Entrevista con el vampiro
Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre Entrevista con el vampiro, de Anne Rice
Una vez más he de reconocer que mi sempiterno prejuicio hacia todo lo que sea popular, mayoritario, gregario en definitiva, me había impedido descubrir una gran obra a su debido tiempo. Pero fue el caso que hace un par de años, el fragmento de Anne Rice incluido en Los nuevos góticos me resultó uno de los mejores de aquella la selección y desde entonces venía dándole vueltas a la lectura de la novela. Acometida hace unos días, éstas son mis conclusiones.
Muy probablemente, la Rice última, la que en las postrimerías del amado siglo XX descubrió el cristianismo tras una vida de atea confesa, para empezar a escribir novelas sobre Cristo con las mismas que antes las había escrito sobre Louis, Lestat y otros vampiros, no sea más que una excéntrica autora de best sellers, que además ha vuelto a perder la fe, al menos en la Iglesia. Dicho de otra manera, muy probablemente, la Rice de ahora es aquella que yo no quise leer por popular. Sin embargo, la que en 1976 publicó Entrevista con el vampiro fue la autora que dividió en un antes y un después de ella la literatura de miedo.
Como los lectores de esta bitácora ya saben, de antiguo tengo la teoría -desarrollada más detenidamente en El cine de terror de la Universal (T & B, Madrid, 2004 y 2006) y No halagaron opiniones (Huerga y Fierro, Madrid, 2014)- de que el vampiro, tal y como lo entendemos, no tiene su origen en el sobrevalorada Drácula de Bram Stoker. A mi juicio, el chupador de sangre -como le llaman los lectores de Anne Rice-, dejando a un lado a Vlad e empalador y los antecedentes históricos, tiene su origen literario en El vampiro (1819), de John Polidori. Aunque los verdaderos ancestros de la bestia en la mitología popular son cinematográficos y se remontan al Drácula (1931), del gran Tod Browning.
Desde entonces hasta la publicación Entrevista con el vampiro, cuanto al chupador de sangre concernía había sido, básicamente, un asunto estético: la elegancia y el poder de seducción del conde, impronta inequívoca de Browning, el primero que viste con un frac a Drácula y lo muestra seduciendo a mujeres. Pero, como dijo alguien muy sabio, no hay estética sin ética, "todas las decisiones estéticas son morales", escribe la propia Anne Rice en boca de Louis (pág. 87). En cuanto concierne a la inmortalidad, donde podía haber habido ética para dar y tomar en el desmesurado Drácula de Stoker no hay nada, ni el más mínimo apunte.
Más aún, salvo error u omisión, creo que antes de Entrevista con el vampiro no hay ninguna novela sobre los chupadores de sangre que tenga la inquietud moral de la Rice. Ya en la página 22, cuando Louis de Pointe de Lac comenta a su entrevistador que el mal siempre es posible -porque lo frecuente es rendirse a todo tipo de codicias y apetitos, y no la renuncia de la virtud- me ha ganado la hondura moral del discurso de la autora.
Apesadumbrado al considerarse el culpable de la muerte de su hermano, Louis, un criollo de la nueva Nueva Orleans de finales del siglo XVIII -1791 para ser exactos-, ha perdido el gusto por la vida. Así están las cosas cuando el vampiro Lestat se presenta en Pointe de Lac, la plantación de Louis, para ofrecerle la inmortalidad. Aunque, al parecer, en las sucesivas entregas de estas Crónicas vampíricas que Entrevista... inaugura se abunda en los motivos que llevan a Lestat a acercarse a Louis y se dan otros, aquí se dice que Lestat quiere hacerse con la plantación para encontrar allí un lugar donde meter a su anciano padre.
A diferencia de otras novelas que he reseñado en entradas recientes, cuya lectura se me quedaba tan lejana como el visionado de sus adaptaciones cinematográficas -las notas reproducidas eran de más de hace diez años-, he vuelto a ver ex profeso la excelente adaptación de estas excelentes páginas llevada a cabo por Neil Jordan en 1994. Aunque hay cosas que en la película no aparecen o están cambiadas -por ejemplo, en la cinta, Louis pierde las ganas de vivir tras la muerte de su mujer-, en líneas generales, es una adaptación fidedigna. Al pie de la letra, incluso cabría decir. Tanto es así que una de las consideraciones de Rice que más me han llamado la atención, el referido a París como la madre de Nueva Orleans, se repite exactamente igual en la película. No hay duda de que el guión del filme de Jordan también es de Rice.
De modo que fue ella, la autora de la novela quien también decidió omitir los pasajes del libro que faltan en la película. Entre éstos se encuentra el referido a Babette Freniere, la vecina de Louis. El episodio, que precisamente fue el que me descubrió el universo de Anne Rice en Los nuevos góticos, se remonta a cuando el joven Freniere -hermano de Babette- es víctima de Lestat tras salir victorioso de un duelo. Louis, sinceramente preocupado por el destino de la familia sin que el debió ser el hombre de la casa, avanzando en el texto, acaba enamorándose de Babette. Cuando los esclavos de Pointe de Lac comprenden que Louis y Lestat son unos vampiros, los condenados buscan refugio en casa de Babette, pero ella les traiciona e intenta matar a Louis.
Por el contrario, eso de llamar al vampirismo "el don de la oscuridad" es un hallazgo de la película. En el libro no aparece por ningún lado. Con todo, para Louis, católico convencido, más que don es una maldición. Su problema para alimentarse de humanos será una constante a lo largo de todo el relato pues se niega a matar a sus semejantes. La duda en la que se debate Louis alcanza uno de sus momentos álgidos en la visita a una iglesia, donde hace del cura una de sus primeras víctimas.
Sin embargo, la gran víctima de Louis será Claudia, una niña de cinco años a la que encuentra junto al cadáver de su madre durante una epidemia desatada en la ciudad. El vampiro, apesadumbrado, intenta darle muerte para aliviar su sufrimiento. Pero acaba alimentándose con ella hasta que Lestat acaba el trabajo otorgándole el don de la oscuridad.
Convertida Claudia en una niña vampiro, los tres juntos constituyen algo parecido a una familia. Pasarán sesenta y cinco años aunque Claudia, aparentemente, sigue siendo una niña de cinco. A diferencia de Louis, no tiene ningún problema para matar a cuantos se acercan a ella encandilados por su aparente candor. En compañía de Lestat es capaz de perpetrar matanzas que acaban con familias enteras. Enamorada de Louis como la mujer que en realidad es, comparte con él ataúd. Por su parte, Louis ve en ella a una hija, a una amante -sin sexo- y a una compañera. Como los humanos, los vampiros de Anne Rice tienen uno de sus principales problemas en la soledad. Si cabe, en los condenados el drama de la compañía es más grande porque han de afrontar la eternidad entera.
Siendo eso que anuncia ser, una entrevista, esta primera entrega de las Crónica vampíricas se articula en torno a un diálogo entre Louis y su entrevistador. A la postre, el recurso ha acabado por cansarme. Como empezaba a hacerlo la experiencia de Nueva Orleans, que comprende toda la Primera Parte de la novela, a la que pone punto y final la aparente muerte de Lestat. Días antes de llevarla a cabo, desde que ha comprendido que su destino es ser una mujer eterna encerrada en el cuerpo de una niña pequeña, Claudia discute constantemente con su creador. Tanto ella como Louis tienen el convencimiento de que Lestat no les cuenta cuanto sabe del don de la oscuridad. Pero es Claudia quien ofrece a Lestat unos gemelos como víctimas. Cuando comienza sangrarles descubre que los infelices habían bebido ajenjo -un veneno letal para los vampiros- y Claudia, ante la indecisión de Louis, se aprovecha de que Lestat está en trance de muerte para acuchillarle y arrojarle al pantano. Con todo, el vampiro vuelve a la casa la misma noche en que sus antiguos compañeros se embarcan rumbo a Europa en busca de los orígenes del vampirismo.
Ya en la Segunda Parte de la novela, tras un periplo por el Mediterráneo, Louis y Claudia arriban en el Viejo Continente y se dirigen a la Europa Central. Los vampiros que allí encuentran son meros espectros, bestias que matan brutalmente a sus victimas, no seres refinados como ellos. Esta Segunda, es la parte más breve y menos lograda de un texto que, precisamente por estar más atento a la soledad y la ética de los vampiros que al miedo que los chupadores de sangre causan en sus víctimas es uno de los más sobresalientes sobre el tema que he tenido oportunidad de leer.
Quienes sí son sujetos tan refinados como despiadados son los condenados que encuentran reunidos en torno a Armand en el Teatro de los Vampiros del París decimonónico. Ya estamos en la Tercera Parte de la novela. Armand, con sus cuatrocientos años, asegura ser el vampiro más viejo. Al frente de su tropa de sangradores sacrifican a sus víctimas de cara al público, haciendo pasar el crimen por un espectáculo.
Desde que Santiago, uno de los acólitos de Armand, descubre a Louis en un callejón, la desconfianza entre los parisinos y los criollos es mutua. Sólo Armand, quien desde el primer momento se siente atraído por Louis, consigue frenar los instintos de sus acólitos para con los americanos. Los franceses desconfían de una niña vampiro y están convencidos de que mataron a su creador. Según su ley, dar muerte a quien les convirtió en vampiros, es el mayor delito que puede cometer uno de ellos.
No obstante lo cual, Claudia -siempre con el miedo a quedarse solos frente a la eternidad de nuestros condenados-, dando por sentado que Louis va a dejarla por Armand, le pide que antes de hacerlo convierta en vampiro a Madeleine. Esta última es una fabricante de muñecas que desea la conversión con todas sus fuerzas. De este modo podrá ser la eterna madre de la terrible niña. Tras muchas reticencias, Louis accede.
Apenas han comenzado a disfrutar de todo ese tiempo del mundo que les aguarda cuando la cohorte del teatro cae sobre ellos. Aunque también se omite en la película, Lestat ha viajado desde América para confirmar lo que ya sospechaban los parisinos: Claudia intentó matarle. Armand consigue liberar a Louis -a quien el propio Lestat exculpó cuando se lo llevaron los del Teatro- del ataúd sellado donde se le ha confinado para la eternidad. Pero Claudia y Madeleine son expuestas a la luz del sol y destruidas. Louis, por su parte, se vengará incendiando el Teatro de los Vampiros con todos ellos dentro.
En la Cuarta Parte se nos habla, por elipsis, de los viajes de Louis y Armand hasta que también se acaban por separar. Así llegamos al siglo XX, cuando Louis vuelve a Nueva Orleans. Ya no tiene problemas en alimentarse de quien le sale al paso. Finalmente se encuentra con otro vampiro y, tras seguirle, da con un Lestat decrépito y desvencijado que le estaba esperando con cariño. Pero Louis no se queda con él.
Cuando el vampiro termina de contar su historia, su entrevistador, fascinado por los poderes del don de las sombras, quiere que lo convierta. Louis, no obstante las primeras reticencias, acaba por comenzar a sangrarle hasta que el joven pierde el conocimiento. Cuando lo recupera va en busca de Lestat.
No he leído el resto de las Crónicas..., pero, al haber nacido al socaire del éxito de ésta, me da la sensación de que carecen de esa profundidad que da a esta primera el debate de Louis ante el bien y el mal, así como el miedo de todos los vampiros a la soledad. Tan semejante al de esos humanos de los que se alimentan, pero más angustioso visto desde la perspectiva que da la eternidad.
Publicado el 21 de agosto de 2014 a las 00:00.