Una vieja quimera
No tengo por costumbre leer libros de divulgación, menos aún de especulación científica. Como bien sabe el lector de estos apuntes, lo que yo busco en un texto es creación literaria. Pero el tema que aborda la inglesa Jenny Randles en Viajando en el tiempo es el asunto que más me interesa de cuantos nos propone la ciencia ficción. De modo que, tras dudarlo durante casi diez años, hace unos días me decidí a abrir estas páginas. No debí hacerlo. Sólo he descubierto una obra fallida en el sentido de que no responde a las expectativas que ella misma despierta. Se pierde en un sinfín de ejemplos y apenas esboza teorías.
Sostiene la autora que hay estados alterados de conciencia -"una atmósfera abrumadora de serenidad y silencio y una extraña sensación de ir a la deriva" (pág. 220)- a los que llama el "factor Oz". La alusión a aquel mundo de Oz creado por Lyman Frank Baum, al que se llegaba por el camino de baldosas amarillas, es indudable. Lo que ya no lo es tanto es que algunas tormentas magnéticas produzcan ese factor Oz en el que algunos coches u otros medios de transporte son desplazados, con sus ocupantes dentro, minutos u horas hacia el futuro. De ahí que llame a esas tormentas magnéticas "tormentas en el tiempo". Son tantos los hechos concretos que aporta a este respecto que han acabado por hartarme.
Apoyándose en la Teoría de la relatividad y en la física cuántica, Randles sostiene que si se creara un portento capaz de transportarnos a una velocidad superior a la de la luz, también sería posible el viaje hacia el futuro. Mis conocimientos a este respecto no van más allá de la fórmula de la velocidad y, desde mi limitadísimo punto de vista, el prodigio me parece plausible.
Muy distinto es el caso de esos universos paralelos a los que se refiere para salvar las paradojas resultantes de los viajes al pasado, sintetizadas por lo común en la del abuelo. Si retrocediéramos a los días de su juventud y le matáramos impediríamos nuestro nacimiento, sería en líneas generales. "La realidad no es el fenómeno perfectamente definido que suponemos", escribe en la pág. 141. Admiro la frase, pero no acaba de seducirme el argumento.
El retorno a lo pretérito es mi principal interés del viaje en el tiempo. Pero Randles se queda muy corta en este punto. Nos habla de grabaciones videográficas que muestran imágenes más antiguas que las tomadas de hecho por sus operadores; de personas salvadas de accidentes; presumiblemente por seres llegados del pasado que les advirtieron del peligro; de viajeros que llegaron a hoteles perdidos, muy baratos, decorados a la antigua y que no salieron en las fotos que les tomaron sus huéspedes. También se refiere al célebre Experimento Filadelfia. Más allá de las dos versiones que el cine ha dado de este caso, al parecer verídico -El final de la cuenta atrás (Don Taylor, 1980) y El experimento Filadelfia (Stuart Rafill, 1984)-, la autora sitúa los orígenes del misterio en 1904.
Amo la ciencia ficción porque exalta la fantasía. Por eso mismo, desdeño la ufología siempre afanosa en demostrar científicamente el origen de las realidades veladas. Randles, aunque aquí insiste en marcar distancias, es una conocida ufóloga. A mi juicio, escribe con un verdadero complejo de inferioridad respecto a los verdaderos científicos. Eso explicaría su desmesura en las verbigracias, los casos supuestamente verídicos.
No leía divulgación científica desde el 90, cuando di cuenta de la Historia del tiempo, el best seller de Stephen Hawking. Así pues, a comparación surge inevitable, aunque para demostrar que siempre son odiosas. El texto de Randles no es más que una minucia frente al ya clásico de Hawking. Particularmente, ha venido a recodarme a aquellos títulos de la colección Otros Mundos de Plaza & Janés de los años 70. Con un verso de Paul Eluard como lema -"Hay otros mundos, pero están en éste"- comercializó títulos como El libro de los secretos descubiertos de Robert Charoux, Las civilizaciones de las estrellas de Marcel Moreau o Encuesta detrás de lo visible de Ventila Horia. Hoy a cual más entrañable todos ellos. Pero por la avidez con que los leía alguien a quien tengo en la más alta estima, no por el valor científico de sus observaciones.
Publicado el 22 de abril de 2013 a las 11:45.