martes, 3 de diciembre de 2024 15:02 www.gentedigital.es
Gente blogs

Gente Blogs

Blog de Javier Memba

El insolidario

Dos lecturas de Alejandro Dumas (y II): "Las tumbas de Saint Denis"

Archivado en: Cuaderno de lecturas, dos lecturas de Alejandro Dumas

imagen

En realidad, Las tumbas de Saint Denis y otros relatos de horror es una novela articulada en torno al atestado de un crimen acaecido en Fontenay-Aux-Roses. Creo entender que su primera edición data de 1849 y su título español fue Fontenay de las Rosas. Lo que sucede es que su construcción da tal autonomía a las historias que cuentan cada uno de los participantes en dichas diligencias que puede considerarse como una de las grandes selecciones de relatos de Alejandro Dumas -imposible escribir ese "Alexandre" que sería menester- que yo leí a comienzos del nefasto siglo XXI. En julio de 2003 para ser exactos. El mismo título de mi edición -la dada a la estampa por Valdemar en febrero de 2001 -ese Las tumbas de Saint-Denis y otros relatos de horror, que desde su lectura atesoro con el primor que es debido- da pie a tomar la novela como un conjunto de narraciones independientes que, bien mirada, no es.

Regresando de una partida de caza en Fontenay-Aux-Roses, Dumas -el narrador, al igual que en el resto de Los mil y un fantasmas al que esta novela pertenece- asiste a una curiosa escena. Un lugareño se presenta ante la autoridad exigiendo ser detenido porque acaba de degollar a su mujer. El alcalde -Jean-Pierre Ledru- y los gendarmes, que conocen perfectamente al tipo y saben que es un hombre cabal, tras los primeros recelos ante su petición, se presentan en el lugar donde se encuentra el cadáver y proceden a la detención del infeliz. Pero el asesino no quiere entrar en el siniestro lugar argumentando que la cabeza de su mujer le ha hablado.

Ya durante la cena que Ledru ofrece a Dumas y otros notables de la localidad que habrán de participar en el atestado del crimen, aunque la historia del asesino de su esposa nunca se nos llegará a contar, sí suscitará en los invitados a la velada el recuerdo de las experiencias macabras que constituyen la narración. Al hilo de si una cabeza separada del resto del cuerpo puede o no puede hablar, surge el primer relato. Referido por el mismo Ledru, abre el capítulo titulado La bofetada de Carlota Corday. En sus páginas se nos cuenta cómo, en los días de la revolución, un verdugo abofeteó la cabeza, recién guillotinada, de la bella aristócrata del título y la testa se ruborizó.

Condenado a tres meses de prisión por haber infligido semejante ofensa a quien no podía responder a ella, Ledru visitó al verdugo en la cárcel. Fue entonces cuando éste le dijo que las cabezas seguían parpadeando y rechinando hasta cinco minutos después de haber sido separadas del tronco, y que lo hacían con tanta fuerza que se veían obligados a cambiar periódicamente el cesto al que caían.

Abundando en esa teoría de que las cabezas siguen con vida después de la decapitación, el mismo Ledru es quien nos cuenta la experiencia de Solange, la más hermosa de las historias contadas en esta interesantísima novela.

En los días posteriores a la toma de la Bastilla, durante el Reinado del terror, Ledru tuvo oportunidad de salvar la vida a una joven tan misteriosa como hermosa la noche en un grupo de descamisados fue a pedirle la documentación. Tras identificarse como amigo de Danton, Ledru acompañó a la muchacha a casa. Ella le dijo que la llamara Solange -falso nombre- y él comenzó a preocuparse por ella. Tras conseguir que su padre abandone Francia, el amor surge inevitable y ella decide no huir para quedarse con él, que se hace llamar Albert.

Entregado a ciertos estudios sobre "la persistencia de la vida tras el suplicio", o lo que es lo mismo, sobre la mayor humanidad de la horca frente a la guillotina, Albert ha sido destinado a un cementerio donde llegan treinta o cuarenta decapitados cada día. Procedente de uno de los cestos que traen las cabezas, Albert creerá escuchar que alguien le llama. En efecto, es la cabeza de Solange, que se encuentra entre los ajusticiados de la jornada, pues ha sido reconocida por una de las cartas que la envía su padre desde el exilio. Tras tropezar y caer al suelo ofuscado por el horror, la cabeza de Solange rueda hasta la de Albert y le besa en los labios provocándole un desmayo.

NNNNNN

El doctor toma el relevo en la narración para dar noticia de una experiencia sobrenatural, totalmente ajena al terror materialista -o al menos lo que yo entiendo por él- por el que han ido discurriendo las historias hasta ahora.

Pese a ser un escéptico respecto al tema, el doctor presenta su relato para demostrar cómo, cuando alguien cree ver algo, esa alucinación puede acabar por volverle loco. La historia le fue referida a él le por un médico que acompañó a Walter Scott durante un viaje a Francia. El colega escocés de nuestro invitado tuvo oportunidad de conocer a un juez, paciente suyo, sobre el que obraba la maldición de un bandido al que mandó al patíbulo. Convencido el mismo magistrado de que lo que ve no son más que visiones, no por ello se libra del gato negro que todas las tardes se le aparece a las seis en punto, hora en que se dio muerte al forajido. Al gato le sigue una especie de ujier y a éste un esqueleto, los tres protagonistas del título del capítulo.

Pese a estar convencido de que todo es una alucinación e incluso llegar a intentar, junto al médico que nos refiere el relato, perder la noción del tiempo para no ser presa de su alucinación, el magistrado muere tres meses después de haber llevado a la horca al reo.

NNNNNN

Las tumbas de Saint-Denis, el capítulo que en mi edición da título al libro como si fuera el más destacado de una selección de relatos, nos es contado por un invitado que se nos presenta como el caballero Lenoir. Las sepulturas a las que alude el título son las de los reyes de Francia que fueron violadas tras la decapitación de Luis XVI. Dumas llega a cansar con su afección a la monarquía y al Antiguo Régimen.

Siendo Lenoir responsable de la exhumación de los cadáveres, fue testigo de cómo el de Enrique IV permanecía incorrupto y de cómo uno de los obreros empleados por el caballero, tras regresar de la ejecución de Luis XVI, lo ultrajó. Estando a punto de ser linchado, merced a la devoción que el recuerdo de dicho monarca inspiraba al pueblo, el trabajador fue despedido por Lenoir.

Ya sin trabajo y maldito por todos, el obrero vaga en la noche hasta que una mujer -a mi entender fantasmal- le invita a seguirle. Cuando el trabajador se quiere dar cuenta de a dónde le ha llevado la misteriosa dama, vuelve a estar en el cementerio de Saint-Denis, el espectro de Enrique IV se le aparece y de la impresión que le causa se cae a su tumba abierta. Allí será encontrado por el vigilante y por Lenoir, yendo a morir delirando tres días después.

Al hilo de esta anécdota se nos refiere cómo el vigilante, en su último día de trabajo ante las tumbas profanadas, asistió a un prodigioso entierro real. Treinta años después, todo lo que ha visto sucederá durante el entierro de Luis XVIII, el rey que ocupó el trono de Francia tras la caída de Napoleón. Esta historia, así como los constantes ataques a la revolución, son una buena prueba de que la ideología de Dumas: inequívocamente conservadora y reaccionaria.

NNNNNN

La historia que refiere el abate Moulle, gira en torno al perdón de un temible forajido. L'Artifaille, el villano en cuestión, tuvo una especial predilección por las iglesias en los días que siguieron a los crímenes de Cartouche, el célebre hors-la-loi del XVIII inmortalizado en una película homónima, protagonizada por Jean-Paul Belmondo y dirigida por Philippe de Broca en 1962.

Uno de los templos asaltado por L'Artifaille fue el primer destino del abate. La esposa del forajido, una de sus fieles, gustaba confesar con nuestro religioso. Corrían las fiestas de Pascua de 1783 cuando el villano se presentó a robar en la parroquia de Moulle. Éste, tras convencerle de que le interesa más su alma que las vinajeras y el manto de la virgen que pretende sustraer, se ofrece a darle de su propio bolsillo un dinero equivalente al montante de lo que iba a robar en el altar. L'Artifaille, impresionado con el gesto del abate, rechaza el ofrecimiento y no le pide más que una medalla que poder besar el día que se vea en el patíbulo. El religioso le entrega entonces la medalla que le puso su madre el día en que nació y durante un año no se vuelve a saber nada de L'Artifaille.

Transcurrido este tiempo, el forajido es prendido y condenado. Ya en el patíbulo, rechaza cualquier otra confesión que no sea la de nuestro abate, ocasionalmente ausente de la localidad, y exige que se le entierre con la medalla que Moulle le dio. Sin embargo, es el caso que, según manda la tradición, todos los despojos del reo pasen al verdugo.

Esa misma noche, cuando Moulle se acerca al pie del patíbulo, para rezar allí las oraciones por el alma de L'Artifaille que el forajido quería, sin ser visto, es testigo de cómo el verdugo, al pretender quitar al forajido la medalla, está a punto de ser ahorcado por el cadáver del ajusticiado.

NNNNNN

El brazalete de cabellos lleva por título el capítulo donde da comienzo la historia que nos propone un tal Alliette. Se trata del punto y final a un gran amor. El narrador tuvo noticia de ella durante un viaje en diligencia en el que coincidió con una joven esposa que, obligada a tomar las aguas en otra ciudad, se ve impelida a dejar a su marido en Basilea.

Durante todo el trayecto, la esposa cree que la diligencia en la que viajan es seguida por un jinete. Ciega y sorda por el mal que le ha obligado a ir en pos de las aguas, cuando un mes después se recupera, se le dice que sí, que en efecto, su marido mandó dos correos para comunicarle que estaba muy enfermo, pero que ambos fueron víctimas de sendas desgracias en el camino. Consciente de que se moría, el esposo envió un tercer emisario con una carta en la que la urgía a su viuda a hacerse un brazalete con el cabello y así permanecer unida a quien tanto la amó. Pero cuando la desdichada regresa a Basilea -ciudad en la que muriera su marido- nadie ha guardado el pelo en cuestión.

En las noches siguientes, la desdichada comienza a sentir un embotamiento, seguido de cierta presión en el brazo donde debería lucir la reliquia de su difunto. Ante estos misterios decide visitar el cementerio en busca de su tumba, pero el enterrador que dio tierra a su esposo también ha muerto. No obstante, han sido tantos los prodigios en torno al encargo que la mujer se acerca al cementerio en busca de otro más que le diga donde buscar.

Lo encontrará en el dibujo de una danza macabra que ilustra el muro del camposanto. La figura de La Parca señala una tumba. En ella ordena cavar la mujer. En efecto, allí se encuentra el ataúd de su marido. Los cabellos, crecidos milagrosamente después de que se los cortaran durante su agonía para aplicarle hielo en la cabeza -y darle a él pie para inventar lo del brazalete- han vuelto a crecer hasta el punto de que se salen por los bordes del féretro. La viuda ordena cortarlos para cumplir así el recado de su difunto.

NNNNNN

El monasterio de Hango, la última y más larga de las historias aquí copiladas es la aportada por la misteriosa mujer presente en la reunión: la dama pálida, Hedwige.

Tras presentarse como polaca, se dispone a referir a sus contertulios -y con ellos a nosotros- el por qué de su palidez. Tiempo atrás, cuando el castillo donde nació estaba a punto de ser tomado por las tropas del zar durante una de las guerras que Polonia mantuvo contra Rusia, su padre, junto a una pequeña escolta, la mandó huir por los Cárpatos. Asaltada entonces por un grupo de crueles montañeses moldavos al mando de un tal Kostaki, cuando todo parecía estar perdido para los fugitivos, entró en escena Gregoriska, hermano mayor de aquél. Como primogénito del castillo de Brankovan, al que ambos pertenecen, Kostaki debe obediencia a Gregoriska y éste le ordena que deje en paz a la mujer. La dama pálida es la única que queda de cuantos abandonaron el castillo polaco.

Ya refugiada en Brankovan, habida cuenta de que el castillo paterno ha caído y que nuestra mujer no tiene ningún lugar a donde huir, Hedwige no tarda en querer a Gregoriska tanto como él a ella. El problema está en que Kostaki, el hermano mezquino, también se siente atraído por la polaca. La madre de ambos no es ajena al drama que se anuncia. Ante este panorama, Gregoriska vende el monasterio de Hango para obtener el dinero suficiente para huir con Hedwige. Pero el día elegido para la marcha, Kostaki sigue a Gregoriska cuando su hermano mayor sale a cabalgar fuera del castillo y todo parece indicar que mantienen un duelo en el que el primogénito da muerte a su hermano menor. Obligado por su madre a vengar la muerte de Kostaki -incluso en la persona de la prometida de su asesino-, Gregoriska no puede casarse con Hedwige como hubiera querido.

Paralelamente, Hedwige comienza a ser presa de un vampiro que, mientras duerme, la muerde todos los días a la misma hora en que Kostaki debió morir. En efecto, lo mismo que en la narración referida al gato, el ujier y el esqueleto. Puesto al corriente de esto, Gregoriska actúa en consecuencia. Tras proteger a Hedwige con un ramo de boj mojado en agua bendita, se esconde en el cuarto de la dama. Cuando el fantasma de Kostaki irrumpe en la estancia, mediante el diálogo que mantiene con él, se nos indica que fue Kostaki quien se echó voluntariamente sobre la espada de Gregoriska para poseer a Hedwige mediante las fuerzas del mal. Pero como no es un caso de fratricidio el que el espectro quiere vengar, Gregoriska le da muerte. Mas él también caerá en el combate sobrenatural. Las últimas palabras que el primogénito dedica a su amor imposible son para recomendarla que se vaya del lugar, que sólo la distancia podrá salvarla de la maldición de Kostaki.

Incluidas, en efecto, dentro del ciclo de Los mil y un fantasmas -así titulado en clara alusión a Las mil y una noches-, en el que reunió toda su producción de terror. Sin embargo, según apunta el propio Dumas en sus últimas líneas, estas piezas surgidas en la velada de Fontenay-Aux-Roses son un prólogo a los relatos fabulosos recogidos en sus viajes por Suiza, Alemania, Italia, España, Inglaterra y Grecia.

Publicado el 29 de octubre de 2015 a las 13:00.

añadir a meneame  añadir a freski  añadir a delicious  añadir a digg  añadir a technorati  añadir a yahoo  compartir en facebook  twittear  votar

Comentarios - 0

No hay comentarios



Tu comentario

NORMAS

  • - Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
  • - Toda alusión personal injuriosa será automáticamente borrada.
  • - No está permitido hacer comentarios contrarios a las leyes españolas o injuriantes.
  • - Gente Digital no se hace responsable de las opiniones publicadas.
  • - No está permito incluir código HTML.

* Campos obligatorios

Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

Miniatura no disponible

 

Javier Memba en 2009

 

Javier Memba en 1988

 

Javier Memba en 1987

 

1996

 

 

Javier Memba en la librería Shakespeare & Co. de París

 

 

 

 

Imagen

 

 

COMPRAR EN KINDLE:

 

 

 

contador de visitas en mi web



 

 

Enlaces

-La linterna mágica

-Unas palabras sobre Vida en sombras

-Unas palabras sobre La torre de los siete jorobados

-50 años de la Nouvelle Vague en Días de cine

-David Lynch, el onirismo de la modernidad en Radio 3

-Unas palabras sobre Casablanca en Telemadrid

-Unas palabras sobre Tintín en Cuatro TV

 

 

ALGUNOS ARTÍCULOS:

Malditos, heterodoxos y alucinados de la gran pantalla

Nuevos momentos estelares de la humanidad

Chicas yeyés

Chicas de ayer

Prólogo al nº 4 de la revista "Flamme" de la Universidad de Limoges

Destinos literarios

Sobre La naranja mecánica

Mi tributo al gran Chris Marker

El otro Borau

Bohemia del 89

Unos apuntes sobre las distopías

Elogio de Richard Matheson

En memoria de Bernadette Lafont

Homenaje al gran Jean-Pierre Melville

Los amores de Édith

Unos apuntes sobre La reina Margot

Tributo a Yasujiro Ozu con motivo del 50 aniversario de su fallecimiento

Muere Henry Miller

Unos apuntes sobre dos cintas actuales

Las legendarias chicas de los Stones

Unos apuntes sobre el "peplum"

El cine soviético del deshielo

El operador que nos devolvió el blanco y negro

Más real que Homeland

El cine de la Gran Guerra

Del porno a la pantalla comercial

Formentera cinema

Edward Hopper en estado puro

El cine de terror de los años 70

Mi tributo a Lauren Bacall

Mi tributo a Jean Renoir

Una entrevista a Lee Child

Una entrevista a William McLivanney 

Novelistas japonesas

Treinta años de Malevaje

Las grandes rediciones del cómic franco-belga

El estigma de La campana del infierno

Una reedición de Dalton Trumbo

75 años de un canto a la esperanza

Un siglo de El nacimiento de una nación

60 años de Semilla de maldad

Sobre las adaptaciones de Vicente Aranda

Regreso al futuro, treinta años después 

La otra cabeza de Murnau

Un tributo a las actrices de mi adolescencia

Cineastas españoles en Francia

El primer surrealista

La traba como materia literaria

La ilustración infantil de los años 70

Una exposición sobre la UFA

La musa de John Ford

Los icebergs de Jorge Fin

Un recorrido por los cineastas/novelistas -y viceversa-

Ettore Scola

Mi tributo a Jacques Rivette

Una película a la altura de la novela en que se basa

Mi tributo a James Cagney en el trigésimo aniversario de su fallecimiento

Recordando a Audrey Hepburn

El rey de los mamporros

Una guía clásica de la ciencia ficción

Musas de grandes canciones

Memorias de la España del tebeo

70 años de la revista Tintín

Ediciones JC regresa a sus orígenes

Seis claves para entender a Hergé

La chica del "Drácula" español

La primera princesa de la lejana galaxia

El primer Tintín coloreado

Paloma Chamorro: el fin de "La edad de oro"

Una entrevista a la fotógrafa Vanessa Winship

Una recuperación del Instituto Murnau

Heroínas de la revolución sexual

Muere George A. Romero

Un mito del cine francés

Semblanza de Basilio Martín Patino

Malevaje en la Gran Vía

Entrevista a Benjamin Black

Un circunloquio sobre la provocación

Una nueva aventura de Yeruldelgger

Una dama del crimen se despide

Recordando a Peggy Cummins

Un tributo a las yeyés francesas

La última reina del Technicolor

Recordando a John Gavin

Las referencias de La forma del agua

El Madrid de 1988

La nueva ola checa

Un apunte sobre Nelson Pereira dos Santos

Una simbiosis perfecta

Un maestro del neorrealismo tardío

El inovidable Yellowstone Kelly

Que Dios bendiga a John Ford

Muere Darío Villalba

Los recuerdos sentimentales de Enrique Herreros

Mi tributo a Harlan Ellison

La inglesa que presidió el cine español

La última rubia de Hitchcock

Unos apuntes sobre Neil Simon

Recordando Musicolandia

Una novelista italiana

Recordando a Scott Wilson

Cämilla Lackberg inaugura Getafe Negro

Una conversación entre Läckberg y Silva

El guionista de Dos hombres y un destino

Noir español y hermoso

Noir italiano

Mi tributo al gran Nicholas Roeg

De la Escuela de Barcelona al fantaterror patrio

Recordando a Rosenda Monteros

Unas palabras sobre Andrés Sorel

Farewell to Julia Adams

Corto Maltés vuelve a los quioscos

Un editor veterano

Una entrevista a Wendy Guerra

Continúa el misterio de Leonardo

Los cantos de Maldoror

Un encuentro con Clara Sánchez

Recuerdos de la Feria del Libro

Viajes a la Luna en la ficción

Los pecados de Los cinco

La última copa de Jack Kerouac

Astérix cumple 60 años

Getafe Negro 2019

Un actriz entrañable

Ochenta años de "El sueño eterno"

Sam Spade cumple 90 años

Un western en la España vaciada

Romy Schneider: el triste destino de Sissi

La nínfula maldita

Jean Vigo: el Rimbaud del cine francés

El último vuelo de Lois Lane

Claudio Guerin Hill

Dennis Hopper: El alucinado del Hollywood finisecular

Jean Seberg: la difamada por el FBI

Wener Herzog y la cólera de Dios

Gordad, el gran maese de la heterodoxia cinematográfica

Frances Farmer, la esquizofrénica que halló un inquietante sosiego

El hombre al que gustaba odiar

El gran amor de John Wayne

Iván Zulueta, arrebatado por una imagen efímera

Agnès Varda, entre el feminismo y la memoria

La reina olvidada del noir de los 40

Judy Garland al final del camino de adoquines amarillos

Jonas Mekas, el catalizador del cine independiente estadounidense

El gran Edgar G. Ulmer

La última flapper; la primera it girl

El estigmatizado por Stalin

La controvertida Egeria del Führer

El gran Tod Browning

Una chica de ayer

El niño que perdió su tren eléctrico

La primera chica de Éric Rohmer

El último cadáver bonito

La exnovia de James Dean que no quiso cumplir 40 años

Don Luis Buñuel, "ateo gracias a Dios"

La estrella cuyo fulgor se extinguió en sus depresiones

El gran cara de palo

Sylvia Kristel más allá de Emmanuelle

Roscoe Arbuckle, cuando se acabaron las risas

Laura Antonelli, la reina del softcore que perdió la razón

Nicholas Ray, que nunca volvió a casa

El vuelo más bajo de la princesa Leia Organa

Eloy de la Iglesia y el cine quinqui

Entiérralo con sus botas, su cartuchera y su revólver

La chica sin suerte

Bela Lugosi y la sombría majestuosidad de Drácula

La estrella de triste suerte

La desmesura de Jacques Rivette

Françoise Dorléac

Klaus el loco

Una hippie de los 70

Jean Esustache, entre la Nouvelle Vague y el ascetismo

Nadiuska, un juguete roto

Thea von Harbou

Jesús Franco

David Cronenberg

Sharon Tate, como en un cuento de Sheridan Le Fanu

Un guionista sediento

La reina del fantaterror patrio

Dalton Trumbo y los diez de Hollywood

La primera chica que arrojó una tarta 

El desdichado Hércules contemporáneo

En la tradición familiar

El músico del realismo poético

Otro tributo a la gran Patty Shepard

Elmer Modlin y su extraña familia

Las coproducciones internacionales rodadas en España

Marilyn Monrore y su desesperado último gesto

Un amor más poderosos que la vida

El actor atrapado en sus personajes

Entre el fantasma de su madre y el final del musical

Barbet Schroeder

Amparo Muñoz

Samuel Bronston más alla de Las Rozas

Chantal Akerman

Françoise Hardy 

Un antiguo dogmático

Jane Birkin

Anna Karina, su turbulento amor y el Madison

Sandie Shaw, ya con calzado

El gran Serge Gainsbourg

Entre la niña prodigio y la mujer concienciada

La intérprete de Shakespeare que inspiró a The Rolling Stones

La maleta del capitán Wajda

Val Lewton y su dramatización de la psicología del miedo

La alimaña de Whitechapel

Cristina Galbó

La caravana Donner

Eddie Constantine

Un nuevo curso del tiempo

Rosenda Monteros

Una criatura de la noche

Una carta a Nicolás I

Edison y el 35 mm

Barbara Steele

El felón Esquieu de Floyran acaba con los templarios

Entre Lovecraft y Hitchcock

Tchang Tchong Yen recuerda a Hergé

La musa del ciberpunk

Néstor Majnó

Una leyenda del Madrid finisecular

El rey de la serie B

La primera cosmonauta soviética

Cuando la injuria sucede a la fatalidad

Bajo Ulloa y sus cuentos crueles

La cicerone de los Stones en el infierno 

Nace Toulouse-Lautrec

El París del Charlestón se rinde a Josephine Baker

Nastassja Kinski, la dulce hija del ogro

Un tributo a Sam Peckinpah

La leyenda del London Calling

Fiódor Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento

Mi alucinada favorita

El hombre de las mil caras

El 7º de Caballería pierde la gloria

Un recuerdo de Silke

El genocidio camboyano

Peter Bogdanovich

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

Un héroe de Iwo Jima 

Lupe Vélez tras el último tequila sunrise

El general Lee

Roman Polanski

Un hampón italoamericano

Jane Fonda en su juventud

Kraken en la Cuesta de Moyano

Josef von Sternberg

The Beatles en The Carvern y en el show de Ed Sullivan

Que la tierra le sea leve a Douglas Trumbull

El último superviviente del hampa de Chicago

Inma de Santis

El Álamo

Una musa insumisa

El malvado Zaroff y un elogio a las revistas pulp

Miles Davis

Un polaco y el amour fou

La Legión extranjera como género literario

Conchita Montenegro

Peter Lorre y su cara de villano

El juez de la horca

Syd Barrett

Kathleen Turner

Una caricatura de la hombría

Eric Clapton

Helga Liné

Butch Cassidy

Carlos Arévalo, un cineasta español

Nace el último bohemio

Pascual García Arano

María Perschy

El Combray de Ingmar Bergman

Carlos Castaneda

Una canción de Neil Young

Un suicida dandi

Hedy Lamarr

Philip K. Dick y sus realidades bastardas

La última mujer fatal

Andréi Tarkovski, otro maldito por la censura soviética

Nace la música de la New Age

"Wie einst" Lili Marleen

Una lectura de Byron en Villa Diodati

Un apostol de la sedición juvenil

Ava en mi ciudad

Rider Haggard

Una entrada para la "Historia universal de la infamia"

La Marguerite Duras cineasta

Gallardo y calavera

El hombre que vendió su alma a Elizabeth Taylor

El crímen de Charlotte Corday

Un elogio entusiasta de la urbe

Un ángel caído

Mary Bradbury teme por su vida

Pierre Étaix y su triste gracia

El mejor verano de los Rolling

María Rosa Salgado y su conmovedora discrección

La valentía de Ramón Acín

Sylvie Vartan

La cruz de Malta de Wim Wenders

La epifanía de Louis Daguerre

Carroll Baker

Marie Laforêt y mi amigo Eloy

Eliseo Reclus atisba su quimera

Patty Pravo

Richard Pryor contra sí mismo

Miroslava, una actriz marcada por la fatalidad

France Gall y el doble sentido

Robert Bresson y el cine puro

La gesta de Alekséi Stajánov

Nace el Rimbaud del Rock & Roll seminal

Dominique Dunne, una filmografía que se quedó en el aire

Un actor vampirizado por un personaje

Tolkien publica El Hobbit

La segunda musa de Godard

John Dos Passos entra en la eternidad

Alain Resnais, el cine de la memoria

Una musa del filme noir

El cadáver de Nancy Spungen en el Chelsea Hotel

La historia de Bobby Driscoll

Un icono del feminismo

Recordando a Tina Aumont

Colgaron a Gilles de Rais

Dario Argento

Nico en el cine

Dylan Thomas en su último trance

Brigitte Helm

Un punkie en la Disney 

Nace Billy el Niño

The Wall

Tennessee Williams

Vivien Leigh

Kazuo Sakamaki salva la vida en Pearl Harbor

El proscrito de la Escuela de Barcelona 

47 hombres de honor

Charlotte Rampling

La incomunicabilità del gran MIchelangelo Antonioni

F. Scott Fitzgerald

Un pilar del cómic estadounidense

Juliet Berto

Erik, el fantasma de la Ópera

Una comedia francesa

Un pesimista alegre

Una mirada indolente a la derrota 

Sender en Casas Viejas

Kipling en su último momento

Los hermanos Marx

Puente sobre aguas turbulentas

Anouk Aimée

Mary Shelley

Quentin Tarantino

Neal Cassady 

Natalie Wood

La heterodoxia de Ermanno Olmi

Fu-Manchú

Stefan Zweig pone fin a sus días

 

 

 

 

 

 

EN TU MAIL

Recibe los blogs de Gente en tu email

Introduce tu correo electrónico:

FeedBurner

Archivo

Grupo de información GENTE · el líder nacional en prensa semanal gratuita según PGD-OJD