Apuntes para unas estampas madrileñas (XV)
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Los curiosos de la cuesta Moyano
Guardo dos recuerdos muy queridos de Atocha y sus aledaños. El primero es el del scalextric, que se llamó popularmente al paso elevado que se alzó desde 1968 a 1986 en la glorieta del Emperador Carlos V; el segundo, el de aquellos lectores de los índices de los libros ofertados en los puestos y tenderetes de la cuesta Moyano. El scalextric de Atocha, junto al de Cuatro Caminos, fue una de las más destacadas manifestaciones de la modernidad de aquel Madrid que fue mi pequeño paraíso; los lectores de los índices, una escena familiar, capaz de procurarme un profundo sosiego incluso en mis días mas alborotados.
Con el tiempo, los coches, signo externo de la prosperidad de las familias en ese Madrid que literalmente los alzaba al cielo en los pasos elevados, pasaron a ser la causa principal de los agobios del tráfico. No obstante lo cual, como seguían siendo indispensables, se convirtieron en una de esas cosas necesarias pese a que se tiendan a ocultar -algo así como la prostitución- y los scalextric se soterraron. Hasta ahí todo me encaja.
Supongo que a quienes hojeaban los libros de la cuesta Moyano, como a las viejas enciclopedias, se los habrá llevado el viento de la historia, que arrambla con la letra impresa sin más contemplaciones por mucho que unos pocos nos empeñemos en mitificar el papel. Busco a esos lectores de los índices al curiosear entre las ofertas de los puestos, donde abundan saldados los restos de ediciones de esas novelas, memorias y demás que no respondieron a las expectativas que despertaron las campañas publicitarias que acompañaron sus lanzamientos.
A diferencia de otras épocas de mi vida, que solía hacerlo por la mañana, de un tiempo a esta parte visito la cuesta al atardecer, al salir junto a Cristina de de nuestros paseos por El Retiro. Quiero creer que si faltan aquellos, que para mi sosiego hojeaban los índices en las casetas, es por la hora. Quiero creer que por la mañana aún menudearan esos lectores de antaño. Pero sé que no es verdad. Porque lo cierto es que su tiempo ya ha pasado como el de esas novelas en las que, apenas abandonaron la mesa de novedades, la pena sucedió a la falsa gloria que otorga la publicidad y ahora -que se curiosea en Internet- permanecen soterradas por las nuevas tendencias de la industria.
Publicado el 25 de noviembre de 2014 a las 13:15.