Las memorias de Anjelica Huston
Una buena parte de la vida de la mayoría de las personas consiste en demostrar a los demás cuánto se vale. De hecho, esto es algo tan frecuente que contarlo no reviste interés alguno. A no ser que se sea alguien notable. Si además también se es hijo de padres sobresalientes, amén de la propia valía, hay que dejar constancia de que se brilla con luz propia y no por el nombre de los progenitores. Ése el caso de Anjelica Huston.
Hija de John Huston y su cuarta esposa, la bailarina y modelo Enrica Soma, Anjelica fue consciente de debía dejar constancia de su valor cuando otro gran cineasta, Tony Richardson -uno de los más destacados realizadores del Free-cinema inglés de los 60-, le auguró durante una cena en 1980 que, no obstante su talento, nunca sería capaz de hacer nada con su vida. "Mírame bien", se dijo entonces. Contaba a la sazón 29 años, veía acabar su carrera como modelo y, pese a haber protagonizado Paseo por el amor y la muerte (1969) para su padre y colaborado con Elia Kazan en El último magnate (1976), en el cine seguía siendo una diletante.
Aquel desdén de Richardson fue el acicate para que esa gran actriz que es actualmente se pusiera en marcha. Oscarizada como su padre y su abuelo, Walter Huston, todos la recordamos en sus interpretaciones de Dublineses (John Huston, 1987), Los timadores (Stephen Frears, 1990) y tantas otras películas. Así pues, nada mejor que aquella frase para titular sus memorias cuya edición española acaba de ser publicada por Lumen.
No hay duda de fue su propio padre la primera persona a la Anjelica reclamó esa mirada. Mientras nacía en Los Ángeles en 1951, el realizador rodaba en el último rincón del entonces Congo belga La reina de África. El cineasta sólo dio noticia del nacimiento de su primera hija cuando, dos días después, Katherine Hepburn -la protagonista de la cinta- le preguntó por la nueva que traía telegrama que un mensajero acababa de entregarle.
Por la infancia de Anjelica pasaron escritoras como Carson McCullers, de quien su padre llevó a la pantalla Reflejos en un ojo dorado (1967), y actores como Marlon Brando, que la protagonizó. Pero, a diferencia del resto de los hijos del Hollywood clásico, la pequeña se crió en una mansión irlandesa del condado de Kildare. Fue allí donde se instalaron sus padres cuando el cineasta, sabiéndose en las listas negras de la inquisición desatada contra Hollywood por el senador McCarthy, se nacionalizó irlandés. Ese habría de ser el paraíso perdido de la futura actriz, donde su padre le exhortaba a volver montar a caballo pese a estar aún convaleciente de la última caída y ella soñaba con "ser católica para poder hacer la comunión".
Modelo de alta costura tras el varapalo que dispensó la crítica a sus primeras apariciones cinematográficas, Richard Avedon la retrató para Vogue en el Londres de los primeros 70. Y fotógrafo de moda era Bob Richardson, su primer compañero sentimental, al que se unió cuando sólo tenía 17 años sin reparar en que él la llevaba 20. Todo apunta a que buscaba en él el padre que nunca tuvo del todo.
El otro gran hombre de su vida fue Jack Nicholson, a quien conoció en 1973. El actor le regaló una casa en California y un Mercedes que ella estrelló. Intermitentemente, permanecieron unidos durante 17 años. En una de las rupturas, Anjelica mantuvo un romance con Ryan O'Neal, uno de los mayores mujeriegos de Hollywood y de los de mano más larga. Ya sabíamos de las palizas que propinaba a Farraw Fawcett cuando eran pareja. Anjelica también fue objeto de uno de esos maltratos. Bastó para la ruptura. Consagrada como actriz por sus propios méritos desde finales de los años 80, ahora es ella la mira hacia atrás y demuestra que entre sus talentos también cuenta el de escritora.
Publicado el 11 de septiembre de 2015 a las 10:00.