Un maestro del cuento fatalista
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Descubrí al uruguayo Horacio Quiroga en una edición deliciosa De los perseguidos de amor, de locura y de muerte de El Libro Aguilar, colección que siempre imaginé heredera de la Crisol de esta misma editorial. Fue en el 96 y la lectura de cuentos como La gallina degollada me dejó totalmente fascinado. En él se da noticia de la historia de a un matrimonio que sólo es capaz de engendrar hijos anormales. Cuando Berta, la madre, finalmente, da a luz una bella niña, ésta es devorada por hermanos idiotas.
Después llegaron piezas como El almohadón de pluma. Su protagonista es una mujer que agoniza consumida por una extraña enfermedad. El mal resulta ser un parásito gigante, alojado en su almohada, que le está chupando la sangre. El perro rabioso era un maravilloso flash-back donde se contaba la historia de un tipo mordido por un can, que le contagia la enfermedad. Encontrará la muerte a manos de los propios vecinos de su pueblo. En A la deriva -el drama de otro hombre mordido, éste por una serpiente en la jungla, que expirará en la barca con la que intenta llegar a la ciudad- ya había elevado al gran Quiroga al altar de mis cuentistas favoritos, junto Maupassant, Lovecraft y Bradbury.
Allí lo mantenía -y lo mantengo a la espera de la lectura de nuevas colecciones- cuando en 2000, en una de esas entrañables ediciones de Losada, me hice con El salvaje en unos saldos. Todo parecía indicar que estaba abocado al leer al maestro rioplatense en editoriales especialmente entrañables. Si Aguilar lo era por sus colecciones en papel biblia de mi infancia y adolescencia -hoy muy preciadas entre los bibliófilos-, Losada no le iba a la zaga en mis afectos. Con el sello de esta casa argentina, en los remotos años 70, leí En el camino, que se titulaba el On the Road de Kerouac en la traducción de Miguel de Hernani fechada 1959. También leí en Losada los poemas que Blas de Otero reunió en Ángel fieramente humano y Redoble de conciencia y tantos otros de mis primeros favoritos no editados en España por una u otra razón. Creo que, hasta la fecha, mi último libro de Losada han sido los relatos del gran Quiroga reunidos bajo el título de El salvaje. Ya digo, di cuenta de ellos en 2000 y las notas que tomé entonces son las que reproduzco a continuación.
En realidad, El salvaje es un díptico, amén de lo mejor de toda la selección. En la primera de las piezas que lo conforman -El sueño-, el narrador, mediante la conversación que mantiene con un interlocutor, nos refiere cómo, después de haber convivido en una experiencia onírica durante un tiempo con un dinosaurio, al tomar conciencia en su fantasía de ser un imposible hombre que de los días de los grandes saurios, resuelve matar a la bestia. El dramatismo consiste en que, antes de tomar la decisión, el soñador y el dinosaurio han convivido como si éste fuera un animal de compañía.
La realidad, título bajo el que se nos presenta la segunda parte de este interesante díptico sobre los albores de la Humanidad, evoca la que probablemente fue la lucha del hombre contra otros depredadores hasta que nuestros más remotos ancestros consiguieron su primera vivienda. Siendo la imposibilidad de dormir uno de los principales problemas derivados de su carencia, cuando nuestra familia obtiene el techo, Quiroga concluye: "La casa y el sueño estaban conquistados para siempre".
Tras La bofetada, un texto en el que se nos cuenta la animadversión existente entre un peón -un mensú- y su capataz, ese Quiroga que oscila entre la fantasía y el fatalismo; es decir, el Quiroga que tanto me interesara en el 96 en De los perseguidos, de amor, de locura y muerte vuelve a atisbarse en Los cazadores de ratas. En sus páginas se nos refiere la historia de unos colonos que intentan establecerse en un lugar ocupado por unas víboras.
Es costumbre del autor contarnos los asuntos bajo el punto de vista de unos animales, naturalmente antropomorfizados. Quiero recordar Insolación, una de las piezas reunidas en De los perseguidos..., la estremecedora historia de un perro que presiente la muerte de su amo, un colono inglés en la llanura del Chaco (Argentina). El óbito traerá nefastas consecuencias para el animal cuando caiga en manos de los indios, cuyos perros viven "flacos y sarnosos". Sin abandonar esa primera selección de Horacio Quiroga que tuve oportunidad de leer, Yaguaí el protagonista del relato homónimo, es un fox-terrier de destino atroz, disparado por su propio amo cuando intenta volver a casa.
Fabulista con todas las de la ley merced a sus animales antropomorfizados, a diferencia del resto de los grandes del género -Esopo. La Fontaine, Samaniego-, Quiroga no tiene inquietud moral alguna. La de sus fracasos es una de las dimensiones más auténticas del ser humano y el desdichado maestro uruguayo parece querer abundar en esto mismo. En Los cazadores de ratas los reptiles acaban subjetivizando la narración antes de dar muerte al hijo de quienes las desplazan.
Los inmigrantes, sin duda inspirado en los padecimientos de los europeos que intentaban establecerse en América Latina a comienzos del siglo XX, nos cuenta la experiencia de un matrimonio alemán envuelto en una penosa marcha. Embarazada y agonizante, ella perecerá en el camino.
A esta misma línea fatalista cabe adscribir Los cementerios belgas. En sus páginas se nos cuenta la historia, probablemente acaecida en la Primera Guerra Mundial, de una caravana de huidos, cuyos hijos se mueren. Pese a ello, se verán obligados a dar sus últimos alimentos a un destacamento de artilleros. La reina italiana nos cuenta como las abejas matan a picotazos al hijo de unos colonos.
A excepción de La pasión, pieza en la que el Judío Errante argumenta sus dudas sobre la misericordia divina recordando que Judas y Pilatos fueron perdonados, y él no, los textos que menos me han interesado son los reunidos en el capítulo titulado Cuadro laico. A partir de entonces, poco queda del Quiroga que tanto admiro en su fatalismo y en su antropomorfización de los animales.
Tres cartas y un pie es una aproximación a ciertas costumbres de las mujeres que viajaban en los tranvías de Buenos Aires, La llama una fantasía en la que se nos refiere una anécdota acerca de Baudelaire en boca de alguien que supuestamente lo conoció.
El resto son historias de amor, más o menos paradójicas. La última de ellas, trata de una boda por poderes y de cómo el apoderado del novio acaba siendo el marido de la novia.
A destacar una única excepción, Estefanía. En ella se nos cuenta la triste experiencia de un hombre apocado que adoró a su esposa. Muerta ella, nuestro protagonista vuelca todo su cariño en su hija. Llegado el momento ve cómo la muchacha se enamora de un hombre y se hace a la idea de perderla. Tras romper la joven con aquel primer amor, conocerá a otro muchacho del que volverá a enamorarse. Cuando éste también la abandona, ella decide suicidarse. Por mero trámite, su padre es detenido tras el suceso. En la cárcel será maltratado por los otros presos para regocijo de los guardianes, como suele ocurrirle a los débiles que no se saben hacer valer entre los despiadados. El infeliz amanecerá muerto tras su primera noche entre rejas. Pese a que el fatalismo de Quiroga vuelve a atisbarse, el cuento se me antoja más próximo a lasa tristezas de Truman Capote.
Publicado el 7 de noviembre de 2014 a las 11:30.