Dos cuentos macabros y otro triste de Eça de Queiroz
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De las no pocas editoriales que he visto nacer y morir en los ya muchos años que llevo atendiendo a estos asuntos, recuerdo con especial cariño a Celeste Ediciones. Especializada en esos títulos pretéritos, de fondo editorial que se les llama porque nunca deberían faltar en el mercado aunque siempre faltan, desarrolló su fugaz actividad en el cambio de siglo. Entre las distintas colecciones que sus responsables pusieron en marcha, hubo delicias como Letra Minúscula. En ella dieron a la estampa selecciones de relatos y fragmentos de obras mayores, siempre de clara vocación fantástica. El número 13 de aquella serie era El difunto y otros cuentos de viva muerte de José María Eça de Queiroz, aparecido con motivo del centenario del óbito en París (dieciséis de abril de 1900) de este maestro de la narrativa portuguesa. Siendo Eça de Queiroz, junto con Fernando Pessoa, mi favorito de las letras lusas, di cuenta de El difunto... con avidez apenas me fue obsequiado por sus editores. Como en tantas otras ocasiones en esta bitácora, lo que sigue son las notas que tomé entonces, tras su deliciosa lectura en julio de 2000:
Obsesionado con una infidelidad que no lo es, merced a las maledicencias de la vieja ama de su esposa, el señor de Lara, un noble segoviano de 1470, obliga a doña Leonor, su bella mujer, a escribir una carta a don Ruy de Cárdenas convocándole para una cita galante. Percatada la gentil Leonor de que la convocatoria no es más que un ardid para dar muerte a un hombre que no merece tal destino, la dama ruega ayuda al cielo.
En efecto, puesto don Ruy a acudir al encuentro, al pasar por el lugar donde se pudren los restos de tres ahorcados, uno de los ajusticiados le ruega al caballero que le baje de la horca. Tras atender al requerimiento del difunto, el espectro cabalga junto a Ruy hasta llegar a la heredad, donde ocupará el sitio que se ha destinado al vivo en la celada.
Descubierto el prodigio, el señor de Lara morirá entre los delirios de la locura mientras que Ruy y su viuda acabarán casándose. Ésta, en líneas generales, es la trama de El difunto.
El Aya, segundo de estos textos, se me ha hecho mucho menos interesante. La historia a contar es ésta: muerto el rey de un lugar y siendo su heredero un niño, un hermano bastardo del monarca pretende el trono. Metido en su empresa, no dudará en secuestrar al pequeño heredero, aún en la cuna, y darle muerte. Pero la esclava que cuida del pequeño, el aya a la que hace referencia el título, sabiendo a las huestes del felón en el castillo, no vacilará en poner a su propio hijo en la cuna del futuro soberano. Será, pues, su vástago quien morirá a manos del bastardo. Puesta a elegir recompensa por tan alta acción en la cámara del tesoro del castillo, la esclava decidirá darse muerte con un precioso puñal que allí se guarda. "He salvado a mi príncipe y ahora voy a dar de mamar a mi hijo", serán sus últimas palabras.
Ese interés por la literatura fantástica, que inspira mis lecturas de un tiempo a esta parte, no ha sido óbice para que, el relato que más me ha interesado de este encomiable libro, sea tan triste como realista. José Matías lleva por título. Mediante la supuesta alocución del narrador a un supuesto compañero en el sepelio del tal José Matías -interlocutor que no somos sino nosotros, los lectores-, se nos introduce en la mayor hazaña del finado. No fue ésta su elevada espiritualidad -muy al gusto del intelectual luso que el autor nos propone-, muy por el contrario, el más excelso de los gestos de José Matías, fue el amor nunca satisfecho que sintió por la bella Elisa. Bastándole contemplar a su dueña de lejos. Asistió impotente a dos matrimonios de ésta y, siendo ella ya viuda, a sus aventuras con un amante más joven.
Doña Elisa, aunque distante, tampoco se ha mostrado indiferente al amor que inspirara en el difunto. Así, estando ya éste en la miseria, pero siempre constante en la faena de mirarla, le proporcionaba los patacones para el vino y el bacalao -tan portugués- que le mantuvieron en pie en sus últimos días. Ni que decir tiene que, enterado Matías de la identidad de su benefactora, rechazó sus favores. Lo que el muerto no puede impedir es que Elisa mande, "a su amante carnal, a acompañar a la tumba y cubrir de flores a su amante espiritual". Bella y original pieza ésta, cierra una selección que se me queda corta.
Publicado el 16 de noviembre de 2014 a las 11:15.