Mi primera lectura francesa
Archivado en: Cuaderno de lecturas, Jacques Martin, Alix, "El emperador de China"
Recuerdo que me compré El príncipe del Nilo, mi primera aventura de Alix, en la sección de cómics de la Casa del Libro mediados los años 80. No mucho después, Norma Editorial abandonaba la publicación de la serie. En los casi treinta años transcurridos antes de que Netcom2 la retomara hace apenas dos o tres temporadas, la colección se convirtió en un auténtico mito entre los amantes españoles de la Línea Clara. Jamás me cansaré de repetir que Alix -junto con Tintín y Blake y Mortimer- integra el triunvirato rector del cómic belga. Que es como decir lo mejor de lo mejor.
Nunca publicada íntegramente en nuestro país con anterioridad a la iniciativa de Netcom2, aquellos números de Alix que aparecieron con el sello de Norma -y más aún los que vieron la luz en los años 60 con la marca de Okius Tau- se convirtieron en álbumes preciadísimos, de esos que raramente se pueden encontrar y siempre a precios muy elevados. Ante este panorama, me hice a la idea de evocar las aventuras de Alix como las de Steve Pops, aquella parodia de James Bond, original de Jacques Devos, que supusiera otro de los grandes mitos del cómic belga. También publicado en España por Okius Tau, tuve la primera entrega, Steve Pops contra el doctor Yes (1967), hasta que las continúas trampas que han jalonado mi vida me obligaron a venderla. Aún la añoro como a uno de los grandes tesoros perdidos de mi feliz infancia.
Con Alix no estaba dispuesto a la añoranza. Así que, ante la imposibilidad de leerlo en español, en mi visita a París de 2000 entré en una de esas esplendidas librerías de cómics -bande dessiée que allí los llaman- de los aledaños de Saint-Michel dispuesto a hacer de El emperador de China en la edición original de Casterman mi primera lectura francesa. La experiencia no pudo ser más gratificante. Al punto comprendí lo dados que son las viñetas y los bocadillos para el aprendizaje de una lengua. De ahí su frecuencia en los métodos de idiomas. Dicho esto, paso a reproducir las notas que tomé entonces, en mayo 2000 -buena época- tras la lectura.
Publicada originalmente en 1983, cuando Jacques Martín se encontraba en la plenitud de su trazo y no precisaba colaboradores, la historia se abre con Alix y Enak recién llegados a Elefanta, un puerto de la India. Acompañan al griego Mardokios, hijo del mentor del primogénito del emperador de China, el príncipe Lou Kien. El heleno les ha invitado a viajar con él. Ya en el junco que habrá de llevarles al país de la Gran Muralla, la embarcación es abordada por unos piratas. En este ataque, Alix salva la vida del príncipe Wou Tchi, un primo del emperador chino.
Una vez en China, mientras se dirigen al palacio imperial, un poeta les sale al paso y Wou Tchi comienza a apalearle. Alix, que como todos los personajes de la Línea Clara está imbuido del afán de justicia y tolerancia de Tintín -en cuya revista nació-, no duda en salvar al bate de las iras del príncipe.
Enclavado en una isla maravillosa, el palacio real resulta ser un nido de intrigas y traiciones. Apenas son recibidos por el emperador, nuestros dos amigos llaman positivamente la atención de Lou Kien. Éste resulta ser un joven enfermo desde que, un año antes, fuese herido por una flecha envenenada mientras participaba en una batalla al frente de sus tropas. A la sazón languidece en espera de la muerte con un único interés: ver pintada de rojo una montaña que se alza frente al templete -kiosque lo llama Martin- en que su majestad acostumbra a apreciar el paisaje.
Obsesionado con la realización de tan desatinado capricho, Lou Kien pide a Alix que vaya a inspeccionar la marcha de los trabajos. Alberga la sospecha de que el pueblo esclavo que está pintando el monte no avanza todo lo deprisa que debiera. Cuando Alix, obedeciendo a esos códigos de los héroes de la Línea Clara referidos, se niega a cumplir la misión, Lou Kien le ofrece a cambio la posibilidad de poder abandonar el palacio. Según la ley, ningún extranjero que haya estado en su interior puede salir con vida. La empresa del joven galo se entremezcla con una intriga palatina, un golpe de estado, en la que están involucrados Mardokios, su padre y Wou Tchi.
Ajeno a la conjura, Alix, en compañía del joven Wiong, descubre que los trabajadores que pintan la montaña son arrojados al lago por sus guardianes.
De regreso a palacio, mientras Wiong se escapa, Alix es apresado acusado de la muerte de Mardokios y su padre, en tanto que Enak no goza de mejor suerte. La culpa del joven egipcio es haber sido amigo del príncipe. Sólo por esto, deberá ser enterrado junto a él.
Tras escapar de su cautiverio merced a la colaboración de Wou Tchi, con la ayuda de éste y del poeta al que defendiera en el camino al palacio, Alix saca a Enak del mausoleo en el que ha sido enterrado vivo junto a Lou Kien y una pequeña corte. Cuando el galo se introduce en tan tétrico lugar, todos ellos están narcotizados.
Alejados de la ciudad imperial, nuestros amigos hallarán refugio en la casa de unos pescadores. Pero no tardarán en tener que volver a emprender la huida: el emperador ha puesto precio a sus cabezas. Presos otra vez de semejante déspota, nuestros héroes están a punto de ser decapitados -como ya lo han sido el poeta y cuantos les han ayudado- cuando Wou Tchi intercede por ellos. Wiong no tendrá tanta suerte: será degollado mientras el junco que se lleva a nuestros amigos de China inicia su singladura.
Una obra excelente, en la que ese hilo de Ariadna del que hablaba Hergé discurre a la perfección, a veces entre asuntos tan poéticos como la quimera del monte pintado de rojo.
Publicado el 19 de mayo de 2013 a las 19:15.