El amor en el cine de Zhang Yimou
Reza el adagio que rectificar es de sabios. Sabio, desde luego, yo no soy. Como mucho, aprendiz de brujo. Pero vengo a rectificar aquí un apunte de esta misma bitácora, fechado el pasado siete de diciembre, referente a las primeras cintas de Zhang Yimou.
Era un asiento dedicado a la occidentalización del cine asiático y escribí: "ya entonces, cuando aún se le distribuía en los circuitos de versión original, Zhang Yimou apuntaba maneras de ese realizador de coreografías de artes marciales para las megaplex que acabaría siendo". En las últimas semanas he tenido oportunidad de seguir el ciclo que la bienamada Filmoteca -alabado sea su nombre- ha dedicado a este gran cineasta chino y he podido comprobar cuán desdibujado estaba mi recuerdo del despuntar de su obra.
El primer Zhang Yimou, el que llegó al circuito de la versión original de la cartelera madrileña a finales de los años 80, avalado por el Oso de Oro obtenido en el Festival de Berlín con Sorgo Rojo (1987), su primer filme, ya era un realizador mayúsculo. Alexandre Astruc, el principal teórico del cine de autor -amen de director notable él mismo-, nos dice que el cineasta ha de escribir con su cámara como el escritor lo hace con su pluma. Pues bien, en las últimas semanas he podido comprobar como el Yimou temprano escribía con su tomavistas grandes novelas de amor.
Bien es cierto que Sorgo Rojo -un episodio sobre la resistencia durante la invasión japonesa de China- y Dai hao mei zhou bao (1989), su segunda realización -un drama sobre un avión secuestrado apenas conocido en Occidente-, no vienen al caso. No hay duda de que Sorgo Rojo, aún siendo una cinta brillante, se atiene a las imposiciones de las autoridades de su país. Conviene recordar que esa Quinta Generación a la que pertenece Yimou, también conocida como la de la República Popular, está fuertemente marcada por la férrea censura de todas las repúblicas populares sobre la creación artística y literaria. Rigores de los que nuestro realizador sabía de antiguo por su propia experiencia antes de emplazar su tomavistas por primera vez. No en vano se vio obligado a abandonar sus estudios para emplearse en una fábrica durante la Revolución Cultural.
De modo que Sorgo rojo, concebida en mayor o medida en base a las directrices de Partido Comunista Chino, no es una película enteramente personal. De ahí que pueda decirse que el verdadero Yimou, el que rueda por primera vez lo que le da la gana, arranca en Semilla de crisantemo (1990), su primera cinta prohibida en su país. Protagonizada por su musa de entonces, Gong Li, es un filme lírico y esteticista como pocos. Su historia es la de un amor prohibido, el que unió a Ju Dou -el personaje incorporado por Gong Li- y Tianqing (Ma Chong). Esposa comprada y maltratada por Jinshan (Zhijun Cong), el cruel dueño de una tintorería de la China rural, Ju Dou encontrará en Tianqing -el sobrino y empleado de Jinshan- un sentimiento que se prolongará hasta el fin de la vida de su amante. Sólo La Parca separa a quienes se quieren mucho y en Semilla de Crisantemo, la muerte viene dada por Timbai, el abominable hijo que engendra la pareja quien, cansado de que los amores adulterinos de sus padres sean la comidilla de la aldea, asesina al autor de sus días.
Más feliz es el amor narrado en ¡Vivir! (1994), la segunda obra maestra de Yimou, cuyo periplo sintetiza la historia de China desde los albores de la guerra civil hasta la Revolución Cultural. Xu Fugui (You Ge), su protagonista, es un ludópata al que abandona su mujer, Xu Jiazhen (Gong Li). Tras perderlo todo, Xu Fugui deja de jugar y su esposa vuelve junto a él. Empleado como titiritero ambulante, trabaja en sus sombras chinescas cuando es reclutado por el ejercito del Kuomintang. Tras pasarse al ejercito rojo, terminará la guerra con ellos antes de volver a su pueblo. Allí, el que fue un "amo" del antiguo régimen, será feliz con las miserias del nuevo orden junto a Xu Jiazhen. Con los años, perderán a su hijo a consecuencia del estajanovismo del Gran Salto Adelante y a su hija por el delirio de la Revolución Cultural, que apartó a los médicos de las parturientas acusándoles de reaccionarios, yendo a morir la muchacha durante una hemorragia que sufre al alumbrar al nieto de esta otra pareja memorable de Yimou. Huelga apunta que ¡Vivir! también fue prohibida China.
En las películas de Zhang Yimou, el amor -ese amor más poderoso que la vida que vertebra lo mejor de su filmografía- no se expresa con las efusiones habituales en nuestra sociedad y, por ende, en nuestra pantalla. Dicho más claramente, no hay besos ni arrumacos y mucho menos erotismo. Llama especialmente la atención el recato con que se presentan las miradas furtivas de Tianqing a Ju Dou cuando ésta se desnuda para lavarse en el pajar. El amor en el cine del gran Yimou es como una carrera de fondo y se muestra a través de las parejas que han envejecido juntas contra todo y contra todos. Ese amor hasta la muerte que empieza a ser tan infrecuente en la sociedad occidental como en su cine.
Otras veces, ese amor sin besos y en apariencia falto de pasión, se expresa en unos raviolis de setas como los que Zhao Di (Zhang Ziyi) cocina para Luo Chagnyu (Zheng Hao), el nuevo maestro del pueblo en El camino a casa (2000). Contada mediante un flashback, dicha analepsis nos refiere el sentimiento de la primera mujer de su pueblo que se enamoró de quien le vino en gana y también permaneció a su lado hasta que la muerte les separó.
Cuando se estrenó El camino a casa, Zhang Yimou -no obstante la prohibición de viajar para promocionar sus películas que con tanta frecuencia le impusieron las autoridades de su país en los años 90- ya era el más internacional de los realizadores chinos. Quiere ello decir que no tardó en darse a ese cine de artes marciales por el que, al parecer, han de pasar todos los cineastas chinos que frecuentan la cartelera internacional. De este modo, la épica de títulos como Héroe (2002), La casa de las dagas voladoras (2004) o La maldición de la flor dorada (2006), mucho más comercial, sustituyó al lírica de sus cintas de amor con las mismas que bella Zhang Ziyi ocupó el antiguo espacio de Gong Li en la inspiración del realizador.
Creo que yo desdibujé mi idea de los albores su filmografía al visionar La maldición de la flor dorada en un megaplex como Kinepolis. Aunque la calidad de la proyección en estas salas es sobresaliente y siempre es un placer volver a ellas, puede que para Zhang Yimou sea más apropiado el circuito de los minicines y la versión original. Vayan, en cualquier caso, estas líneas como reparación de aquel juicio. Me equivoqué al sostener que, en el autor de cintas como Semilla de crisantemo, ¡Vivir! o El camino a casa, ya apuntaba el realizador de artes marciales coreografiadas que Yimou fue durante la década pasada en clara concesión a la cartelera internacional.
Publicado el 23 de febrero de 2014 a las 00:15.