Alix en Atenas
Archivado en: Cuaderno de lecturas, Jacques Martin, Alix, "El niño griego"
Malamente, como en tantas ocasiones, pero al final voy satisfaciendo un deseo acariciado durante casi treinta años: dar cuenta de las aventuras de Alix dibujadas por su autor original, el gran Jacques Martin. Puesto a ello constato esas constantes que son características en la obra de cualquier creador. Una de esas similitudes entre distintas propuestas es el comienzo del álbum con una embarcación llegando a puerto. No hay mejor excusa para abrir la historia con unas viñetas que muestran una escena de conjunto de la ciudad. Me pongo a hacer memoria y son tres, al menos, los álbumes que comienzan así: El emperador de China, La garra negra y Vercingetórix. Pero sé que hay más. Por no hablar de la variación de este mismo tema que supone la llegada de la nave de la partida de felones que, amparándose entre las sombras de la noche, entran a sangre y fuego en la mansión del senador Caius Quintus Arenus de Roma, Roma. También es de noche cuando arriba al puerto de Alejandría el barco que va a encallar allí en El demonio del Faro.
En esta ocasión es El Pireo, el de Atenas, el puerto donde la historia comienza. Ya adentrándonos en la ciudad, se nos descubre un mercado donde Alix y Enak son vendidos como esclavos a Numa Sadulus, un comisionado de Pompeyo. Si hay algo que me ha sorprendido más que la nueva condición de los dos amigos -nunca se nos llega a explicar el motivo de su esclavitud- eso ha sido la deferencia con que los trata su amo. Alix no tarda en sospechar de su buena disposición y, en efecto, obedece a un plan.
Merced a un mensaje escrito en un jarrón llegado accidentalmente a un centurión que inspeccionaba los restos de un naufragio en la playa de Ostia, se sabe que en el Protoneión de Atenas -la alfarería donde se fabricó la pieza- se trama una fabulosa maquinación. Puesta Roma al corriente del asunto, Pompeyo comisiona a Numa Sadulus para que investigue y éste ha decidido comprar a nuestros protagonistas para introducirlos como aprendices en el Protoneión.
Hykarión, el intendente del Protoneión, es un tipo intrigante que disfruta de la alfarería en usufructo hasta que Herkios -el hijo del difunto dueño, el niño griego aludido en el título- cumpla quince años y pueda hacerse cargo de ella. Desde el primer momento, Arquéloos, el hijo de Hykarión, se muestra extrañamente encaprichado con Alix y Enak. A veces los maltrata como un niño mimado, otra los favorece como esa chica atraída por Alix que en realidad es. Se da la circunstancia de que, según la ley de Atenas, las mujeres no pueden heredar. Ante este panorama, Hykarión ha travestido a su hija -Arqueloa- para convertirla en Arquéloos y que así pueda acabar siendo la dueña del preciado taller.
Pero la atracción que le inspira Alix a la extraña muchacha hace que los planes del viejo intendente se vayan al traste. Aún bajo este nombre de Arquéloos, Arqueloa -como en realidad se llama- conduce a nuestros héroes a través de unas grutas que horadan el Protoneión para mostrarles la estancia donde trabaja un grupo de sabios llegados de todos los confines. A instancias de Hykarión han conseguido fabricar oro, ya que los documentos legados por Demócrito les han permitido "conocer los secretos de la materia", pero también han abierto las puertas a un horror para las generaciones venideras: la bomba atómica (pág. 24). En cualquier caso lo del oro no está a la altura de las intrigas de Las legiones perdidas, Roma, Roma y otras maquinaciones de la colección.
Huyendo Hykarión tras ser descubiertos, en una de esas apariciones estelares de personajes de otras aventuras que me son tan queridas, Alix es reconocido por Marcus, el centurión con el que se enfrentó en varias viñetas de Alix el intrépido, quien aquí también se apresta a volver a detener a su viejo enemigo.
Aunque "nuestros amigos" -vaya una vez más con el lenguaje de mis queridos tebeos- se salvan de ser quemados en el horno del taller gracias a Arquéloos, los sabios que Hykarión ha reunido en la casa son víctimas de una celada que les tiende el intendente haciendo que parezca que han sido envenenados por Herkios. Durante el juicio al que es sometido por la Asamblea de la ciudad, Herkios consigue demostrar su inocencia. Pero muere envenenado por el dardo que le clava sutilmente Hykarión. Una de las viñetas que nos muestran su cadáver alzado por los asamblearios es la que ilustra la portada.
Publicado por primera vez en 1980, treinta y tres años después del nacimiento del personaje en las páginas de la revista Tintín, El niño griego es uno de esos álbumes que Martin concibió cuando su arte ya había alcanzado la madurez. Poco importa que no llegue a explicarse el motivo de la esclavitud de Alix y Enak -tampoco se hace en el final de La cólera del volcán, el álbum anterior, como cabría esperar-, o que el oro que se fabrica en el Protoneión, pese a que subyazca en ella la vieja quimera de las piedra filosofal, se me antoje una conjura insustancial. Este álbum vuelve a ser arte mayor.
Publicado el 26 de noviembre de 2013 a las 23:45.