficciones, lo que busca, básicamente, es evasión. Si después vienen autores como Ian Rankin y le dicen que son moralizantes como las fábulas, pues mejor todavía. Frente a la ironía de Chandler, Hammett, con la gravedad de su Sam Spade, incluso puede llegar a resultar hostil al lector.
Me recuerdo a mí mismo en el año 81, leyendo la revista Gimlet, cuyos primeros números aún atesoro. Aquellos, ya digo, eran los días en que era lícito reivindicar el relato criminal frente al desdén que le dedicaban quienes se creían los salvaguardias de la literatura elevada. Gimlet -impulsada por Manuel Vázquez Montalbán- fue una decidida aportación a dicha empresa cuando ésta aún merecía la pena. En sus páginas supe del estoicismo de Hammett frente al Comité de Actividades Antiamericanas. Prefirió ir a la cárcel antes que colaborar con ellos. Todo un ejemplo de integridad en estos días que el oportunismo de los editores ha convertido a la novela negra en un crisol a través del cual puede estudiarse el Universo entero, la totalidad del Ser.
Publicado el 8 de noviembre de 2016 a las 13:15.