Rock and Roll Circus
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Treinta
Nunca me ha gustado el metal. Dejó de interesarme con el Physical Graffiti (1975) de Led Zeppelin. Lo mío de entonces era Neil Young, el Pink Floyd anterior al Dark Side of the Moon (1973), el rock psicodélico, el progresivo... Cualquier cosa, en fin, que sonase a rock. A excepción del heavy. Aún me emocionó al recordar el doble álbum que sirvió de presentación de la CBS en España: Llena tu cabeza de rock (1970). Para mí, amar al rock como lo amé, era una apuesta por la rebeldía tan grande como pudiera serlo su compromiso con la revolución para esos otros adolescentes de los años 70 que, por esas mismas fechas, militaban en las organizaciones clandestinas. Todo menos el metal.
Sin embargo, es ahora, un siglo después, cuando entiendo perfectamente la indignación de esos heavys que se han negado a asistir al concierto de AC/DC en Sevilla como rechazo a la presentación de la formación con Axl Rose -el vocalista habitual de Guns N' Roses- en sustitución de Brian Johnson, el cantante de la banda australiana. Parece ser que Johnson ha tenido que dejarlo so pena de quedarse sordo de no hacerlo. De lo que no hay duda es de que Rose cantó sentado a consecuencia de una lesión. Tengo el convencimiento que esos seguidores de la banda, que no han querido ir a verlo, han llegado a la misma conclusión que yo: el rock se ha convertido en un circo. Y sus antiguos ídolos han venido a demostrar lo nefasta que es siempre la idolatría convirtiéndose en patéticos mercachifles que pierden el sentido del ridículo con tal de facturar los últimos beneficios. Estos restos del rock a los que asistimos son un espectáculo indigno para quienes hicieron del rock legendario la que -junto al cine- fue la manifestación cultural más importante del amado siglo XX. El principal impulso y la banda sonora de esa sedición juvenil que puso en marcha un nuevo entendimiento en civilización occidental en la segunda mitad de la centuria pasada. Ni más ni menos.
Tanto en aquellos años de Neil Young y el Pink Floyd anterior al The Dark Side of the Moon, como después, cuando tras la catarsis punk del 77 -tan necesaria- busqué la pureza en los orígenes, conociendo -y amando- el rock & roll seminal, el ritmo del Diablo siguió siendo para mí una forma de vida que me unía a los de mi tribu y me separaba de los demás, aquellos para quienes el rock, en el mejor de los casos, sólo era una música que les gustaba. Y ya cuarentón con creces, cuando empecé a escuchar principalmente jazz, el rock seguía teniendo para mí un carácter sentimental del que carecía el resto de la música de mi interés.
Ahora es gratuito seguir llamando a The Rolling Stones sus "satánicas majestades", la rebeldía a la que se aludía al hacerlo -tanto como a su álbum psicodélico del 67- apenas es un recuerdo. Los recibe la reina de Inglaterra, la dictadura cubana y, el día menos pensado, hasta el Papa. De un tiempo a esta parte tengo la sensación de que el rock ha pasado de aquel Rock and Roll Circus, los dos conciertos que el quinteto de Richmond dio en diciembre de 1968, con The Who, Taj Mahal, Marianne Faithfull, Jethro Tull y Dirty Mac -John Lennon, Yoko Ono, Eric Clapton, Mitch Mitchell y Keith Richards- como invitados, al circo del rock que se ha anunciado en el desierto de California para el próximo mes de octubre. Allí, además de los ya cansinos Stones, movidos todos por la vanagloria de los ancianos, se reunirán Bob Dylan, Paul McCartney, Neil Young, Roger Waters y The Who.
Dada esa vanagloria de los ancianos que mueve ahora a los músicos, me resisto a creer que tuvieran razón aquellos para los que el rock sólo era un negocio o un ritmo de moda. Prefiero volver a la pureza de los orígenes y evocar a Gene Vincent, uno de los grandes malditos del rock & roll seminal, y su Be-Bop-A-Lula, de cuyo lanzamiento se cumplen el próximo mes de junio sesenta años.
Publicado el 21 de mayo de 2016 a las 11:30.