El cementerio Père-Lachaise
Ya sabía de esa jovial peregrinación que lleva a tantos alucinados a la tumba de Jim Morrison. Pero no acaba de ubicar la legendaria sepultura en el cementerio del Père-Lachaise hasta que Jesús Ferrero me recomendó la visita a esta necrópolis en la primavera de 2000. Recuerdo que ya hacía las maletas para mi viaje de aquel año a París cuando le llamé para preguntarle la dirección de la librería Shakespeare & Company. Quería hacerme en ella la debida foto. Al volver a Madrid tenía la instantánea que da fe de que estuve en el establecimiento fundado por Silvie Beach, quien como es sabido, en 1922, editó por primera vez el Ulises, de James Joyce. Pero las imágenes de las que me sentía más satisfecho eran las del Père-Lachaise. Pues en la toma de éstas, que no de aquélla, hallé la mayor expresión de esa comunión con mi mitología que siempre me lleva a París.
Y es ahora, con la digitalización mis viejos negativos -que naturalmente también entraña toda una reorganización de mis recuerdos-, cuando comprendo que aquellos paseos por el Père-Lachaise donde las tomé fue lo mejor de mi primera visita al París del siglo XXI, a la vez que inspiración de uno de mis reportajes fotográficos de los que me siento más orgulloso.
No tengo datos para afirmarlo tajantemente, pues lleva el nombre de un cura -el confesor de Luis XIV- y tiene, como poco, una capilla. Aun así, todo parece indicar que es un cementerio aconfesional. De ahí su eclecticismo, que permite que las tumbas de finados de los más variados credos se mezclen con las de quienes no tuvieron ninguno. Eso es lo que le ha convertido en la necrópolis más famosa del mundo -no creo que sea camposanto de ninguna fe, he de insistir- porque es lo que ha permitido una profusión de protagonistas de la cultura que no admite comparación alguna.
Recuerdo que llovía cuando llegamos, con lo que Cristina estaba incómoda y apenas me dejó ver el emplazamiento de las sepulturas en ese plano que recibe al visitante. Así que encontrarme de pronto con la tumba de Balzac fue la gran sorpresa de aquel viaje a París. Seguro que quiere decir algo que escampara precisamente entonces. Tomé al punto la primera imagen. Acto seguido, como solía hacer cuando trabajaba con cámaras de foco manual, enfoqué a Cristina y, tras tomar una referencia en el suelo desde donde lo había hecho, le di a ella la cámara para volver a mi sitio junto a la tumba del maestro y que me retratara. Arriba se reproduce con otra tonalidad porque está escaneada de un positivo. Aquellas Fueron las primeras de una serie de vistas que tomé azorado por la emoción de encontrarme frente a las últimas moradas de Guillaume Apollinaire, Oscar Wilde -bajo estas líneas- o Max Ophüls, entre tantos otros poetas, escritores y cineastas que admiro desde las primeras noticias que tuve de sus obras respectivas.
Modigliani y su Jeanne Hébuterne -"compañera devota hasta el sacrificio extremo", según reza su epitafio-, Yves Montand y Simone Signoret -bajo esta líneas-, Abelardo y Eloísa... Los que se amaron hasta que les separó la Parca yacen juntos. Sus fosas vienen a demostrar que su amor fue -es- más poderoso que la vida. Y mi emoción fue tanta en aquella toma de vistas que, cuando el carrete -uno de aquellos Tmax 400 que tanto estimé- se me acabó, creí por un instante que el motor de mi tercera Yashica se había estropeado. Para salir del paso comencé a trabajar con la TLR y me apliqué en la grabación de ese video 8 con el que tomé unos planos de todos los lugares que visitamos en aquel viaje a París. Las fotos sacadas con la TLR no las estimo. Pero si un día tengo un ordenador lo suficientemente potente para editarlo, lo haré y subiré el video a esta bitácora.
Quedémonos de momento con aquella primera visita al Père-Lachaise, a la que puso fin Cristina cuando, ya cansada de tanta celebración de mi mitología, me urgió a que nos fuéramos. No había visto la tumba de Jim Morrison. No obstante lo cual, tenía la sensación de haber estado en Olimpo de mis lecturas y admiraciones. De modo que la cosa me supo a poco. Me faltaban por ver los sepulcros de Georges Méliès y Nadar, uno de los fotógrafos que más admiro.
Dos días después, el último de nuestro viaje, mientras Cristina se arreglaba para salir, lo que de ordinario le lleva un par de horas, volví al parnaso de mis mitos en busca de todas esas tumbas que no pude visitar la primera vez. Entonces me di cuenta de que, aun siendo un cementerio, no es tenebroso en modo. De hecho, para los parisinos es un parque como puedan serlo para los madrileños los jardines de Sabatini. En aquella segunda ocasión, tomé la avenida circular y llegué hasta el Muro de los Federales. No tengo la más mínima afinidad política con los comunistas. Pero me impresionó encontrar ese monumento que recuerda a los españoles que lucharon contra el nazismo, anarquistas principalmente, dicho sea de paso.
Lastima que las imágenes que tomé de la placa que conmemora a los comuneros que allí mismo, contra ese muro, fueron fusilados, cuenten entre los clichés que no me parecieron satisfactorios en el positivado. La primera ampliación de estos negativos, siempre en aquellas noches en que montaba mi cuarto oscuro en el mismo lugar donde escribo esto, fueron especialmente laboriosas. No acababa de dar con el papel adecuado. Como tampoco acabe por dar con la tumba de Jim Morrison.
Esa misma primavera de 2000, cuando me encontré con Jesús Ferrero e Irene Gracia en la fiesta que entonces organizaba El Mundo con motivo de la Feria del Libro madrileña, les agradecí el consejo. Abundando en el tema del turismo necrológico, Irene me dijo que ellos visitaban los cementerios de todas las ciudades a las que viajaban. "El de Venecia es especial, porque vas en barca y parece que te lleva Caronte". Desde tengo ganas de seguir aquel nuevo consejo.
Publicado el 9 de julio de 2013 a las 13:15.