Mis lecturas de William H. Hodgson
Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre William H. Hodgson
Descubrí a William Hope Hodgson con el mismo interés que al resto de los elogiados por H. P. Lovecraft en El horror en la literatura -texto canónico en lo que al género respecta-, que por aquellos días publicaba con regularidad Valdemar. Hablo de febrero de 1998, mes en que la de La nave abandonada y otros relatos de terror en el mar constituyó mi primera lectura de este autor inglés. Siempre en aquellas deliciosas ediciones del Club Diógenes, que tan gentilmente me regalaban sus responsables, leí a Hodgson con avidez hasta que La casa en el confín de la Tierra me cansó en enero del 2000. Lo que sigue, como tantas veces en estos apuntes, son las notas que tomé en aquellos dos años de inquietantes, y por lo tanto felices, lecturas.
Cabría calcular que, cuando se dice que William Hope Hodgson "es uno de los representantes más originales de lo que se ha dado en llamar cuento materialista de terror", ello se debe a que en sus narraciones el miedo no emana de espectros ni de entidades excesivamente fantásticas. Sin embargo, considerando que Lovecraft es el maestro de dicho género y que el escalofrío en las narraciones de este último proviene de arcanos y misterios ciertamente inverosímiles, no sé si mi suposición acerca del materialismo de Hodgson es del todo acertada.
Fuera como fuese, he de rendirme ante la originalidad de los relatos de este escritor inglés, cuya lectura me ha interesado tanto, o más, de lo que esperaba cuando cogí el libro. La nave abandonada, el primero de ellos, se articula a través del recuerdo del medico de un barco, quien mantiene una discusión acerca de las condiciones necesarias para que se dé la vida.
El doctor trae a colación un suceso acaecido en una de sus singladuras. A saber, hallándose en alta mar avistaron una embarcación que navegaba a la deriva. Decididos a ir a su encuentro, el capitán elige a nuestro médico, junto a un par de marineros, para subir al bote que habrá de visitar el barco. A medida que se acercan a éste descubren que nadie parece ocuparlo, que una repugnante viscosidad le rodea y que unos tétricos sonidos se producen a su alrededor.
Ya a bordo de la extraña nave, los visitantes descubren con estupor que ésta está recubierta de una especie de hongo pestilente que crece por todos sus rincones. No obstante, al pisar el supuesto moho, al contemplarlo más de cerca y a la vista del tamaño de los piojos de mar que pululan en él, la putrefacción, que en un principio creyeron recubría todo el barco, se les antoja una piel. Todavía están dilucidando los misterios que les rodean cuando la extraña forma que pisan se traga a uno de los marineros e intenta hacer lo mismo con el resto de los visitantes. Tras unas dificultosa huida, ya que las viscosidad que rodea la nave abandonada les impide avanzar, la comisión regresa a su propio navío dejando en lector la sensación de que la nave que acaban de visitar está viva, y sirve de ejemplo a las teorías sobre la vida del doctor.
El regreso al hogar del Shamraken es el relato que menos me ha llamado la atención de todos los aquí reunidos. En él se nos cuenta la peripecia del barco del nombre aludido en el titulo, cuya tripulación está formada por ancianos, durante la que habrá de ser su última singladura. Pese a que la avanzada edad de los tripulantes hace concebir un desenlace mejor, el final de la aventura viene dado por un ciclón que se lleva la nave.
Aunque en Una voz en la noche el tema guarda cierto parecido con el de La nave abandonada, este tercer relato de la selección me parece aún mejor. Unos marineros, de guardia en la cubierta de una goleta anclada en el pacífico durante una noche de niebla, son testigos de la llegada de una barca, a cuyo ocupante no pueden ver. El recién llegado, advirtiendo el temor que les inspira, les asegura que no tienen nada que temer de él, aunque insiste en no dejarse ver. El misterioso ocupante del bote les pide encarecidamente comida y, como no quiere de ningún modo que los miembros de la tripulación le acerquen la luz, pasa a contarles su historia:
Viéndose atrapado en un naufragio, del que se sólo se salvaron él y su prometida, ambos llegaron a una extraña laguna en la que hallaron atracado un velero sin tripulantes que no tardaría en darles cobijo. Pese a que en dicho barco encontraron todo lo necesario para sobrevivir, un extraño cultivo había crecido por toda su cubierta. Puestos a ello, les resultará inútil quitar el moho. Por más que lo intentan, siempre se vuelve a reproducir. Pero no sólo en todos los objetos que los dos náufragos tienen a su alrededor, sino también en su misma piel. Es tal la capacidad de absorción del hongo que los dos enamorados no tardarán en encontrar placer en ingerirlo.
Finalmente, entendemos que el moho se ha apoderado de ellos hasta el punto de convertirles en unas formas tan repugnantes como aquella que causa el terror de la pareja recién llegados a la laguna. Ese es el motivo de que el hombre/hongo prefiera que no le vean los tripulantes de la goleta a la que se acerca a rogar alimento.
También es una pareja la protagonista de Desde el mar sin mareas. Contado a través de los mensajes que el protagonista envía desde el barco en el que se encuentra confinado, este relato es la historia de los dos únicos supervivientes del velero Omebird. Arrastrado por una tormenta al Mar de los Sargazos, en sus algas quedará encallado para siempre y sus últimos tripulantes serán víctimas de un pulpo gigante.
Consciente de que nunca saldrán de allí y ante la inminencia de su muerte, el capitán del barco casara a su hija con el autor de los mensajes, el señor Philips. Fallecido el navegante, la pareja engendrará una niña y Philips comprobara que tienen víveres a bordo para sobrevivir durante diecisiete años, lo que implica que pasado ese tiempo, indefectiblemente, morirán los tres.
Ya en una segunda parte del relato, a través de un nuevo mensaje, Philips se refiere a un nuevo terror, que se anuncia mediante un ruido, como de patas de palo, moviéndose por la cubierta. Angustiados, el matrimonio y su hija, buscarán refugio en los camarotes para descubrir a la mañana siguiente que su cerdo ha sido brutalmente destrozado. El horror no hace sino ir en aumento hasta una noche, en la que alcanza el paroxismo.
A la mañana siguiente, el narrador encuentra, entre los destrozos causados a bordo por la extraña entidad, la pinza de un cangrejo gigante. De ello que deduce que la nave ha sido atacada por un grupo de estos crustáceos de proporciones exageradas que pretendían devorarles.
La nave de piedra, como todos los misterios de su autor, también se anuncia por un inquietante sonido "como si un arroyo discurriera por el mar". En esta ocasión un barco, el Alfred Jessop, encuentra en el océano a otro que, incomprensiblemente, parece estar construido en piedra. Con el natural asombro, una pequeña comitiva del Jessop, entre la que se encuentra Duprey -el narrador-, sube a bordo de la insólita embarcación para cerciorarse de que efectivamente está construida en piedra. Pero no sólo eso, el único hombre que encuentran a bordo también es una estatua del mismo material.
Pese a que el barco parece abandonado, Duprey cree ver a un pelirrojo que les observa desde la cabina. De lo que no hay duda es de la autenticidad de las piedras preciosas que encuentra durante la inspección, apresurándose a guardarlas sin que nadie advierta el hallazgo. Finalmente, el navío resulta ser uno de madera, hundido muchos años antes, petrificado -al igual que sus tripulantes- mediante un proceso de mineralización producido en las profundidades marinas y reflotado por el arrecife en el se localiza el relato.
Por otro lado, la cabellera pelirroja que Duprey cree ver no será más que una oruga de mar. En cuanto a la pedrería encontrada a bordo por el narrador, cabe suponer que formara parte de algún botín, dado que los cañones encontrados en la embarcación nos hacen deducir que se trataba de un barco pirata.
Por último, en Los habitantes de la isleta Middle -el relato más sobrenatural de todos los incluidos- se nos cuenta la historia de un hombre, que fleta un yate para buscar a su prometida, desaparecida durante un viaje a Australia.
Llegados a la isleta que da título a la narración, Trenhern -el enamorado- y el amigo que le acompaña -el narrador- descubren el Happy Return, barco en el que viajó la joven que buscaban. En las aguas que lo rodean, Trenhern creer ver algunos rostros humanos. Su amigo, que no da crédito a la visión, argumentará que se trata de alguna criatura marina.
Aunque no hay nadie a bordo, el Happy Return luce como si tripulación y pasaje lo ocuparan. Es más, la agenda que los dos amigos hallan en el camarote de la muchacha que buscan, marca el día en que se encuentran.
Decididos a pasar la noche en el barco, para averiguar a qué obedece el misterio que le rodea, el narrador tiene un sueño, que resultará ser premonitorio, en el que imagina que la joven que buscan llama a su prometido desde el más allá.
Con el alba, al despertar, comprobaremos que la experiencia onírica ha venido a anunciar la realidad: el narrador se encuentra solo. Muerto de miedo comprueba que, efectivamente, bajo las aguas que rodean al Happy se distinguen rostros humanos, entre los que imaginamos también está ahora el de Trenhern.
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En la introducción a Los piratas fantasmas se cuenta que su maestría consiste en haber sabido prolongar a lo largo de todas sus páginas el escalofrío que caracteriza el relato de terror. Sin embargo, leída la obra vengo a concluir que precisamente es esa prolongación de la anécdota el único fallo de la narración.
La historia que se nos propone es la Jessop, un marinero que se embarca en el Mortzestus en san Francisco. En los primeros días de singladura, comienza a saber de la mala fama del velero merced a las palabras del único navegante veterano en él. El resto de los miembros de la anterior travesía ha abandonado el barco, aunque ello les haya supuesto renunciar a su paga, debido a los misterios que le rodean.
Uno de los primeros signos de la maldición que pesa sobre el velero es la aparición de una figura fantasmagórica en lo alto de sus mástiles, visible sólo para nuestro protagonista. Estos aparecidos comienzan a tirar desde sus alturas a los hombres que atienden las velas y a los que hacen guardia en la cubierta. Para entonces, Jessop ha deducido que el velero se haya inmerso en una especie de niebla sobrenatural -la bruma es una constante en la obra de Hodgson- que no le permite ver lo que le rodea. Nuestro hombre ha llegado a dicha conclusión después de que una noche dejaran de avistar los pilotos de un barco que navegaba junto a ellos.
En su planteamiento, el argumento es genial. Lo que yo vengo a reprocharle es que la expectación que despierta desde el primer momento no se vea satisfecha hasta el final. Para entonces, después de los consabidos recelos por parte de los más escépticos, la tripulación y los oficiales son conscientes de la veracidad de las supuestas figuraciones de Jessop.
Cuando el mar está en calma, nuestro hombre puede ver en el fondo a tres navíos en los que se registra movimiento. Tener la certeza de que les ronda el peligro, no salvará a la tripulación de su dramático fin: abordados por los piratas fantasmas, el Mortzestus irá a pique.
Sólo Jessop, al igual que el protagonista de Moby Dick se salvará de la catástrofe. Su confesión a los hombres del barco que le ha recogido constituye el relato. Dada su similitud con un texto personal, que me ocupa ahora, esto último es lo que más me ha llamado la atención.
En cuanto a mi teoría de que esta novela es una pieza breve prolongada, vaya como prueba el segundo final que se ofrece. En él, con el título de El navío silencioso, el narrador nos cuenta la historia vista desde fuera. Esto es, el barco donde navega avista a uno que no les ve a ellos. Esta segunda embarcación es presa de un extraño horror que la lleva a pique. El capitán de la nave del narrador ordena echar un bote al agua para recoger a un hombre que se ha salvado a nado. Presentado por Hodgson como relato independiente, constituye una obra maestra del calibre de las reunidas en La nave abandonada. No hay duda, el verdadero registro de Hodgson se encuentra en las piezas breves; en las novelas, no tanto.
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Los protagonistas de La casa en el confín de la Tierra son dos excursionistas. De vacaciones en un recóndito rincón de Irlanda, dan con un misterioso lugar en el que el río, cuyo cauce han ido siguiendo, desaparece. Allí, en unas espeluznantes ruinas, encuentran un diario que constituye la narración.
En dichas memorias, el último habitante de la casa, quien dice ser un anciano aunque posteriormente confesará tener 50 años, da cuenta de su extraña experiencia. Después de vivir en dicha finca durante algún tiempo sin más compañía que su perro, Pepper, y su hermana, en cierta ocasión, estando sentado en su salón, es presa de una visión sobrenatural que le transporta a misteriosos lugares.
Días después, paseando por el parque próximo a la edificación, comienza a sentirse espiado. Sus sospechas se verán confirmadas al ser su perro es atacado por unas criaturas a las que el narrador no llega a ver. Cuando finalmente consigue encarar a las extrañas criaturas que le acechan, éstas resultan ser unos horripilantes hombres/cerdo. Los capítulos a ellos dedicados, que tienen su mejor ejemplo en las páginas donde se nos refiere el asedio al que las bestias someten durante una noche a nuestro hombre, constituyen una de las cimas de la literatura de terror y uno de los fragmentos que he leído con mayor avidez en los últimos tiempos.
Lastima que, tras las investigaciones que nuestro protagonista lleva a cabo en las aguas del subsuelo de su casa, de donde salen a la superficie los hombres cerdo, la narración derive hacia un terror cósmico, que a mí se me ha hecho tan tedioso como se me puede hacer el del mismísimo Lovecraft. Entiéndase esto último, el outsider de Providence es uno de mis cuentistas favoritos en sus historias de Nueva Inglaterra. En su derrotero sideral, no tanto.
Lo que se nos propone Hodgson tras dar noticia de las investigaciones del atribulado inquilino de la casa, es un viaje a los confines del tiempo y el espacio. Se inicia cuando una de sus extrañas nieblas rodeada al narrador, estando éste en su casa, y ha venido a recordarme el periplo del protagonista de 2001: una odisea del espacio. Son tantas las semejanzas que me atrevo a apuntar que Arthur C. Clarke fue lector de Hodgson.
En cualquier caso, lo que es innegable es la influencia de Hodgson en el Lovecraft de los viajes siderales. De hecho, como se afirma en el prólogo, fueron Derleth y el resto de los discípulos del genio de Providence quienes recuperaron a Hodgson del olvido en que cayera tras su muerte, publicando su obra Arkham House, sello creado por los acólitos de Lovecraft para editar debidamente la obra de su maestro.
Pese a que el anhelo de que la narración vuelva a recuperar el magnetismo de su primera parte hace que el ritmo de la lectura se mantenga, el escalofrío creado con los hombres/cerdo no se vuelve a conseguir. Todo parece indicar que dichos seres han sido creados a semejanza de una extraña deidad, cuyo rostro asoma a la siniestra casa una vez su inquilino ha regresado de su peregrinaje a los confines del tiempo. Tal vez sea esta monstruosidad la que contamina al nuevo perro del narrador. El fiel Pepper, a quien se llega a coger cariño a lo largo de la lectura, queda reducido a cenizas cuando los siglos comienzan a dispararse como segundos y el protagonista pasa a ser algo incorpóreo. Comido paulatinamente por la extraña úlcera que le produce el contacto con ese algo que no llegamos a ver, el can es sacrificado por su amo. Nuestro protagonista no correrá mejor suerte. Siendo presa del mismo mal, que se inicia precisamente en esa parte del cuerpo donde el perro le lamió, decide pegarse un tiro antes de verse reducido a una masa informe, acaso como el protagonista de Vinum Sabbati, de Machen.
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A excepción de La casa en el confín de la tierra, que tanto me recordará a Lovecraft, terminan mis lecturas de Hodgson -por el momento se me antoja muy difícil empezar otra- con Un horror tropical y otros relatos sin haber vuelto a encontrar en ninguna de ellas el atractivo hallado en La nave abandonada y otros relatos de horror en el mar.
Muy probablemente integrantes de la misma colección a la que pertenecieron aquellos primeros textos de su autor que tuve oportunidad de leer, dos de las piezas aquí reunidas están localizadas en su temido Mar de los Sargazos.
El descubrimiento del Graiken, la primera de ellas, narra la historia de un hombre que hereda un velero. Dándose la circunstancia de que por esos mismos días un amigo se debate en la desesperación de haber perdido a su prometida en el mar un año antes, nuestro protagonista le invita a un feliz crucero con el propósito de que olvide a su amada.
Una vez en alta mar, el propietario de la nave se da cuenta de que el rumbo seguido por ésta no es el que él había trazado. Cuando se quiere poner al frente de la situación, su camarada se ha hecho con el mando de la embarcación que se dirige al fatídico mar de las obsesiones de Hodgson. Allí, varado entre sus algas, se encuentra el barco donde la amada del amigo languidece desde hace más de un año. Tras las lógicas dificultades, la dama es salvada felizmente.
Aunque visto desde lejos, como lo contemplan nuestros protagonistas en un primer momento, El misterio del buque abandonado -segundo de los textos ambientado en el Mar de los Sargazos- parece algo prodigioso, en realidad no son sino unas ratas gigantes y carnívoras -a buen seguro procedentes de las bodegas- que han conseguido desarrollarse en el barco al que nuestros personajes han de arribar. En el intento, algunos de ellos perecerán cruelmente devorados.
Otro misterio, El horror tropical al que alude el título de la selección, es una anguila gigante y carnívora que, atraída por el olor que desprende un barril de carne mal cerrado, se enseñorea del barco en el que se desarrolla la acción. A partir de ese momento, irá devorando a todos sus tripulantes menos al narrador, quien será recogido por otro navío en estado de inanición.
En cuanto a las piezas no localizadas en el mar que incluye esta selección, Eloi, Eloi, Lama Sabachtani me ha resultado heredera de los relatos de club de Wells incluidos en Doce historias y un sueño. El símil se hace evidente teniendo en cuenta que la narración le es referida por un hombre a sus compañeros de un club típicamente inglés.
Lo que se trata en sus páginas es la desaparición de un amigo del narrador, acaecida tras una explosión que ha tenido lugar recientemente en Berlín. Según se nos refiere, el accidente se produjo cuando el desdichado intentaba reproducir la misma penumbra y el mismo terremoto producido tras la muerte de Cristo.
Y si Eloi, Eloi, Lama Sabachtani es heredero de algunas piezas de Wells, cabe decir que Terror en un tanque de agua lo es del Poe de Los crímenes la calle Morgue. Lo que en el norteamericano es el gorila, aquí es una serpiente de agua que se ha desarrollado en un depósito que no está todo lo limpio que debiera. El descubridor del misterio será un doctor y el falso culpable, un desdichado que vive en los alrededores del tanque y está a punto de ser ahorcado: ha tenido la desafortunada ocurrencia de quedarse con algunas pertenencias de las víctimas.
En cuanto a El albatros hay que apuntar que sus páginas dan noticia de cómo el ave a la que se refiere el título llega a una embarcación con el mensaje de socorro de una mujer, cuyo barco ha naufragado. Como las condiciones climatológicas impiden a la nave receptora de la llamada del mensaje ir al encuentro de la dama, uno de sus tripulantes -el narrador- decidirá hacerse a la mar con un bote y salvarla. Tras la heroicidad, la señora y su héroe serán rescatados por el barco a cuya tripulación pertenece el narrador.
Siendo Más allá de la tormenta el texto que menos me ha llamado la atención de todos los reunidos en Un horror tropical y otros relatos, poco tengo que escribir sobre él.
Publicado el 30 de septiembre de 2013 a las 12:00.