Mi tercera lectura sobre licántropos
Archivado en: Cuaderno de lecturas, licantropía, sobre "Los Hombres-lobo"
En realidad, esta que presento ahora como tercera, fue mi primera lectura sobre licántropos. Fechada en mayo de 2000, la experiencia fue tan grata que me impulsó a esas otras dos de las que di cuenta en uno de los asientos anteriores. Los hombres-lobo, el título en cuestión, fue el número 48 de la colección El ojo sin párpado. Puesta en marcha por editorial Siruela a finales de los años 80, aquella suma dignificó la literatura de miedo en un momento en que, finiquitada Libro Amigo de Bruguera y aún en sus albores El club Diógenes de Valdemar, pocas iniciativas editoriales prestaban atención a estos relatos. De esmerada edición tanto en la forma como en el fondo, en los libros de El ojo sin párpado todo era excelencia. Juan Antonio Molina Foix, uno de sus antólogos habituales, fue el responsable de esta excelente selección traducida por Francisco Torres Oliver, toda una autoridad en las versiones españolas de estos textos. Vamos con las notas que tomé en su momento.
Una de las mejores piezas aquí reunidas es El lobo blanco de las montañas Hartz, de Frederick Marryat. Acaso sea ése el motivo de que Molina Foix haya decidido abrir la selección con ella. Krantz, su protagonista, es un marinero que se dispone a contarle a un compañero de navegación su pasado. Siendo niño, su padre era el mayordomo de un gran señor de Transilvania y su madre una hermosa mujer que se dejó seducir por el amo. Descubierta la traición, el padre de Krantz mató a su esposa y a su amante, huyendo posteriormente con sus hijos a un recóndito lugar de las montañas aludidas en el título.
Ya refugiado en ellas, el padre descubre a un misterioso lobo blanco que parece invitarle a seguirle. Puesto a ello, da en extrañas circunstancias con Wilfred de Barnsdorf y su bella hija -Christina-, quienes le comentan que también han escapado de Transilvania.
La recién llegada, en cuyos ojos hay algo que inspira temor a los niños, no tardará en enamorar al viudo. Pedida en matrimonio, Wilfred accede de buen grado con una única condición, que el padre de Krantz juré "por todos los espíritus de las montañas de Hartz -entre otras cosas- que jamás levantará su mano contra ella". "Y si falto a ese juramento, caiga toda la venganza de los espíritus sobre mí y mis hijos, que perezcan por el buitre, el lobo u otra bestia de los bosques; que les arranquen la carne de los miembros y sus huesos se blanqueen en algún lugar del desierto: todo eso juro".
La madrastra de los muchachos no tarda en mostrarse cruel con ellos. Mientras, Krantz y sus hermanos descubren que la nueva esposa de su padre, cuanto éste duerme, abandona el lecho conyugal para salir de la casa. Aunque creen que va a ser presa de un lobo que ronda en los alrededores, es ella, Christina, quien regresa con las ropas manchadas de sangre. El mayor de los hermanos será el primero en seguir a la madrastra en sus salidas nocturnas. Esa misma noche, morirá víctima de un lobo. Su tumba no tardara en ser profanada por estos mismos animales, que no dejarán de él ni los huesos. Marcella, la hermana de Krantz, sucederá al primogénito en tan triste destino. Ahora bien, en está ocasión, el padre descubrirá a su mujer comiéndose el cadáver de su hija. Tras descerrajar un tiro sobre su esposa, el cadáver de Christina se transformará en la loba blanca que le atrajo en el bosque.
Wilfred vuelve a hacer aparición para recordar al padre de Krantz su juramento. Al descargar su hacha sobre él y traspasar una figura, el desdichado mayordomo comprenderá que ha hecho un pacto con un espíritu del bosque. Días después, morirá en Holanda y Krantz será conducido a un hospicio "y más tarde me embarcaron de marinero".
Estigmatizado por promesa paterna, pasado un tiempo, estando Krantz y su interlocutor bañándose en una isla paradisíaca, el narrador encontrará la muerte en las garras de un tigre.
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Mucho menos ocurrente es la propuesta de Hughes, el hombre-lobo, original de Sutherland Menzies. Lo que aquí se nos cuenta es la historia de un hombre perteneciente a una familia bretona, residente en una comunidad de sajones. La diferencia -el racismo, claramente- hace que la mayoría tenga a los bretones por loberos.
Ante este panorama, se les niega el trabajo y se les margina hasta el punto de que Hughes, habiendo perdido a toda su familia, se ve acuciado por el hambre. En este estado descubrirá un disfraz de lobo en un arcón de su casa. Ataviado con él, saldrá al paso al carnicero del lugar quien, muy asustado, no le negará la carne que el marginado -de eso en definitiva se trata- le reclama.
Hughes repetirá la misma operación hasta que el carnicero, que sospecha de él, descubre que su sobrina se siente atraída por el muchacho. Sabido esto subirá a la joven a su carro y la actitud de Hughes al verla acabará por delatarle. Consciente de que el hombre-lobo que le acecha no es ningún ser prodigioso, el carnicero dispondrá las cosas para cortarle una mano cuando el supuesto licántropo se dispone a atacarle. Y es entonces únicamente cuando el relato se aproxima a ese terror que se le supone.
Merced a las cavilaciones de su sobrina, de acuerdo con Hughes, la siniestra reliquia acechará al carnicero hasta llevarle a la tumba angustiado. Muerto el sajón, su sobrina se casará con el bretón y ambos disfrutarán de la herencia del difunto. No hay duda, eso de mostrarnos al hombre-lobo como un hombre disfrazado de tal es lo que resta enjundia a esta pieza.
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El campamento del perro, de Algernon Blackwood, viene a ratificar la teoría de que el género, vista la dificultad de mantener la tensión durante, es más dado al cuento que a la novela. Como destaca el antólogo, habida cuenta de sus más de 100 páginas, el relato acaba por convertirse en un texto de intriga. Intriga que gira en torno a una excursión a unas islas de Suecia. Junto al narrador, participan un clérigo, su esposa, su hija -Joan- y un guía canadiense, mitad indio, que responde al nombre de Sangree.
Siendo el caso que el lugar donde emplazan las tiendas carece de agua, y por lo tanto no puede haber ningún animal en los alrededores, los temores empiezan a cernirse sobre los acampados cuando descubren que un perro ronda el campamento por las noches.
Paralelamente, Sangree comienza a sentirse atraído por la hija del clérigo. Ésta le rechaza al imaginar en él algo capaz de desatar lo más terrible de ella misma. En efecto, según nos explica el investigador llegado de Estocolmo cuando la situación se vuelve insostenible, Sangree es un hombre-lobo que padecerá su terrible metamorfosis ante la atracción que le inspira Joan, quien acabará por rendirse a su amor. Si no he entendido mal, nadie muere en esta narración.
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Otra de las grandes piezas aquí compendiadas lleva por título La caza. Su autor, Peter Fleming, es "el hermano mayor del creador de James Bond y tío lejano de Christopher Lee".
En la sala de espera de una estación, un joven insiste en dar conversación al único hombre que aguarda junto a él la llegada del tren. Tras comentarle el inquietante personaje que ha ido al lugar en busca de caza, el joven se confiesa sobrino de lord Fleer, uno de los grandes terratenientes de la región, y comienza a contar la historia.
Siendo su excelencia un misántropo, sus vecinos se lo reprochan en los días de la Primera Guerra Mundial. Puesto a hacer algo por Inglaterra, decide acoger en su casa a una belga a la que acabará por nombrar su heredera en perjuicio del narrador.
Veinticinco años antes del encuentro en la estación entre el narrador y el otro viajero, el lord concibió un hijo con su ama de llaves, una galesa dotada "con poderes", que reclamó la herencia de su señoría para el bastardo. Fleer se la negó. Pero el niño había nacido con el dedo anular más grande que el corazón, lo que indica que es un hombre-lobo. Su madre, que murió en el parto, en su lecho de muerte, anunció al aristócrata que el licántropo mataría a cuantos fueran nombrados herederos del lord.
Ése fue el destino que aguardó a la belga y también es el que espera al joven. Acabada de contar la historia, el ahora heredero de su excelencia descubre que su interlocutor, ya a punto de la metamorfosis, tiene el dedo anular más grande que el corazón.
Una obra maestra en la que nueve años después de su lectura, habría de encontrar ciertas analogías con En el bosque de Villefère, esa otra pieza igualmente notable que abre Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural de Robert E. Howard. Tanto es así que ahora, al volver sobre todo ello en enero de 2014, me inclino a pensar que Fleming leyó a Howard ya que En el bosque de Villefère apareció en el número de agosto de 1925 de la mítica Weird Tales en tanto que La caza esta fechada en 1931.
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El tabú que da título a la pieza de Geofrey Household es la antropofagia. Curiosamente, siendo este autor todo un inglés educado en Oxford, viene a contarnos una historia a propósito de la exaltación de la flema británica por un latino. Será un médico -Shiravieff- el encargado de rebatir esa conveniencia de la ocultación de los sentimientos que se les atribuye a los ingleses. Como ejemplo, nos propone la anécdota que constituye el relato.
Hallándose Shiravieff de vacaciones en un lugar de los Cárpatos, coincidió allí con un matrimonio formado por un inglés y una americana. El pueblo en cuestión estaba algo alterado porque, una semana antes, habían desaparecido un par de hombres. Dado que no se había encontrado ningún rastro de sangre, en contra de la opinión de la gente del lugar -que achaca la desaparición a la voracidad de una manada de lobos-, Vaughan, el inglés, sostiene que los desaparecidos han huido de la rutina doméstica.
Finalmente, tras una nueva desaparición, Josef Weis -el hijo del guardabosques-, quien acostumbra a vender carne de venado en el pueblo, comenta que su padre ha matado a un lobo sirviéndose de un proyectil de plata -sostiene Molina Foix que es en este cuento donde se habla por primera vez de dicho metal como remedio contra el licántropo- y que la fiera resultó ser el zapatero.
Pero el verdadero horror será descubrir que Weis es el hombre-lobo que ha dado muerte a los últimos desaparecidos. A partir de entonces, todos los que han comido la carne que él vendía darán por sentado que han practicado la antropofagia con los cuerpos de las víctimas del siniestro carnicero. La americana será presa de un shock y su marido, con su flema británica, no podrá consolarla.
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El principal interés de El Gâloup, original de Claude Seignole, consiste en su montaje en paralelo. Por un lado, se nos cuenta, en primera persona y de un modo eminentemente poético, la metamorfosis del licántropo; por el otro, su persecución.
La gracia está en que Tillet, el más interesado en la caza del monstruo, resulta el monstruo en cuestión. Al menos eso es lo que se desprende de lo sugerido en las últimas páginas.
Publicado el 17 de enero de 2014 a las 23:00.