Dos lecturas sobre licántropos
Archivado en: Cuaderno de lecturas, licantropía, sobre "Hugo el lobo y otros relatos de terror" de Erckmann-Chatrian y "El mito del hombre lobo"
Mi descubrimiento de la licantropía se remonta al Waldemar Danisky del entrañable Paul Naschy en alguno de aquellos programas dobles "en sesión continua desde las cuatro de la tarde" que fueron la maravilla de mis primeros sábados. Hice del hombre lobo mi favorito del triunvirato de monstruosidades -frente al vampiro y la abominación de Frankenstein- al saber del drama de Larry Talbot (Lon Chaney Jr.) en mi primer visionado de El hombre lobo (George Waggner, 1941). Dando cuenta de las diferencias entre esta cinta y El lobo humano -primera cinta sonora sobre el tema, una maravillosa rareza estrenada por Stuart Walker en 1935-, me aficioné a leer sobre licántropos. Eso fue en el 96, aproximadamente.
Cuatro años después, por gentileza de sus editores, caía en mis manos Hugo el lobo y otros relatos de terror, de los alsacianos Emile Erckmann y Alexandre Chatrian. Aparecidos por primera vez en las distintas colecciones de cuentos pintorescos y fantásticos que publicaron entre 1860 y 1862, fueron inIncluidos por Lovecraft en el canónico El horror en la literatura. Sí señor, el outsider de Providence fue a poner al celebrado tándem de la ficción ominosa como verbigracia de la excelencia de "la literatura preternatural en el Continente", que llamaba Lovecraft a Europa siempre atento a esa supremacía británica en la que le educaron. Sin entrar en consideraciones sobre las filias y las fobias del outsider de Providence, reproduzco a continuación las notas tomadas en julio de 2000, fecha de mi lectura de esta excelente selección de Erckmann y Chatrian.
El boceto misterioso, primero y más interesante de los relatos aquí reunidos -amén de uno de los más originales que he leído en los últimos tiempos-, cuenta la historia de un pintor, agobiado por las deudas contraídas con su posadero, que es presa de una inspiración sobrenatural. El apunte que surge de ella, donde se muestra el siniestro escenario de un crimen, queda incompleto. Falta algo que ni el mismo artista sabe de qué se trata. Aún así, es adquirido misteriosamente por un coleccionista.
Más tarde, el pintor es detenido acusado del crimen que ha retratado. Ya en la celda, esperando su ejecución con el correspondiente desasosiego, ve pasar por la calle al carnicero del lugar, en quién reconoce al asesino. Vuelve a dibujar la escena del crimen en una de las paredes que le guardan. Esta vez, incluyendo en ella al asesino.
Tras la detención del carnicero, que se pregunta sorprendido quién ha podido verle ante la fidelidad del dibujo, el artista es puesto en libertad.
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Flojo, máxime después de la maravilla anterior, ha venido a resultarme Las tres almas. En él se nos refiere cómo un estudiante de Filosofía, para demostrar que el hombre tiene un "alma animal" -además de otras dos a las que nuestro protagonista se refiere como "vegetal y humana"- secuestra a una posadera y a un compañero de estudios. Su fin es ver cómo el confinamiento les embrutece hasta el punto en que, a su entender, el hombre se convierte en animal.
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La araña cangrejo nos refiere la ruina de un balneario después de que varios esqueletos, caídos de una caverna próxima, aparezcan en sus aguas. Entre los devorados cuenta un inglés que comparte poderes extrasensoriales con su esclava. Mediante las visiones de ella sabemos que en el interior de la caverna en cuestión mora el horrible insecto carnívoro al que alude el título. Pese a que su hábitat natural se encuentra en la Guayana y el relato está ambientado en la Alsacia de Erckmann y Chatrian, dadas las altas temperaturas de las aguas en la cueva donde mora, la araña -que morirá a causa del hachazo de un lugareño durante la inútil búsqueda del inglés- ha conseguido desarrollarse en un lugar tan alejado del que le corresponde.
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Hans Weinland, el cabalista viene a demostrarnos el interés de los dos autores por aunar Filosofía y miedo. Un alumno recuerda a su profesor de Metafísica, quien dejó las clases para instalarse en París. Estando el muchacho también en la Ciudad de la Luz, vuelve a coincidir con su mentor. Éste, abandonado y místico, se ha dado a los misterios de la Cábala. Weinland, el filósofo en cuestión, odia al mundo -para el que anuncia su próxima venganza, advirtiendo a nuestro narrador que ha de abandonar París- y sostiene que "puesto que la mitad duerme mientras la otra mitad está despierta", de ello se sigue que una misma alma basta para dos cuerpos.
Ante este panorama, para viajar a reunirse con su alma de las antípodas -algo así como la teoría del doble que sostiene la protagonista de La soledad era esto, de Juan José Millas-, Weinland recurre al opio y pide a su antiguo pupilo que vele su cuerpo inerte mientras su alma se encuentra en la caverna de la diosa Kali.
A su regreso, Weinland asegura a su antiguo alumno que ha traído con él una epidemia. Cuando el joven regresa a su Selva Negra, comienzan a tenerse noticias de las primeras víctimas.
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A buen seguro que fue el mal agüero que se atribuye a estas aves el que inspiró Réquiem para un cuervo. Lo que en él se nos propone es la experiencia de maese Zacharias, un músico que vive frente a un extraño médico que odia a los perros y a los gatos.
Sin embargo, las iras del músico van dirigidas contra un cuervo, muy querido en el pueblo. Tanto es así que Zacharias tiene el convencimiento de que, mientras dicho pájaro viva, nunca podrá componer su obra maestra. De modo que llega a un extraño pacto con el doctor mediante el cual, el músico permite al galeno que mate al pájaro y el médico, merced al extraño poder que le imaginamos aunque nunca llega a decírsenos, consigue que maese cace y dé muerte al cuervo.
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Maese Tempus es otra de las piezas que más me han gustado. La anécdota que se nos propone es la de un hombre -el narrador- que, coincidiendo con una determinada festividad, vuelve a una posada que le fuera familiar siendo él muchacho. En su regreso se encontrará con una excéntrica vieja y un tuerto, un cojo y un jorobado. Entre todos disputan una partida de cartas.
La anciana, que antaño interpretaba una canción para el narrador, comienza a hablar con él. Tiempo atrás, tal día como este de su retorno, sus tres pretendientes, todos ellos notables de la región, estaban borrachos cuando arribó al lugar un vendedor de relojes -en el que adivinamos a una encarnación del tiempo- tuerto, cojo y jorobado. Las risas que los tres pretendientes le dedicaron, hicieron que el relojero les echara mal de ojo. No mucho después, uno se rompió una pierna, otro perdió un ojo y al tercero le salió una giba.
Cuando maese Tempus regresa al lugar para horror de todos, es él quien se ríe mientras los relojes giran enloquecidos y el narrador huye despavorido.
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El ojo invisible o el albergue de los tres ahorcados, según se apunta en la Noticia de los autores que se ofrece a modo de introducción, se me figura un texto cuya conclusión no está a la altura de su planteamiento. Una obra fallida en toda la extensión de la palabra porque no responde a las expectativas que ella misma despierta. Sus páginas cuentan cómo los huéspedes de determinada habitación de una pensión son impelidos al suicidio mediante el ahorcamiento por una fuerza mayor. Ésta resultará ser la hipnótica imagen de un hombre muerto por dicho procedimiento. "Una vieja maligna" -que la llama Lovecraft en El horror en la literatura-, vecina de una habitación de enfrente, se la ofrecerá mediante un espejo.
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Otra de las mejores y más originales piezas del libro es la titulada El burgomaestre embotellado. Lo que aquí se nos presenta es la experiencia de un viajero. Después de dar cuenta de cierto vino, en la cena que le ha sido servida en la posada donde se alberga, comienza a tener vividos sueños. En su experiencia onírica aparece como un burgomaestre.
A la mañana siguiente, habiendo echado un trago del mismo vino, la cosa se repite. Dándose igualmente la circunstancia de que el paisaje y el paisanaje con que se van encontrando le resultan familiares. Más aún, incluso la tumba donde reposan los restos del hombre que el viajero cree ser en sus sueños le resultan familiares. Su compañero, deduciendo merced a una cepa que crece junto al sepulcro que el vino que su camarada ha ingerido ha salido de las uvas que en allí crecen, invita a su amigo a evacuar sobre ella. De este modo, con la micción, el poseído se vera libre de la "quintaesencia" del morador de la fosa.
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El violín del ahorcado viene a demostrar que los misterios referidos a la música, al igual que los encerrados en la Metafísica, son otra constante en los relatos de Erckmann y Chatrian. Aquí se trata de un músico que plagia sin él saberlo. Inmerso en un viaje por Suiza en busca de la inspiración, se hospeda en una extraña posada donde encontrará su musa merced a las composiciones que interpreta el espectro de un violinista ahorcado, quien fuera hijo del posadero.
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La reina de las abejas, lo peor de toda la selección por ñoña y sensiblera, es una fantasía sobre el amor por estos laboriosos insectos que siente una ciega. En justa correspondencia, los himenópteros le permiten ver a través de sus ojos.
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Finalmente, en cuanto a Hugo el lobo, hay que decir que presenta algunas variaciones sobre el esquema clásico de la licantropía.
Un medico -el narrador- es reclamado urgentemente por un montero de la Selva Negra a quien el facultativo conoció siendo un niño. El motivo de tanta prisa es que el aristócrata a quien el montero sirve, el conde Nideck, es presa de un extraño mal que le aqueja siempre que una extraña anciana ronda su castillo.
Ya en dicha fortaleza, el doctor -amén de quedar impresionado por la serena belleza de la joven condesa Odile-, comprenderá que el mal que afecta al conde es la licantropía. Entre tanto, hace su aparición el barón de Blouderic, un desconocido inesperado.
El narrador acabará por descubrir que, en el paroxismo de su aflicción, el conde, sin que su familia y sus vasallos se enteren, parte al encuentro de la vieja. Ésta, que no es sino la baronesa Blouderic, madre del barón, es también una loba, con la que el conde se apareará en una gruta. Así las cosas, se alude no sólo a la licantropía, sino también al incesto.
Según refiere posteriormente el enano erudito que habita en la biblioteca del castillo, la maldición se remonta al primer conde de Nideck. Éste mató a su primera mujer, Edwige La rubia -para quedarse con su dote he creído entender-, ayudado por Huldine La loba en el crimen y en la posterior guerra librada contra sus cuñados. "Su sangre se mezcló con la mía y va a renacer en vosotros de siglo en siglo", anunció Hugo a sus hijos en su lecho de muerte.
La maldición se mantendrá hasta que Edwige La rubia aparezca bajo la forma de un ángel en Nideck. El ángel, que no es sino la bella Odile -de ahí el juego con los extraños parecidos de los retratos del castillo que tanto han llamado la atención al narrador- ya ha llegado a la fortaleza. De modo que es por eso que Huldine La loba, que no es sino baronesa Blouderic, ha muerto.
Guiado por el entusiasmo con que en el 96 descubrí las novelas de David Eddings, Louise Cooper, Richard A. Knaak y demás autores de la colección dedicada a la fantasía épica, que Timun Mas publicaba entonces por entregas semanales, apenas acabé mi lectura de Erckmann y Chatrian inicié la de El mito del hombre lobo, una selección de licantropía de esta misma editorial. Totalmente alejados de esos reinos de elfos, dragones y demás personajes fabulosos, que son el ámbito de la fantasía épica, el principal problema que encontré entonces a estos otros cuentos de hombres lobo consistió en su decidido afán por traspasar el mito a escenarios contemporáneos.
Tras unas interesantes consideraciones acerca de la licantropía, tanto en el cine como en la literatura, Harlan Ellison, su autor, nos propone una experiencia posterior de Lawrence Talbot -el protagonista de El hombre lobo ya aludido- en la que el licántropo consigue librarse de su triste suerte merced a un fabuloso experimento científico.
Tan desafortunada propuesta viene a telegrafiar lo que será el estilo de toda una colección de narraciones en las que abundan hombres lobos tan desatinados como un verdugo -Luz de Luna en el auditorio, de Mel Gilden-, un judío justiciero de criminales nazis -Plata pura, de A. C. Crispin y Kathleen O'Malley- o una mujer policía -Compañeros, de Robert J. Randisi-. El protagonista de Maquillaje especial, de Kevin J. Anderson, es un gitano maquillador de cine. Mediante lo hechizos seculares de su pueblo convierte a la insoportable estrella con la que ha de trabajar en un licántropo. Algo que ya es el vigilante de los almacenes de Lobo guardián, de Robert E Weinberg.
Frente a estas revisiones del género tan genuinamente americanas, cabe destacar La marca de la bestia, pieza dentro de la tradición europea, ambientada en Francia y en una época pretérita. En ella se nos cuenta el delirio de una mujer loba, odiada por su marido, quien acabará cortando una pata a la bestia en la que se convierte la bella.
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Mención aparte merece Luna llena sobre Moscú, donde se nos descubre la experiencia de una empleada de un hotel llamada Katrina. Armada con una pistola cargada con balas de plata -metal procedente de unos candelabros sustraídos en el Palacio de Verano de los zares por los abuelos de Agda, la mujer que vive con Katrina, durante la revolución-, al salir de trabajar, es atracada por una loba. La bestia no es sino una bailarina del Bolshoi llamada Olga. Dado el material de las balas, resultará muerta.
Lo mejor es el sorprendente final. Cuando Katrina ya se dispone abandonar la que fuera la casa de Olga, donde ha acudido para dar cuenta al marido de la difunta -por supuesto al corriente de quien era su mujer- de lo ocurrido, nuestra protagonista decide que ha encontrado un regalo mejor que las bolas de requesón que le lleva a Agda.
Al final del texto se nos descubrirá que el presente en cuestión es el corazón del marido de Olga. La bestia en que se ha convertido Katrina se lo ofrece a su compañera de casa.
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Dentro de esa variación americana del mito que tanto me carga, aludiré también a Raymond, la historia de un hombre lobo contada por quien fuera uno de sus compañeros de colegio.
El narrador conoce al tal Raymond cuando éste es un muchacho deforme maltratado por cuantos le rodean. En aquellos días, el desdichado no sabe de su delirio. Tendrá que ser otro licántropo, quien tiene a su cargo un pequeño circo ambulante, el que repare en su singularidad y se lo lleve para montarle un espectáculo en el que Raymond se come animales vivos.
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En cuanto a Al sur de Oregon City, cuya pretendida poesía, por momentos, le hace rayar en la cursilada, escribiré que se trata del amor entre un mestizo de irlandés e india y un mujer loba. El tipo es capaz de consentir que su compañera tenga un lobo cuando experimenta la llamada de su naturaleza, tal es el afán del texto por la loa fácil a la libertad y a la tolerancia.
Demasiado parecido a Lady Halcón (1985), aquella película Richard Donner sin más encantos que los de Michelle Pfeiffer. Pero los guionistas del film -Edward Khmara, Michael Thomas, Tom Mankiewicz y David Webb Peoples-, sin duda conscientes de que el medievo impreciso es el reino por excelencia de la magia, se ciñeron a dicha época. Pat Murphy, la autora de Al sur de Oregon City, se empeña en una contemporaneidad que, a mi juicio, va en detrimento del relato. Exactamente igual que ocurre con el resto de los textos de la selección.
Ese convencimiento de que el del licántropo es un mito pretérito, que tiene en esos años 40 del amado siglo XX, en los que vive Larry Talbot su maldición, su expresión más próxima a nuestros días, es lo que me aparta radicalmente de revisionismo de los hombres lobo por parte de cierto romanticismo adolescente de nuestros días.
Publicado el 3 de enero de 2014 a las 23:15.