"El juramento de los cinco lores", una nueva entrega de las aventuras de Blake y Mortimer
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Si hay algo de lo que abomine tanto como del cine contaminado por la política, eso es el cine contaminado por el teatro, excepción hecha de las adaptaciones de Shakespeare de Orson Welles. Tengo la teoría de que es mucho más estrecha la relación entre la pantalla y cómic que entre la pantalla y la escena. Los planos son las viñetas del cineasta y viceversa. El asunto de El juramento de los cinco lores, la nueva entrega de las aventuras de Blake y Mortimer debida a Yves Sente y Andre Juillard, ha venido a ratificarme en mis convicciones.
No hace falta ser cinéfilo, basta con ser un simple aficionado al cine para recordar ese accidente del comienzo de Lawrence de Arabia (David Lean, 1962) en el que pierde la vida el protagonista de la cinta, que realmente arranca tras el flashback que sucede al funeral. Pues bien, toda la trama de El juramento de los cinco lores tiene su origen en ese mismo accidente de motocicleta que costó la vida al militar británico. Y también es otra analepsis, otra vuelta atrás, concerniente a T. E. Lawrence -como firma el propio Lawrence de Arabia Los siete pilares de la sabiduría (1922), texto donde da cuenta de su experiencia en la rebelión árabe contra el imperio otomano- la que abre El juramento. Muy probablemente sea el manuscrito de ese libro el que debamos entender le es robado al héroe por unos miembros del MI5 mientras espera en la cantina de una estación un tren que ha de llevarle a Bristol. Estamos en 1919 y el paladín británico del panarabismo es conminado por Lawless, -un antiguo subordinado suyo, ahora el jefe los agentes- a enmendar los fragmentos antipatrióticos de su libro.
Treinta y cinco años después, ya en Oxford y en el tiempo en el que va a tener lugar la narración, los robos en el Ashmolean Museum de diversos objetos, no especialmente valiosos, por un misterioso encapuchado se suceden a las muertes de los tres primeros lores. A veces de forma tan violenta a como las torturas a las que es sometido lord Toddle. Aunque su martirio se nos omite, siéndonos dado a entender por las viñetas que nos muestran a Toddle maltrecho, tales crueldades hubieran sido inimaginables en las entregas originales del gran Edgar P. Jacobs. Por el contrario, el dibujo se me ha antojado jovial en comparación a los diseños del creador de la serie. Al estar ambientado en Inglaterra, en una Inglaterra casi siempre nevada, El juramento, a mi entender, debería haber sido un álbum tan sombrío como las primeras viñetas de La marca amarilla, la obra maestra de la serie.
Sin embargo, más que a las entregas de Jacobs me ha recordado a los dos tomos de La maldición de los treinta denarios. No tanto por los dibujos, aunque también, como por el personaje de Lisa Pantry. La secretaria del profesor Diging, el responsable del Ashmolean Museum, toca tan de cerca a la Eleni Philippides como el cine al cómic. Ninguna de las dos son esas buenas chicas que parecen ser en un primer momento. Lástima que Olrik no esté compinchado con Lisa, como lo estaba con Eleni. Pero ni el coronel ni ningún otro de los villanos habituales de la serie hacen aparición en esta entrega. Los he echado de menos. Muy en especial al gran Olrik.
Aquí los malotes tardarán en darse a conocer. Antes sabremos -en otro flashback que nos lleva a la juventud del capitán Blake y se abre con las explicaciones que éste da a Mortimer cuando la verdad comienza a salir a la luz- cómo la admiración por T. E. Lawrence llevó a cinco alumnos de colegio de Jesús de Oxford a hermanarse en una sociedad secreta para salvaguardar la obra del paladín del panarabismo. Los cuatro jóvenes lores posaron en una foto en la que de manera elíptica, como el martirio de Toddle, también está presente el quinto lord. Aunque no se le ve, como ha deducido Mortimer en uno de los fragmentos que más me han gustado de todo el álbum, éste no fue otro que el autor de la foto: el capitán Blake.
Recién incorporado al MI5 -el servicio de contraespionaje-, el primer jefe de nuestro protagonista fue Lawless. La primera misión del capitán en ese contraespionaje inglés del que llegará a ser el más famoso agente -al menos en lo que al cómic se refiere- consistió en conducir el coche con el que Lawless provocó el accidente que le costó la vida a T. E. Lawrence. La similitud de las viñetas que dan cuenta de ello con los planos correspondientes de la película de Lean es otra de las cosas que más me han maravillado de estas páginas. Naturalmente, todo es una suposición. Pero tan bien construida que cuando Blake, tras enterarse de a quién ha ayudado a asesinar, pide explicaciones a Lawless, éste le asegura que Lawrence estaba a punto de traicionar el imperio británico con sus contactos con Oswald Mosley, el líder del fascismo inglés.
Sin embargo, según le confiesa al capitán un antiguo amigo del MI6 -el servicio de espionaje-, T. E. Lawrence estaba poniéndose en tratos con Mosley cumpliendo órdenes del MI6 puesto que trabajaba para ellos. Lawless le ha "eliminado" porque le odiaba desde que el paladín del panarabismo le abofeteó en un comedor de oficiales de El Cairo, cuando se burló de él porque Lawrence entró vestido de beduino, de Lawrence de Arabia. Se alude así a otra célebre secuencia del filme de Lean.
Lo que ya es invención de Yves Sente, el brillante guionista de esta historieta, es la sustracción de ese manuscrito de T. E. Lawrence de la caja fuerte de Lawless por parte de Blake. A partir de entonces, cada uno de los cinco lores guardará un fragmento del texto en uno de los objetos encontrados en sus excavaciones arqueológicas -todos estudiaron arqueología en Oxford- enviados para su custodia al Ashmolean Museum, como hacía el propio T. E. Lawrence.
Antes de ser neutralizado por el MI6 y llevado a la prisión donde acabó poniendo fin a sus días, Lawless tuvo oportunidad de hacer seguir a Blake por uno de sus hombres y enterarse así del juramento que unía a los lores. Antes de matarse, escribió una carta que habría de ser entregada a su hijo al cumplir la mayoría de edad. En ella dejó instrucciones para su venganza. Sus hijos fueron dos: Alfred, un joven que se hace pasar por "simplón" y actúa bajo falso nombre -en realidad se llama John Lawless- y Lisa, cuyo auténtico apellido es Lawless. Ellos son los asesinos de los lores y los ladrones del manuscrito de T. E. Lawrence.
Publicado el 30 de agosto de 2013 a las 09:30.