Un pilar de "La Comedia Humana"
Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre "El tío Goriot", de Honoré de Balzac
Hace algunos años, hablando con un prestigioso traductor, me contó que las traducciones tienen fecha de caducidad porque el lenguaje es una cosa en constante evolución. En efecto, ya no se dice aquello de "por mor de" y tantas otras expresiones que aún pueden leerse en las versiones españolas de la novelas extranjeras editadas en nuestro país hace sesenta u ochenta años. Cuando la gente, en efecto, utilizaba esa aféresis de "amor" que es "mor" en su lenguaje coloquial. No hay duda: algo chirría al abrir un libro y encontrarse con una traducción pretérita. Como también chirría, más incluso, en esas películas antiguas -que tanto amo- que al engolamiento del doblaje de antaño suman los arcaísmos de la traducción pretérita.
Sin embargo, todo esto para mí no cuenta respetó a la mítica versión española de Rafael Cansinos Assens de La Comedia Humana para la editorial Aguilar. Data de los años 40, fue aquella que admiré fugazmente en un mercadillo del puerto de Santander en el 96 y es la que predomina en las diferentes novelas del ciclo que voy atesorando. Creo que leer a Balzac en el lenguaje de nuestros días sería lo que sí se me haría raro. Ese uso enclítico de los pronombres -"hallase" por "se halla"- que hace Cansinos Assens o esa utilización de palabras como "sofión", que no había vuelto a oír desde que se murió mi madre, se me antoja mucho más apropiado para El tío Goriot, cuyo asunto arranca a finales de noviembre de 1819, que el lenguaje de nuestros días. Aunque he de reconocer que la traducción de los nombres me resulta chocante. El Delphine original, por ejemplo, se me antoja más bonito que Delfina, que es como se presenta aquí a la baronesa.
Estamos en la pensión burguesa de madame Vauquer. Lo de "burguesa", para el sentido que damos ahora a la palabra no es más que un decir. En realidad, se trata de una casa de huéspedes bastante cutre que "huele a cerrado, enmohecido" (pag.10). Yo la imagino, evocando Mano a mano, el célebre tango de Celedonio Flores, como una de esas casas de pensión donde se gambeteaba la pobreza.
Los pensionistas
Tras la presentación del establecimiento y de su dueña, "de unos cincuenta años, que se parece a todas esas mujeres que han pasado calamidades en la vida", el maestro nos introduce en los protagonistas de su drama. De Vitorina Taillifer sabemos que es una muchacha despreciada por su padre, quien presta sus atenciones a su otro hijo. Ocupa un modesto cuarto junto a madame Couture, una viuda que "le hacía de madre". A su lado se hospeda la solterona mademoiselle Michonneau y, en el cuarto contiguo, el tío Goriot, un viudo de unos sesenta y nueve años que hizo fortuna vendiendo pastas y fideos. Ya en la buhardilla, habitan Silvia, la gruesa cocinera, y Cristóbal, el mozo. No falta en la parroquia Bianchon, aquí estudiante de medicina. Con el tiempo, amén del médico de todas las novelas del ciclo, será aquel a quien, al parecer, llamará el propio Balzac en su lecho postrero y ya rondándole La Parca.
Entre el resto de los pensionistas -y mediopensionistas que sólo van a comer-, hasta un total de dieciocho, destacan dos de los principales protagonistas de La Comedia Humana, quienes aquí hacen su aparición por primera vez: Eugenio de Rastignac y Jacques Collin, en esta ocasión bajo el nombre de Vautrin. Rastignac es un estudiante de Derecho, llegado de la provincia a París, dispuesto a medrar socialmente; Vautrin, un tipo intrigante de unos cuarenta años -"que gasta patillas y se las tiñe"- en el que ya se presumen todos esos crímenes que se irán sabiendo en las siguientes novelas del ciclo.
En las líneas referidas al descubrimiento por parte de Rastignac de esos salones del gran mundo -que tanto gustaban a Balzac- se volverá a dar noticia de la duquesa de Langeais. La dama ya me era conocida por la segunda entrega de La historia de los trece, una serie anterior de la comedia de la que la duquesa de Langeais, protagoniza y da título a su segunda novela. Siento una especial debilidad por esta señora.
Antes de volver a saber de la duquesa -quien en la entrega a ella dedicada acaba penando sus amores por Armand de Montriveau en la clausura de un convento en Mallorca-, en la pensión burguesa de madame Vauquer nuestra patrona ve en Goriot un buen partido e intenta camelarle para que se case con ella. Como el viudo venera la memoria de su esposa y no está por la labor, la dueña de la pensión, despechada, comienza a difamarle entre los otros huéspedes. Goriot no tarda en convertirse en el hazmerreír de la pensión. Es, además, el destinatario de las peores raciones. Silvia, incluso le enjareta la leche que ha empezado a beber el gato.
Pero el anciano se muestra indolente ante los desprecios y las mezquindades de todos. Siendo el caso que empieza a descuidar su aspecto y se cambia a un cuarto más económico, madame Vauquer estima que Goriot está dilapidando su fortuna con las dos elegantes jovencitas que le visitan. Por más que el antiguo fabricante de fideos insista que son sus hijas, ella está convencida de que son sus amantes. Influenciados por la patrona, los huéspedes también lo creen así.
Un inciso
Puesto a dar noticia de un desayuno, con los pensionistas inmersos en sus murmuraciones, esta vez a cuenta de unos objetos de plata que el viudo acaba de ir a vender, Balzac alumbra uno de los fragmentos mas dinámicos que he tenido oportunidad de leerle (págs. 31 a 35). De ordinario, los diálogos no suelen gustarme porque esponjan la narración. Pero en este caso, el maestro los convierte en un duelo de ingenio, articulado además en torno a un cantable de una ópera que entona Vautrin. Parece ser que estamos ante una pieza original de Étienne y Nicolo, representada en 1814 y titulada Joconde o los corredores de aventuras. Pero lo que a mí me ha llamado la atención de los versos que entona el bribón -"He corrido mucho mundo,/ en todas partes me han visto"- es la similitud con los dos primeros de He andado muchos caminos, el célebre poema de Antonio Machado: "He andado muchos caminos, he abierto muchas veredas". ¿Leyó Machado, tan afrancesado como era, al gran Balzac?..
En cualquier caso, me trae sin cuidado. Machado no me despierta ningún interés, ni su obra ni su manida quintaesencia. De hecho, me aburre la generación del 98 en su conjunto. Baroja sería al único que salvaría de mi quema. Pero Machado, cuya poesía completa leí en luna edición de la Colección Austral en mi adolescencia, buscando solaz a las primeras decepciones que me deparó la vida, hoy -que ya estoy avezado en sortear grandes desastres- sería el primero que ardería en mi hoguera. Incluso confieso sentir verdadera animadversión hacia Unamuno por las injurias que vertió sobre mi admirado Francisco Ferrer i Guardia, con motivo de la injusta condena a muerte del fundador de la Escuela Moderna, por los sucesos de la Semana Trágica barcelonesa. Un Caso Dreyfuss a la española. Ya ejecutado Ferrer i Guardia y absuelto por la historia de un crimen que no cometió, aunque le costó la vida, el bueno de don Miguel tuvo a bien escribir: "No quise enterarme si a Ferrer, a aquel Ferrer cuya obra tanto me repugnaba y sigue repugnándome, se le condenó injusta e ilegalmente. (...) Sí, hace años pequé y pequé gravemente contra la santidad de la justicia. El inquisidor que llevamos todos los españoles dentro me hizo ponerme al lado de un tribunal inquisitorial, de un tribunal que juzgó por motivos secretos -y siempre injustos- y buscó luego sofismas con que cohonestarlo" (M. de Unamuno, Obras completas, tomo X, página 393, Afrodisio Aguado).
Yo soy español y no llevó a ningún inquisidor dentro. No quiero pontificar -de ahí mi desprecio absoluto por la política- y me trae sin cuidado que cada uno haga lo que le venga en gana. Admiro a Balzac -que es a lo que voy ahora- por la magnitud de su obra: doy por sentado que me moriré sin haber leído La Comedia Humana entera. Sin embargo, en ese diálogo del desayuno que tanto me maravilla, el maestro de las descripciones exhaustivas reduce su genio a la mínima expresión. Las frases, con un ritmo y un primor infrecuentes, se suceden como en una película de Ernst Lubitsch, dando lugar a una escena de la vida cotidiana.
Esplendores y miserias del gran mundo
Sin embargo, es a las Escenas de vida privada a la serie de La Comedia... a la que pertenece El tío Goriot. Ya andando en sus páginas -sin más división que los puntos y aparte que separan los párrafos, lo que muy probablemente se deba a mi edición-, cuando Eugenio de Rastignac se dispone a comenzar su escalada social en el salón de la bella condesa de Restaud, ve salir por la puerta de atrás a Goriot. Al referirse a él sin el debido monsieur que manda la etiqueta, siente que no ha podido empezar con peor pie. Desolado al abandonar la residencia, decide ir a pedir consejo a su prima, la vizcondesa madame de Beauséant cuando ésta termina de despedirse de su amante, el marqués portugués d' Ajuda-Pinto. Aunque también molesta a la vizcondesa, se sincera al punto con ella y madame, junto a duquesa de Langeais que llega en ese momento, ponen al estudiante en antecedentes. La condesa de Restaud es en efecto hija de Goriot y la otra hija del ex fabricante de fideos, Delfina, es la baronesa de Nucingen. Sí señor, la esposa de Fréderic de Nucingen, el barón banquero, de origen alemán, que en Esplendores y miserias de las cortesanas pondrá un piso a Esther, la enamorada de Lucien Chardon de Rubempré.
Empero sus grandes yernos, Goriot sigue haciéndose cargo de las deudas que contraen sus hijas. De hecho, si se la ha visto en casa de madame Restaud es porque el buen hombre -como naturalmente se refiere a él Balzac- ha vendido unos objetos de plata que tanto han intrigado en la pensión y ha empezado a hacer economías para pagar las deudas contraídas por el amante de su hija mayor, Anastasia, la condesa de Restaud, de las que ella se ha hecho cargo.
Como se ve, en El tío Goriot -Papá Goriot en traducción literal- quedan trazadas las líneas maestras de La Comedia... No es de extrañar que los estudiosos consideren esta pieza, en verdad breve para lo que puede llegar a ser Balzac, uno de los pilares de todo el ciclo además de una de sus obras maestras. Goriot, contrapunto del padre avaro que es Félix Grandet -el progenitor de Eugenia en la novela que ésta da título- no vuelve a intervenir en el ciclo. Pero Vautrin y Rastignac serán dos de sus principales protagonistas y aquí aparecen por primera vez. El estudiante, tras la decepción que le producirá el gran mundo al final del texto, sabrá sobreponerse y medrar -llegará a ser par de Francia en las sucesivas entregas- sin renunciar a su ética. Vautrin es un cínico, que dice alzarse por encima de todo, incluso de las leyes (pág. 76) y quiere terminar su vida de crímenes, engaños y corrupciones como dueño de una plantación llena de esclavos en Estados Unidos.
Aunque se imagina la homosexualidad de Vautrin dada su inclinación por los jóvenes llegados a París para hacer carrera, es aquí donde, por única vez de todas las entregas que he podido leer hasta ahora se dice que no le gustan las mujeres. De modo que, sintiéndose tan atraído por Rastignac como andando en La Comedia... lo estará por Lucien de Rubempré, Vautrin, cuando el estudiante le devuelve una cantidad que le ha pedido prestada unos días antes, comprende que le han mandado dinero su casa. Y también adivinas los grandes sacrificios que ha costado allí que el pueda hacerse con todo el vestuario y demás ostentaciones necesarias para abrirse camino en el gran mundo. Vautrin hace un comentario jocoso y Rastignac está a punto de desafiarle. Pero la preocupación de Vitorina ante el duelo deja ver al bribón los sentimientos que la muchacha siente por Rastignac. A reglón seguido, Vautrin ha urdido un plan: "Usted me sugiere una idea. Los voy a hacer felices a los dos", anuncia al final de la pág. 71.
Tras asegurarle que es capaz de de meter cinco balas seguidas en un naipe a treinta y cinco pasos de distancia y contemporizar con el estudiante, Vautrin comienza a exponerle sus singulares ideas sobre la sociedad. Aunque indiscutiblemente ciertas y plenas de vigencia en nuestros días -"la corrupción abunda, el talento escasea" (pag. 75)- también constituyen toda una exaltación del crimen ya que, a su juicio, el "hombre superior" está por encima de las leyes. La exposición, uno de los más brillantes ejercicios de cinismo que he tenido oportunidad de leer, se prolonga en un largo párrafo que se extiende entre las págs. 72 y 77. Allí, Vautrin dice ser como don Quijote, siempre presto a la defensa del débil.
Al cabo, lo que Vautrin propone a Rastignac es que enamore a mademoiselle Taillifer. Por su parte, Vautrin hará que uno de sus compinches desafíe y dé muerte en el subsiguiente duelo al hermano de la muchacha. Esto convertirá a Vitorina en heredera de un millón de francos. Ya casados, "entre beso y beso", Rastignac le pedirá a su esposa doscientos mil francos para saldar una deuda y se los dará a Vautrin por el favor prestado. Con dicho capital, el intrigante podría comprar sus esclavos.
Pero el estudiante no se deja corromper tan fácilmente como Lucien en Esplendores y miserias de las cortesanas. Merced a un plan trazado junto a su prima, la vizcondesa madame de Beauséant -quien se aflige consciente de que su amante, el marqués d' Ajuda-Pinto va casarse-, Rastignac es presentado a la baronesa Delfina de Nucingen, la esposa del barón alsaciano que será el pérfido banquero de La Comedia... Entre vistas y bailes en los italianos, esta segunda hija de Goriot no tarda en enamorarse del estudiante y convertirse en su amante. La relación hace de Rastignac en uno de los favoritos del gran mundo, grajeándole además la confianza de Goriot, pues el anciano siempre está ávido de las noticias de su hija que le da el estudiante tras cada nuevo encuentro con ella.
En contra de lo que imaginé, Rastignac no se presta a la maquinación de Vautrin. Es más, cuando tiene noticia de que va a celebrarse el duelo en el que el joven Taillifer va a perder la vida, está apunto de impedirlo. Pero Vautrin, muy astutamente, pone en marcha en la pensión una sobremesa regada con champán y licores de la que el estudiante sale borracho y no puede frenar el asesinato del hermano de Vitorina.
Aunque esta muerte será inútil y quedará impune, Vautrin acabará siendo presa de la justicia. Hay entre los pensionistas un anciano, que, en su presentación junto al resto de los huéspedes, Balzac nos lo ha descrito como un funcionario que se diría pasó su vida empleado "en el negociado adonde los verdugos mandan sus facturas, la cuenta de los velos negros suministrados para los parricidas". Responde al nombre de Poirert. Cuando el maestro vuelve a hablarnos de él nos lo muestra conversando, junto a mademoiselle Michonneau, con un comisario de policía. Éste les hace saber que tienen sobrados motivos para pensar que Vautrin no es otro que Jacques Collin -verdadero nombre del gran villano de La Comedia...- un condenado a trabajos forzados que se ha fugado. Como volverá a contarnos Balzac puesto a referirnos los antecedentes del bribón en Esplendores y miserias..., Collin -conocido por Carlos Herrera en aquel caso- es todo un paladín entre los criminales. De hecho, los penados le hacen depositarios de sus botines mientras están en la cárcel. Para desenmascararle, mademoiselle Michonneau ha de hacer beber a Vautrin una pócima que le dormirá el tiempo suficiente para que puedan comprobar si luce en su espalda el estigma con el que la justicia marca a los criminales.
Dicho y hecho. Vautrin, en efecto, resulta ser Collin. Al comisario le gustaría que se resistiera a su detención para así poder darle una muerte que sin duda se merece y ahorrar al estado los gastos que su proceso y confinamiento conllevan. Toda una justificación de la ley de fugas. Pero el fugado, consciente de ello, no ofrece ninguna resistencia y se entrega haciendo un nuevo alarde su cinismo, con todos sus compañeros de pensión como testigos, reconociendo quien es. La perorata que suelta en esta ocasión resulta tan convincente que, apenas se lo llevan, los huéspedes de madame Vauquer deciden abandonar la casa para no convivir con dos soplones como mademoiselle Michonneau y Poiret.
Sé de antiguo que el del adulterio es todo un género novelístico que, quizás por tener en Madame Bovary una de sus más reconocidas obras maestras, se asocia especialmente a la novela francesa. Si bien no hay que olvidar que La regenta también puede adscribirse a dicho género, es cierto que en Clarín, en España en general, el adulterio no es esa institución que parece ser entre la burguesía francesa y, desde luego en el gran mundo de Balzac. Como español no deja de chocarme la naturalidad con la que el tío Goriot, además de ver el lío de su Defina con Rastignac con el mismo entusiasmo que si fuera un amor inmaculado, decide gastar una buena parte del poco dinero que se ha reservado para sus últimos años en ponerles un piso. A cambio, el anciano feliz con que le dejen ocupar uno de las habitaciones para estar así más cerca de su hija.
Y está a punto de conseguirlo cuando Delfina le hace saber que su marido no le puede devolver el dinero de su dote, que le ha pedido, porque lo ha invertido a su nombre. Goriot cree que todo obedece a una maniobra de Nucingen para quedarse con el dinero de su hija, el capital que él ganó vendiendo fideos y pastas italianas.
Pero los verdaderos problemas con el dinero aún están por venir y es su otra hija, Anastasia, quien los trae cuando Goriot no se ha recuperado del disgusto de las nuevas de Delfina. Monsieur de Trailles, el amante de la condesa de Restaud ha seguido jugando y ella haciéndose cargo de las deudas. Para pagarlas se ha visto obligado a empeñar un collar que fuera de su suegra. El marqués se ha enterado. Ha recuperado la joya pero, a diferencia de Nucingen y Goriot, no acepta la aventura de la marquesa con Tarilles. El silencio se impone por el bien del hijo del matrimonio. No obstante lo cual, le ha obligado a poner todo el dinero a su nombre sin posibilidad alguna de recuperarlo. Así pues, Anastasia ni siquiera puede pagar el vestido ha encargado para ir al baile que madame de Beauséant va a celebrar en su casa. La vizcondesa, afligida por la inminente boda de su amante, el marqués d' Ajuda-Pinto, abandona a París para irse a vivir a provincias y allí dedicar su vida a rezar.
Todo el gran mundo acudirá a la última cita de la mentora de Rastignac en su escalada social. Para que su hija menor no falte al baile, que se anuncia como uno de los grandes acontecimientos de la temporada, Goriot parece sobreponerse al disgusto de ver a sus dos hijas despojadas de la fortuna, que con tanto esfuerzo les ha legado, para salir a vender lo último que le queda y juntar algo de dinero para que Anastasia pueda pagar a la modista.
El final del drama no tarda en desatarse. El tío Goriot no consigue hacerse a la idea de que Delfina y Anastasia han sido despojadas de sus fortunas y entra en trance de muerte. Su agonía será larga, en un primer momento y sólo asistirán a ella Rastignac -un buen tipo a carta cabal- y Bianchon, quienes también sufragan los gastos que la muerte del anciano genera en la botica y en la pensión. Aunque Rastignac hace llegar notas a las hijas del moribundo sobre el estado de su padre e incluso él mismo se presenta en la casa de una y otra para anunciarles el inminente desenlace. Pero tanto la condesa de Restaud como la baronesa de Nucingen, a cual más desagradecida, sólo atienden a los preparativos del baile en el hotel de los Beauséant. Mientras su desdichado padre, en su postrer delirio, dice que viajara hasta Sebastopol, a por el buen trigo de Ucrania, para elaborar allí almidón y pastas con cuyas ventas restituirá la fortuna a sus hijas.
La despedida de madame de Beauséant
El fragmento donde el autor comienza a dar cuenta de la celebración (último párrafo de la pág. 169) supone uno de esos momentos grandiosos de la prosa de Balzac, como el dedicado en Ilusiones perdidas a dar cuenta de la fascinación de Lucien por la moda parisina. Lo mejor de París se ha dado cita en casa de madame de Beauséant y los farolillos de los quinientos coches que les han llevado hasta allí iluminan las inmediaciones del lugar. "Parecía como si el gran mundo se hubiese ataviado para despedir a una de sus soberanas". Rastignac acude con Delfina. Pero no por ello deja de prestar atención a su mentora. Incluso va a pedirle sus cartas al marqués de d' Ajuda-Pinto cuando ella se lo pide.
De vuelta a la pensión de madame Vauquer, Goriot ya asiste a sus últimos estertores. Rastignac y Bianchon se han ocupado de que al moribundo no le falte un relicario con dos mechones de pelo de sus hijas. Mas Anastasia es la única que está presente cuando el infeliz espira. A su última morada en el cementerio Père-Lachaise -la misma necrópolis que hoy guarda los restos de Balzac- sólo le acompaña Rastignac. Ya inhumando Goriot, al volver a mirar la línea del cielo de París, el estudiante desafía a la sociedad y se dispone a ir a cenar a casa de su amante.
Publicado el 2 de mayo de 2014 a las 01:30.