"Thomas el impostor", de Jean Cocteau
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Lo primero que llama la atención de estas páginas es esa reflexión del prologuista –Mauricio Wazquez- en la que tan acertadamente descubre que son consecuencia de El diablo en el cuerpo. Como amantes que a buen seguro fueron Cocteau y Radiguet, todo parece indicar que, dentro de esa inevitable rivalidad que se establece entre los escritores que son novios, esta novela es el resultado de aquélla. De ahí que ambas estén protagonizadas por un miserable de la guerra del 14.
Lo segundo a destacar de esta lectura es su asombroso parecido con la película de Franju. Siendo el caso que vi la cinta antes, tengo la sensación de que el filme es el original.
Thomas es un mentiroso que acaba por creerse sus mentiras. Más que por maldad, miente por mentir. Sin llegar a ser consciente de que lo que hace y sin ser militar, se viste de soldado en los albores de la Gran Guerra y dice ser sobrino de un general cuyo apellido coincide con el nombre del solar natal del impostor. Así las cosas, al impostor, dotado de todo el encanto de la adolescencia, no le resulta difícil dejar completamente fascinada a la princesa de Bormes, una esnob que se dispone a fletar un convoy de ambulancias con destino al frente. Como el nuevo entretenimiento de la señora topa con los recelos del mando, cuando Thomas pronuncia su apellido todo son facilidades.
Salvo un pequeño detalle, ese caballo que en la película corre con la crin ardiendo, que aquí lo hace destripado, todo es igual que en la cinta: la gravedad de los heridos que le son confiados a la princesa y a su séquito, la negativa del obispo a darles combustible, la impresionante escena del hospital de campaña, cuando la princesa y el mentiroso no pueden volver a París y se ven obligados a vivir los horrores de la guerra durante toda una noche. Todo es lo mismo que en la película, incluso el descubrimiento de la impostura de Thomas, cuando la tía con la que vive el falso soldado va a visitar al médico del convoy, convencida de que alguien ha faltado a su sobrino y en realidad ha sido él quien se ha puesto en evidencia al soltar una contraseña secreta durante una borrachera.
Si hay algo en lo que se diferencian las dos narraciones es en esos detalles de la segunda parte –la que sucede en las dunas de una playa de Bélgica- que se omiten en la cinta. Thomas es trasladado allí a petición propia. Sin ser consciente de que se ha descubierto su impostura, y sin que el médico que está al corriente de ella llegue a denunciarle –las puertas que abre la falsedad del joven le hacen ignorar la mentira-, el impostor –huyendo del amor que inspira y siente por Henriette, la hija de la princesa- pide al pretendiente de madame de Bormes –el adinerado editor de un diario- que le envié a una de las cantinas que ha organizado en el frente para solaz de los soldados. El periodista accede.
La animadversión que inspira a sus compañeros en el nuevo destino es una de las cosas que Franju no cuenta. Por lo demás, la visita de la princesa y su hija al impostor, así como la gratuidad de su muerte –le mata una bala perdida-, e incluso ese lugar de la playa donde descansarán sus restos, vuelve a guardar una fidelidad asombrosa con la película.
Es más, hasta esa ilustración de la portada –que tanto me llamó la atención desde que compré el libro- recuerda la cinta. No hay duda de que su autor vio el filme antes de hacerla.
Marzo, 2004
Publicado el 21 de mayo de 2015 a las 11:00.