Una celebración del universo de Blake y Mortimer
El inexorable alejamiento de la impronta de Edgar P. Jacobs, por el que derivaron las aventuras de Blake y Mortimer cuando fueron retomadas por otros autores, alcanzó sus cotas más altas en El juramento de los cinco lores (2012), mucho más cerca del universo de T. E. Lawrence que del los héroes de Park Lane. Desde entonces ha habido un intento deliberado por parte de los sucesores del maestro de retomar sus asuntos, que a la postre no son otra cosa que los cánones de la serie. De ahí que La onda Séptimus (2013), la penúltima entrega, sea una vuelta al argumento de La marca amarilla (1956), la obra maestra de Jacobs. Ésa también es la causa de que La vara de Plutarco (2015), este último álbum de la serie que vengo a comentar con el entusiasmo que me ha procurado su lectura, nos lleve a los días anteriores a El secreto del Espadón (1950-1953), esa triple aventura que abrió la colección.
Yves Sente (guión) y André Juillard (dibujo) son los autores de un mayor número de entregas posteriores al fallecimiento de Jacobs. A ellos se debe, entre otras, El juramento... Así que, en cierto sentido, el desagrado que me causó aquel álbum ha sido reparado con creces con la satisfacción que me ha causado de éste. No acabo de entender las críticas de las que La Vara de Plutarco ha sido objeto en algunos foros de aficionados a la serie.
Sente, que fuera el primero de los sucesores de Jacobs en acometer el pasado de los personajes en el primer tomo de Los sarcófagos del sexto continente (2003), vuelve ahora sobre él. Tiene a tal efecto una guía inmejorable: Les Mémoires de Blake et Mortimer: Un opéra de papier, las memorias que el propio Jacobs publicó en 1981, páginas en las que intercala sus recuerdos con apuntes sobre sus personajes. Es allí donde el maestro nos dice que el capitán Francis Blake, antes de ser reclamado por el MI5, fue un oficial de la RAF. Este último empleo le ocupa al comienzo de La vara de Plutarco. Comanda una escuadrilla de un portaviones de la Royal Navy: The Intrepid.
Estamos en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. Aunque el capitán, pilotando su aparato, regresa a Londres desde alta mar para derribar un avión de la Luftwaffe que intenta destruir el parlamento británico, el verdadero enemigo de esta historia no son los alemanes. Muy por el contrario, son los espías del Imperio Amarillo de Basam Damdu, el dictador de Lhasa que pondrá en marcha un conflicto mundial en El secreto del espadón, que ya se teme la inteligencia inglesa. Esa guerra, que comienza a fraguarse en el Tíbet, es a la que se fragua en estas páginas. Si bien eso de la "amenaza amarilla" obedece a un viejo temor occidental -como poco se remonta a aquel vaticinio de Napoleón que rezaba: "Cuando China despierte, el mundo temblará"- siempre me ha chocado que el lugar elegido por Jacobs para el nacimiento de ese nuevo orden mundial fuese un país que imagino lleno de lamaserías y tan apacible como el presentado por Hergé en Tintín en el Tíbet (1959), mucho antes, por cierto, de que los apologetas del Dalai Lama de Hollywood se pusieran en marcha.
Pero quedémonos de momento en La vara de Plutarco. Durante el combate en el cielo del parlamento, uno de los militares que han sido testigos del enfrentamiento desde el puente de Westminster muere al caerle encima los restos del avión. Su jefe, el comandante Benson, pertenece al Estado Mayor. La Oficina de Guerra está desolada ante la facilidad con la que el enemigo descifra sus mensajes. Dada la eficacia con la que Blake ha derribado al alemán, pide permiso a los superiores del capitán para que le permita ocupar el puesto dejado por el finado. Como el tiempo apremia, Benson invita Blake a hospedarse esa noche en su casa. En efecto, es la primera vez que el capitán entra en el que será su piso de soltero junto al profesor Philip Mortimer.
La misión consiste en enviar una serie de falsas señales desde el estrecho de Gibraltar para confundir a los alemanes respecto al lugar del desembarco aliado en Francia. El profesor es el encargado de diseñar los transmisores en un centro secreto del MI6 donde se descifran los códigos del enemigo y se idean las claves propias. Un lugar que me ha recordado la base de Spaceways (1953), la deliciosa cinta del gran Terence Fisher, donde Blake vuelve a encontrarse con Mortimer. En el MI5 -el servicio de seguridad interior al que el capitán pertenece en el resto de los álbumes, frente a este MI6 de estas viñetas, su par para el exterior- no ingresará hasta El secreto del Espadón.
Entre los agentes, lingüistas, científicos y demás expertos que conviven en el centro, también se encuentra Olrik. Es aquí donde nuestros héroes y su eterno enemigo se encuentran. Se nos dice que el villano, en el que el propio Jacobs se retrató, es húngaro y se encuentra allí en calidad de políglota. Comparte su barracón con Zhang Hasso, un tibetano que hace creer a Olrik que trabaja para el futuro imperio de Basam Damdu.
Ahí queda la cosa cuando Blake y Mortimer vuelan hasta Gibraltar para dejar caer los trasmisores en sus aguas. Los submarinos italianos que patrullan en el Mediterráneo captan sus señales y se lo comunican a sus aliados alemanes. El engaño funciona hasta que deja de hacerlo y los ingleses descubren que hay un traidor entre ellos. El felón no es Zhang Hasso, como cabría esperar. La corrección política de nuestros días -que aplaudo- y as referencias posteriores de la colección han llevado a Sente a buscar a otro traidor. Son dos para ser exactos: los gemelos Clarke, ambos tenientes del ejército británico. Uno de ellos está destinado como ayudante de Benson, su hermano Harvey es su homólogo respecto al jefe de la base de Gibraltar. Entre ellos se pasan los mensajes para desbaratar los planes de los ingleses mediante la vara de Plutarco aludida en el título. Se trata de una regla de corte hexagonal que, colocando adecuadamente las letras grabadas en el interior, permite leer los mensajes que los hermanos se envían, desbaratando así los planes del alto mando británico. "Es el medio más antiguo para transmitir mensajes secretos", explica Mortimer (5ª viñeta, pág. 59). "¡Plutarco cuenta que los espartanos lo utilizaron por primera vez hacia el año 400 a. C.!"
Naturalmente, Olrik está detrás de los envíos. Su empeño consiste en que los aliados y los nazis sigan debilitándose,"cuando acabe la guerra todo redundará en beneficio de nuestro emperador" (última viñeta pág. 41). Hasso, que consigue escapar del coronel haciéndose pasar por agente de Lhasa, no es otro que el informante con el código ZH22. Aquel que morirá a manos de Olrik en las primeras viñetas del primer tomo de El secreto del Espadón, luego de que el villano le descubra comunicando con la base de Scaw-Fell hacia la que parte el capitán al final de esta entrega. Y también es Olrik quien da muerte a Harvey Clarke, después de que éste asesine al comandante Benson. Odia a su jefe porque le considera culpable de la muerte de su padre en la Gran Guerra.
No cabe duda de que esas referencias a las entregas anteriores de la serie contribuyen a crear el universo propio de las aventuras. A mi juicio, todos los mundos ficticios construidos mediante este procedimiento tienen su origen en La Comedia Humana. Abundando en ese entramado de alusiones, se impone dar noticia del ofrecimiento de su casa como alojamiento al capitán por parte de la ya viuda Benson. Sí señor, ella será la señora Benson de Park Lane en el resto de las entregas de la colección. Cronológicamente todas ellas son posteriores, aunque esta sea la última publicada.
En definitiva, La vara de Plutarco es toda una celebración del las aventuras de Blake y Mortimer, cuya lectura ha sido un verdadero placer.
Publicado el 7 de enero de 2016 a las 22:45.