Recordando al gran Ray Bradbury
Archivado en: Cuaderno de lecturas, Distopías, Ray Bradbury
"Vivían y me hablaban", dice uno de los bibliófilos de la adaptación de Fahrenheit 451 llevada al cine por François Truffaut en 1966 y se dispone a ser quemado junto a sus libros. Suele creerse que esta conmovedora despedida obra en el original literario de Ray Bradbury. Sin embargo, es una cita que el gran Truffaut extrajo de uno de sus textos favoritos, Los libros de mi vida, un recuento de sus lecturas copilado por Henry Miller. Pero a buen seguro que Bradbury la hubiera suscrito.
Esa sublime entrega al holocausto por parte del bibliófilo hace al propio Montag -el bombero encargado de quemar los libros porque "leer hace pensar y quien piensa no es feliz"- replantearse su abominable empleo. Y el sacrificio pareció resonar en el óbito del maestro de la ciencia ficción, uno de los grandes cuentistas del siglo XX, hace ahora un par de años. Bradbury murió cuando el libro estaba siendo saqueado impunemente por las nuevas tecnologías -y sigue estándolo-, con la complicidad de cuantos piensan desde antiguo que tienen que ser gratis.
Siempre afecto al pasado, al amado siglo XX, lo que fue toda una paradoja en un autor futurista, entre las distintas interpretaciones que se desprenden de Fahrenheit 451 -título que alude a la temperatura a la que arde el papel de los libros- hay toda una advocación. Es la referida a los riesgos de esas culturas, como la que parece despuntar con las nuevas tecnologías de nuestro nefasto siglo XXI, que relegan la lectura con las mismas que demedian la escritura hasta reducirla a las letras que bastan para que se adivine el significado de un SMS.
Resulta toda una ironía del destino que Bradbury, que siempre leyó con la avidez del biblioencandilado y como el autodidacta que fue anteponía las bibliotecas incluso a los colegios y las universidades, iniciara precisamente entonces su último viaje interplanetario. Bien es cierto que Aristóteles no abrió un libro en su vida. Cuanto leyó estaba en una tablilla más semejante a las tabletas de nuestros infaustos días que a los textos del amado siglo XX. Pero ese afán de saber del filósofo no existe en nuestro tiempo. Ahora se queman los libros -léase roban en Internet- como se maltrata a los maestros en las escuelas: porque no se les respeta. Y cuando se exhorta a olvidar la crisis con las alegrías que depare el fútbol, cabe pensar que ahora también se queman los libros porque hacen pensar y quien piensa es mucho menos feliz que quien enloquece con los goles.
En contra de lo que suele considerarse, la ciencia ficción es un género muy apegado a la realidad de cuando se conciben sus asuntos. He ahí otra paradoja. El gran Ray Bradbury, con esos bomberos de Fahrenheit 451 que quemaban los libros, anticipó hace casi cincuenta años una estampa que cada vez se asemeja más a la de nuestros días. En su distopía, él, que siempre supo que los libros valen infinitamente más de lo que cuestan, hubiese sido uno de aquellos bibliófilos que se los aprendían de memoria para legar su contenido a las generaciones venideras. Porque llegará el día en que alguien abra un libro y se crea que es un SMS con todas las letras.
Publicado el 4 de junio de 2014 a las 16:00.