Dos antiguas aventuras de Blake y Mortimer
Archivado en: Cuaderno de lecturas, las aventuras de Blake y Mortimer, La maquinación Voronov y La extraña cita, André Juillard
Ultimo estos días la lectura de La onda Séptimus, una vuelta al asunto de La marca amarilla (1956). Ávido por tanto de volver a adentrarme en el universo del gran Edgar P. Jacobs en busca de las referencias comunes a ambos álbumes, he vuelto a revisar el capítulo correspondiente a su adaptación de Ellipse Animation (1997) para ratificarme en mi teoría de que a los grandes cómics no suelen hacerle justicia sus adaptaciones animadas. He vuelto también a mis notas sobre las entregas anteriores de la serie. Leída La marca amarilla en su primera edición española -la de Grijalbo del 84, que naturalmente aún atesoro-, no tomé apunte alguno entonces ni en las relecturas posteriores. En aquel tiempo me dedicaba sólo al placer de leer y no a la tarea de escribir sobre mis lecturas.
Sin embargo, recuerdo que cuando, ya en 1996, la serie fue retomada por nuevos autores y descubrí El caso de Francis Blake (con guión de Jean Van Hamme y dibujos de Ted Benoit) mientras buscaba miniaturas de Tintín en una tienda especializada en estas filigranas, fue tanta la alegría que experimenté con el regreso del capitán Blake y el profesor Mortimer -los dos amigos del Centaur Club- que también decidí escribir sobre los cómics que leo. Se trató, como siempre mi tarea, de una forma de prolongar el placer que me causa una lectura. A la espera de que andando en mis archivos le llegué el turno a El caso de Francis Blake, publico ahora las notas concernientes a La maquinación Voronov, tomadas en el año 2000, y a La extraña cita, en 2003.
Durante el lanzamiento fallido de un cohete soviético -ya hablando de La maquinación Voronov, con guión de Yves Sente y dibujos de André Juillard-, los soldados que han de ir a recoger los restos del ingenio espacial resultan muertos en extrañas circunstancias. Dos días después, a instancias del Moscú, el doctor Voronov y su ayudante, Nastasia, han descubierto que los fallecidos lo han sido a causa de una extraña bacteria. Londres, informado por Nastasia, no tardará en estar al corriente de la cuestión.
Descubierta por Voronov, Nastasia es encerrada en un calabozo de la KGB. Blake, que ha sido su instructor, no tardará en ofrecerse voluntario para ir a liberarla. Nada mejor para ello que hacerse pasar por el ayudante de Mortimer quien, a la sazón, se dispone a asistir a un congreso científico en la capital soviética.
Una vez en Moscú, contando con el apoyo del embajador británico -tras una viñeta en la que se rinde un homenaje a Hergé reproduciendo al camarero del restaurante de El cetro de Ottokar (3ª, pág.19)- se nos descubre que la legación inglesa también esta siendo sometida a una estrecha vigilancia por parte de los rusos. Entre ellos se encuentra Olrik.
Tras librar a Nastasia del KGB, Blake y Mortimer intentan hacerse con una muestra de la enigmática bacteria. Al acudir a la cita con el tipo que se le ha de proporcionar, Olrik y los soviéticos les aguardan. La pelea no tarda en iniciarse y, a resultas de ella, la muestra se pierde en el fondo de un río. Sin embargo, antes de expirar, su contacto en Moscú les indica que se dirijan a una juguetería. En efecto, una vez allí, la muestra le será entregada a Mortimer.
Apremiado por Voronov, Olrik se desplaza a Londres para robar, tras una pelea con un profesor árabe -el tono por la integración racial que rezuma el álbum es sobresaliente-, la muestra que nuestros amigos británicos han llevado hasta allí. Pese a la primera alarma, los ingleses han tomado precauciones y pueden seguir con sus experimentos. De sus resultados concluyen que el virus que está matando a distintos prohombres de Occidente no ataca a los niños. Por eso, cuando los dignatarios son besados por un pequeño, su óbito no tarda en producirse. Todo ello obedece a un siniestro proyecto: Voronov, un nostálgico del estalinismo, está poniendo en marcha su maquinación a espaldas del Kremlin con el fin de que Occidente crea que se trata de una operación soviética y desate una guerra. A consecuencia de ella, el científico y sus amigos podrán acabar con la tímida apertura que comienza a vislumbrarse tras la muerte de Stalin.
Ahora bien, la bacteria resulta ser ineficaz con los niños africanos y asiáticos. De ahí que Mortimer corra en busca de la niña negra adoptada por un blanco -todo un alarde de buena voluntad por parte de los autores, aunque en un principio se me antojara un detalle racista, considerando la dificultad del caso en la Inglaterra de finales de los años 50-, a la que ha visto besar a la Reina Madre en la visita de la soberana a Liverpool.
Detenido Olrik cuando intentaba huir con la pequeña y puestos los soviéticos al corriente de las intenciones de Voronov. El coronel será canjeado por Nastasia -quien aún no ha podido ser sacada de la embajada británica en Moscú-. Tan elegante como siempre, Olrik escapará arrojándose al río mientras se produce el intercambio de prisioneros.
Una vez más, la lectura de las aventuras de Blake y Mortimer han constituido una auténtica maravilla que nos transporta con exactitud a una época. Para ser exactos: 1957.
La extraña cita, guión de Jean Van Hamme y dibujos de Ted Benoit, arranca en 1777. Durante la revolución norteamericana, un mayor del ejército inglés que capitanea un grupo de supervivientes de una batalla es secuestrado por un fantástico rayo que parece procedente de una nave extraterrestre. Considerado un desertor por sus superiores, su familia es deshonrada y privada de la correspondiente pensión.
Ya en 1954, el mayor -cadáver- vuelve a ser depositado en el mismo lugar donde fue capturado. Siendo el militar un antepasado del profesor Mortimer, nuestro héroe entra en acción. De hecho, todas las viñetas en las que se nos ha mostrado la experiencia del militar, se nos descubren en el relato que Mortimer ha hecho a Blake de ella en el avión que les lleva a Estados Unidos. No son sino un flash-back como en el cine. El científico viaja invitado por un centro de investigación espacial; el militar, por sus "colegas de Washington".
Detallista como el resto de la serie, supongo que el aeropuerto de Idlewild donde se despiden es el nombre del aeródromo neoyorquino anterior al John Fitzgerald Kennedy actual. De lo que no hay duda es de que el título original de Horizontes lejanos (Anthony Mann, 1952) es The Far Country. Tal y como leemos en el segundo término de una de las viñetas en que Mortimer corre tras uno de los extraños hombres verdes. Desde el momento en que ha pisado territorio estadounidense, le persiguen agazapados tras sus gafas oscuras. Ni siquiera el profesor asiático que le recibe, Jimmy Tcheng, el ayudante del doctor Kaufman, es quien parece ser.
Tras una serie de persecuciones y luchas con estos extraños seres, cuya única arma consiste en un dispensador de rayos capaz de adormecer durante unas horas a su adversario sin causarle mayor daño, Mortimer es secuestrado por ellos y llevado a su cuartel general, una base subterránea y secreta. Es en ella donde Olrik entra en escena. El eterno antagonista de nuestra pareja luce el mismo uniforme que en la guerra del Espadón. Vuelve a estar a las órdenes de Basam Damdu, a quienes nuestros héroes creyeron derrotar definitivamente en su primera aventura. Siendo éste asiático, tal vez así se explique el racismo que creí apreciar en la maldad de Tcheng, si bien deja constancia del de Jacobs.
El malvado megalómano que los ingleses creían muerto sobrevivió al bombardeo de Lhassa merced a un prodigio del Dr. Z'ong. Es éste un sabio del futuro que, al igual que el resto de los que habíamos creído extraterrestres desde que les vimos su extraña cara verde por primera vez, no es sino un hombre procedente del futuro de la tierra, del siglo LXXXI. Su degeneración es debida al holocausto nuclear al que nuestros gobernantes llevaron a nuestro planeta, de modo que pretenden invadir la Tierra desde nuestro futuro para garantizarse una vida mejor. Si salvaron a Damdu un microsegundo antes de morir a manos de los espadones fue porque les hacía falta un jefe de su calibre para liderar la invasión. Dicha invasión es inminente y Mortimer, una vez se le ha contado todo lo que antecede -y con él a nosotros-, es arrojado a un lago siguiendo las órdenes de Damdu.
Rescatado de las aguas por una joven india del FBI, se nos descubre que los federales sospechaban de la presencia de Olrik en territorio estadounidense, por lo que decidieron ponerse en contacto con Blake. Cuando los hombres del Bureau se disponen a librar una autentica batalla en el más puro estilo secuencia final de James Bond, tan frecuentes en las entregas de la serie ajenas a su creador, resulta que el cuartel general del enemigo está vacío.
Es entonces cuando un profesor mexicano que se encontró con Mortimer en el aeropuerto, en quien siempre creímos ver a un pesado, resulta ser de gran utilidad. Cuando los científicos y los agentes federales no saben cómo dar con los invasores, Ramírez, el tipo en cuestión, habla del plutonio con el que está trabajando para hacer cuatro bombas atómicas. Ése es el botín de los invasores y nuestros amigos parten a su encuentro. Tras la batalla de rigor, Olrik y sus nuevos compinches vuelven a ser derrotados.
A destacar, además del perfeccionismo que cabía esperar, el interés por rescatar antiguos personajes de la serie original, así como su fijación en los años 50. Hasta el punto de que es todo un homenaje a la ciencia ficción de la época.
Publicado el 12 de abril de 2015 a las 22:30.