Una compilación de Charles Nodier
Introductor del romanticismo en Francia -se dice que El Arsenal, la biblioteca que tuvo a su cargo fue el primer cenáculo romántico de París-, Charles Nodier es uno de los pocos autores de literatura fantástica que considera la historia de la literatura en general. Siempre interesado por la experiencia onírica y otras realidades veladas, reunió en Infernaliana (1822) una colección de anécdotas, consejas y cuentos de miedo que en 1997 conoció una edición española con el sello de Valdemar.
Descubrí a Nodier en el 93, en las páginas de Mademoiselle de Marsan (1832). En aquella maravilla, ese gran poeta de las sombras que hoy me ocupa me trasladó a la Venecia de los Carbonarios que conspiraban contra Napoleón en castillos siniestros y entre misteriosas damas, habitantes de lúgubres mazmorras. Con tales antecedentes, di cuenta de Infernaliana con la avidez que cabía esperar apenas me fue obsequiado gentilmente por sus editores. Una vez más, lo que sigue son las notas que tomé entonces con las adecuaciones oportunas:
Tras una semblanza biográfica debida a Alejandro Dumas padre, interesante en cuanto al retrato de la generosidad de Charles Nodier, pero tan pedante como las referencias al propio Dumas en las introducciones a las piezas reunidas por el autor de Los tres mosqueteros (1844) en Historia de un muerto contada por sí mismo[1], incluso algo pesada a mi juicio, se nos propone una antología de anécdotas. Algunas de ellas, tal apunta Dumas, están tomadas de El mundo de los fantasmas (1746), el célebre libro del abad Dom Calmet.
Para empezar, cumple llamar la atención sobre el primero de estos textos: La monja sangrienta. Dicha religiosa -española por cierto- abandonó "el convento para vivir en desorden junto a su amante". Tras asesinar a éste halló muerte a manos de su cómplice, quien decía iba a casarse con ella. Al permanecer su cuerpo sin sepultura y su alma sin descanso, su espectro vaga por el castillo que fuera del hombre por quien abandonó a Dios. Aprovechando que sus apariciones atemorizan a todo el mundo, un joven propone a su amada que se disfrace de monja y así poder fugarse juntos. Lo malo es que, llegado el momento de la huida, el enamorado se lleva a la verdadera sangrienta. A partir de entonces, las apariciones del espectro reclamándole amor le agobiarán hasta el punto de llevarle al borde de la locura. Dicha enajenación será el argumento del que se valdrá el padre de la muchacha con la que iba a fugarse para casarla con otro.
(El lector fiel de esta bitácora habrá podido dar cuenta de los apuntes sobre este mismo fragmento -también incluido en El monje de Matthew G. Lewis-, en la entrada que dediqué a esta novela. Fui a decir entonces que las atrocidades del Santo Oficio dieron pie a la Reforma, al protestantismo en general, a imaginar una España tan dada a mi amada literatura de miedo como los montes Cárpatos o los territorios míticos de Lovecraft. Aun reconociendo que al terror gótico anglosajón no le faltaron argumentos para llegar a creer que el Madrid y el Toledo de la Inquisición eran como la Francia de Gilles de Rais, la Transilvania de Erzsébet Báthory o la Valaquia de Vlad El empalador, vengo a dejar ahora constancia de que la gravedad luterana me carga mucho más que la beatería de quienes intentaron en vano inculcarme el catolicismo apostólico y romano. Sí señor, esa supuesta pureza del protestantismo -no olvidemos que la Iglesia de Inglaterra tiene su origen en la lascivia de un rey, como siempre apuntaba mi madre- puede llegar a resultarme tan repelente como a los malotes de La reina Margot (1845) -volvamos a citar a Dumas-, el puritanismo de los hugonotes).
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La Joven flamenca estrangulada por el diablo, ya volviendo a Infernaliana, es aquella que, desesperada por el cuello que le hacen sus modistas, invoca el nombre del Príncipe de las tinieblas. Su fin es el que explica el título.
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Tras unas piezas que no merecen apuntes, llega El espectro de Olivier. Al igual que en Los dos estudiantes de Bolonia, incluida en Historia de un muerto contada por sí mismo, lo que se nos refiere es la historia de un hombre asesinado vilmente. Su alma en pena recurre a quien fuera su mejor amigo en vida para pedirle venganza. Los que en Dumas eran Beppo y Gaetano, en Nodier son Olivier y Bodouin. Habida de cuenta de la admiración que Dumas sentía por Nodier, son tantas las coincidencias -amigos inseparables; muerte del futuro espectro durante un viaje; y desposorio final con la hermana del finado- que seguro que significan algo tantas similitudes.
En este caso, el fantasma indica a su antiguo camarada el lugar donde sus asesinos han escondido su cadáver y, durante la celebración del juicio, aporta las pruebas necesarias para que sean condenados.
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Tras más textos que no han envejecido tan bien como Mademoiselle de Marsán llegan Las aventuras de Thibaud de la Jacquière, la historia que más me ha interesado. En ella se nos cuenta la experiencia de un soldado blasfemo y libertino que, en un alarde de su herejía, pide amar a la hija del Diablo.
Dicho y hecho acto seguido aparece por la calle una bella dama, Responde al nombre de Ordaline y la acompaña su paje, un "negrito".
Tras escuchar la candorosa peripecia que les ha unido, Thibaud la seduce. Ya dispuesto a empujar contra ella, descubre que es un súcubo. Al día siguiente, el militar será encontrado en una chabola, tumbado "sobre una carroña medio podrida". Tras ser trasladado a casa de su padre, Thibaud recuperará el conocimiento y pedirá que se abra la puerta a un ermitaño que le exhortará al bien antes de morir.
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La perrita blanca nos propone la extraña experiencia de un campesino que habita en las inmediaciones de un árbol junto al que siempre descansa una perra inmaculada, a la que nadie ha podido coger nunca. De ahí que se diga que el animal es una creación del Diablo.
Cierta noche, que uno de sus hijos ha ido donde la perra a por leña y no regresa. Nuestro hombre se adentra en el siniestro lugar en compañía de otro de sus vástagos. Al avanzar por aquel ámbito prodigioso, les empieza a parecer que el bosque no tiene fin. Es entonces cuando comienza a notar que está rodeado de seres espantosos. Cuando cree que un "pájaro de tamaño extraordinario" evoluciona por encima de él y la fatiga le vence, encomienda su alma a Dios, saca un crucifijo que lleva en el bolsillo y pierde el conocimiento.
Al despertar la mañana siguiente, los árboles están teñidos de sangre y tienen "impresos caracteres mágicos y espantosos". En tan desolador paisaje, el campesino reconoce algunos restos de la ropa de sus hijos: a él le ha salvado el crucifijo.
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El viaje es una de las piezas más largas y más interesantes de las reunidas en Infernaliana. Durante un trayecto en diligencia, los viajeros charlan sobre distintos hechos infernales. Entre las experiencias que sacan a colación destacan la de un caminante que es recogido por un extraño caballero. El misterioso jinete no para de subir a gente a lomos de su caballo sin que falte espacio en la grupa de su montura.
Cuando el narrador cuenta que son trece los que viajan en la diligencia, recuerda: "nuestro señor tenía la misma compañía que nosotros y el decimotercero era Judas". Dicho esto, escucha unos "alaridos espantosos" y vuelve a verse allí donde fuera recogido. Toda una maravilla reducida en página y media.
El segundo de los dos fragmentos que integran en El viaje, pese a que los espectros que lo protagonizan tienen un aire humorístico, no deja de ser ni interesante ni ocurrente. Su protagonista, perdido en la noche, arriba a una casa en la que es recibido por una bella dama. Tras cenar junto a ella, la mujer se ausenta pidiéndole que la espere. En ello está cuando los fantasmas invaden la estancia. Más que siniestros, los espectros que le atormentan son bromistas: le mantean, se burlan y, finalmente, le afeitan media barba. Desde entonces no ha vuelto a crecerle el pelo en esa parte de la cara.
El tercero de los cuentos reunidos en El viaje es una modalidad más del pacto diabólico. En este caso, El Maligno propone a su socio veinte años más de vida, tiempo en el que será su esclavo. Sin embargo, cuando el mortal fallezca, cambiarán las tornas.
"Ambicioso, violento e irascible", según confesión propia, tras serle concedida la venganza que desea y caprichos como el de dar vida a una estatua de cera, de la que sale una mujer tan pérfida que hasta el mismo Príncipe de las Tinieblas le falta poder para complacerla.
Cumplidos los veinte años, el Diablo anuncia que estrangulará a su socio en un par de días. Para evitar la muerte, el narrador buscará refugio en una iglesia, donde será exorcizado. Libre de todo mal, se le advierte que lleve siempre consigo una imagen de la Virgen. Cuando enseña la reliquia, un demonio camuflado entre los viajeros se abalanza sobre el narrador presto a quitarle su talismán.
Esa misma noche, pernoctando en el castillo de una dama que también integra el grupo, las criaturas del infierno no tardarán en dejarse ver. Asustado, el socio que traicionó a Belcebú tiene tanto miedo que deja caer su reliquia. Los enviados del Averno se lo llevan "y que los perjuros tiemblen al leer tu historia".
El resto de los textos de Infernaliana son meras anécdotas. Choca que el mismo autor nos advierta en la conclusión que son falsas. A menudo, se muestran revestidas de una vocación moralizante, en torno a aparecidos que indican a los vivos la autoría de un crimen o satisfacen una deuda.
[1] leí con agrado Historia de un muerto contada él mismo en el 99. Recuperaré las notas que tomé entonces en un asiento posterior para el que emplazo al lector de estas líneas.
Publicado el 18 de febrero de 2013 a las 17:45.