"La amante", una "nouvelle" de Jules Renard
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Estas notas tienen dos orígenes. Por un lado, un fichero de mi primer ordenador -uno de aquellos Amstrad de hace treinta años- donde fui a consignar someramente los argumentos de los textos que leía para cuando la memoria empezara a fallarme; por el otro, la perdida del archivo donde apuntaba esos asuntos. Desolado ante el desastre, resolví acometer la empresa de nuevo. Ahora bien, más allá de concisión y la brevedad de las primeras fichas, decidí extenderme en artículos tan completos como los que entonces publicaba con cierta regularidad en algunos suplementos literarios. En consecuencia, aunque su destino era un cuaderno privado mío, empezaron a costarme el mismo trabajo que cualquier otra pieza de las que publico en la prensa impresa para que me salgan esas cuentas que casi nunca me salen.
De modo que durante mucho tiempo tuve la sensación de que mi Cuaderno de lecturas era otro más de mis esfuerzos en vano. Hasta que surgió la oportunidad de poner en marcha El insolidario y se convirtió en uno de los pilares de mi bitácora. Y es ahora, que "como libros leídos han pasado los años" (Jaime Gil de Biedma), cuando, gracias a estos apuntes, guardo una memoria detallada de mis lecturas del último cuarto de siglo. Pese a que olvido lo que iba a hacer cuando ya he empezado a hacerlo.
A la postre, la escritura siempre es un trabajo a lago plazo. Frente a la fugacidad de los artículos impresos -no hace mucho, al día siguiente de su llegada a los quioscos acababan envolviendo el pescado- los digitales pueden permanecer colgados indefinidamente. Los primeros que publiqué por este procedimiento datan del año 2000 y aún pueden consultarse en el mundolibro.es. Tiene además esta prensa digital -que ofrece al lector la posibilidad inmediata de interactuar a favor o en contra de lo leído- un contacto mucho más cercano con el destinatario. No es -o no del todo- ese mensaje que se introduce en una botella y se arroja al mar, como en un principio pensé que era. A veces la opinión del lector, aunque proceda del otro lado del océano, llega a los pocos minutos de la publicación de la pieza.
No hace mucho, en un comentario aparecido en uno de los asientos anteriores, vino a colación el adulterio como género novelístico y me dio que pensar en el tema. Partiendo de la base de que no tengo en la alta estima que tiene el común de los lectores aquellas que están consideradas las tres obras maestras del género -Madame Bovary (Gustave Flaubert, 1856), Ana Karenina (León Tosltói, 1877) y La regenta (Leopoldo Alas Clarín, 1884 1885)- me pregunto si la crítica extranjera también incluirá la experiencia de Ana Ozores y el Magistral de la catedral de Vetusta en esa trilogía ideal. Es curioso cómo el adulterio en el amor cortés, cantado por lo trovadores, se me antoja romántico frente a ese retrato de la mezquindad, que se me antoja subyace en la novela adulterina decimonónica. Y eso que las damas medievales ya padecieron esa insatisfacción, ese bovarismo que ha ido a llamársele, varios siglos antes de Flaubert diese a la estampa Madame Bovary.
En lo que a la novela adulterina decimonónica respecta, yo destacaría La amante. Aparecida ya en las postrimerías de la centuria, en 1896 para ser exactos, se trata de una novela corta -una auténtica nouvelle que las llaman los franceses- en la que su autor, Jules Renard, es capaz de describir el adulterio en cuestión sin un ápice de sentimentalismos. Su estoicismo se asemeja a aquel con el que Buster Keaton encajaba los batacazos. Di cuenta de ella hace ahora justo diecisiete años. Gracias a mi Cuaderno de lecturas, guardo buena memoria de ella.
Aunque la construcción del texto, a base de diálogos, me hizo desconfiar en un primer momento, reconozco que el procedimiento no resta enjundia a la historia y aporta agilidad al lector. En ciertos aspectos, Renard viene a desmitificar el amor, sin duda uno de los grandes mitos no ya de la novela, sino de la cultural universal. Blanche, la amante aludida en el título, es una mujer que acepta ser la querida de Maurice, un hombre más joven que ella, con dos únicas condiciones: que él la ame sosegadamente y que nunca le falte un alojamiento confortable. Aceptadas las dos por parte de Maurice, la pareja se ama por primera vez en su mansarda. Posteriormente, habiéndose enterado él de que ella tiene otro amante, un hombre mayor, le escribe una carta anunciándole la ruptura. Pero no será capaz de entregarle dicha misiva.
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Mi edición (Península, Barcelona, 1999) viene seguida de Cuentos que nos dejan pensativos, una colección de pequeñas estampas costumbristas. La primera de ellas, El invitado Sylla, nos refiere la actitud de una anfitriona ante un visitante que no ha llevado ningún regalo a sus hijas. Su talante para con él cambiará radicalmente después de que llegue una caja de dulces sin tarjeta. La señora agradece a la gentileza de su huésped por más que éste niegue haber hecho el regalo.
Ida y vuelta también nos cuenta las pequeñas miserias de las visitas. En este ocasión se trata de mostrarnos toda la retórica desplegada por una señora de provincias para que un amigo de su hijo, que viene a visitarle desde París, se vuelva a la capital sin tan siquiera haber entrado en la casa.
Primeras amigas nos cuenta las tristes fantasías que un joven fracasado se hace sobre sus vecinas.
La chica es la evocación por parte del narrador de una bofetada que le propinó una muchacha cuando le quemó accidentalmente al ir a darla un cigarrillo.
Por último, Blandine y Pointu, el mejor texto de todo el libro, guarda bastante similitud con Un corazón simple, de Flaubert. Si la criada de aquél no tenía más que a su loro, la que nos presenta Renard, en un preciso y eficaz diálogo con su amo, no tiene más que a Pointu, el perro de la casa en la que sirve. Muerto el animal, Blandine anuncia que se negará a encariñarse con el nuevo perro que su señor va a adquirir.
Ya dejando atrás las notas de marzo del 99 y al hilo de lo escrito anteriormente sobre Clarín, el cariño de Blandine por Pointu me hace volver sobre Adiós Cordera, uno de los relatos más hermosos sobre el amor franciscano a los animales. La mujer que lo protagoniza, al ver partir a su hermano a la guerra, recuerda a Cordera, la vaca con la que los dos jugaban siendo niños, cuando se la llevaron al matadero. Mucho más adecuado para estos días de exaltación animalista que La Regenta, ahora que su bovarismo se ha quedado tan lejano de la mujer de nuestros días como las pedidas de mano de antaño.
Publicado el 7 de marzo de 2016 a las 22:00.