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El insolidario

Antología de la literatura fantástica

Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre "Antología de la literatura fantástica"

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Tras una interesante explicación de las distintas variedades de narraciones fantásticas -una de las mejores que he tenido oportunidad de leer- los aforismos, las metáforas, y las ocurrencias -a menudo reducidas a un fragmento, un párrafo o unas líneas de una obra mayor- se suceden a los verdaderos relatos. De ahí la desmesura del índice. De ahí también que yo omita las notas de un buen número de propuestas que no las merecen.

 

Una metáfora y una variación

Uno de las primeras metáforas es la pieza del "suicida japonés", como llaman Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo -los antólogos cuyas introducciones son tan notables como cabía esperar en ellos- a Ryunosuke Agutagawa. Sennin, su título, nos refiere cómo un hombre, para alcanzar la santidad -los sennin son una suerte de ermitaños nipones- se emplea durante veinte años como criado sin sueldo. Al final de dicho tiempo, cuando el lacayo voluntario pide a su señora el secreto de la gracia que anhela, ésta le dice que la alcanzará subiendo a la copa de un árbol. Cuando se suelta de la rama que le sujeta, el sirviente comienza a volar llevándome a creer que ha alcanzado el cielo.

***

La primera de esas piezas completas que cautivan poderosamente desde su comienzo es Enoch Soames, original del inglés Max Beerbohm. Se trata al cabo de una interesantísima variación del mito de Fausto localizada en los ambientes literarios del París y el Londres del 3 de junio de 1897. En esta ocasión, el vendedor del alma es el poeta que da título a la narración. A cambio de ello, el Diablo -uno de los pocos textos donde aparece escrito con mayúsculas- se compromete a trasladar al escritor a la sala de lectura del Museo Británico el 3 de junio de 1997, para comprobar en los diccionarios y enciclopedias allí guardados la gloria que le ha dispensado la posteridad. En una escritura fonetizada, Soames comprueba como se habla de él como de un poeta de "tercera categoría" porque escribió pensando en el mañana cuando en el mundo actual los escritores son una suerte de servicio público.

En la misma noticia (pág. 42), en verdad notable, se nos dice que fue contemporáneo de Beerbohm y que firmó un pacto con el Diablo. Cuando Soames regresa a 1897 para enfrentarse a su destino en el infierno, el narrador intentará inútilmente salvarle. Acaba esta maravilla con su indignado: tras haberse cruzado con el Diablo -presentado en todo momento como un ser cotidiano, "un hombre de negocios" según se define él mismo-, y que el Príncipe de las Tinieblas no le haya devuelto el saludo.

 

Los argentinos

La propuesta de Borges, Tlön, Uqbar, Orbis Tertuis, da cuenta de un país imaginario, Uqbar, existente únicamente en algunos libros ficticios. Tal es el caso de History of the land called Uqbar, de un tal Silas Haslam[1]. Buscando -al principio con la ayuda de Bioy Casares- más referencias sobre un territorio que ya le empieza a parecer mítico, da con la entrada de una enciclopedia referida a él. Pero lo más interesante es que la enciclopedia en cuestión compendia el saber de un planeta imaginario, Tlön. Tras disertar sobre las ciencias, la geografía y la lengua de Tlön -todo ello con la inteligencia que caracteriza al autor-, Borges nos habla de una nueva versión de esa enciclopedia de Tlön que será llamada Orbis Tertuis.

***

El destino es chambón, de los también argentinos Arturo Cancela y Pilar de Lusarreta, se cuenta la experiencia de un conductor de tranvías bonaerense. "Es el descontento de sí mismo, ya sea por la oscuridad de origen, por un defecto de conformación física o por una ausencia de condiciones espirituales brillantes, lo que lleva a muchos hombres a la acción revolucionaria". Entre reflexiones tan brillantes como la que antecede, se nos cuenta cómo, tras romperse la pierna a finales del siglo XIX al chocar su coche con la última carreta de bueyes que cruzaba las calles de Buenos Aires, la extremidad le queda cinco centímetros más corta que la otra. Cuando regresa al trabajo, la cojera le impide conducir los nuevos tranvías eléctricos, con lo que se le destina a vigilante de las cocheras. Observan los autores que el mismo progreso que había convertido al desdichado en uno de sus héroes lo deja atrás de esta manera.

Quince años después, un día que llega pronto a las cocheras, coge un tranvía de caballos -de los estilados quince años antes del accidente- y arrambla con él por las calles de Buenos Aires, perdido en una ensoñación en la que vuelven a su mente algunos de los viajeros de entonces. Absorto en sus recuerdos, choca con un tranvía eléctrico. A resultas del accidente, se rompe la pierna que le quedaba bien y, a consecuencia de la fractura, las dos se igualan. También se cumple así un ciclo que abarca treinta años. Cuando el conductor llevaba tranvías de caballos, durante una revolución, una bala estuvo a punto de fracturarle la pierna que se rompió quince años después y treinta antes de la segunda.

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No hay duda de que Casa Tomada fue la pieza de Julio Cortázar favorito de Borges. Con ella abría la selección de los relatos del autor de Rayuela incluida en su Biblioteca Personal, la magnifica colección publicada a finales de los 80 por Orbis, y vuelve a traerla a estas páginas. Su asunto gira en torno a la experiencia de dos hermanos agobiados por una supuesta presencia que se va enseñoreando de su domicilio.

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Mucho más interesante me ha resultado Ser polvo, del también argentino Santiago Dabove. En sus páginas se nos cuenta la experiencia de un tipo que se cae del caballo y, aquejado de una parálisis no se puede levantar. Poco a poco va notando como necesita moverse para buscar la vida y, al igual que las plantas, prefiere encontrarla en el mismo lugar donde ha quedado postrado. Es así hasta el punto de que, cuando un campesino que pasa por el lugar e intenta ayudarle, el hombre planta le escupe. Así le demuestra que rechaza su auxilio para seguir muriendo como hombre e ir cubriéndose de "espinas y capas clorofiladas".

 

Resonancias de otras obras

Respecto a Un hogar sólido, pieza teatral de la mejicana Elena Garro, hay que destacar las analogías que registra con el Juan Rulfo de Pedro Páramo. Aquí nos cuenta un dialogo entre muertos que conversan como vivos de asuntos tan cotidianos como la vestimenta.

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Otro de los fragmentos que convierten estas páginas en una delicia es Los ganadores del mañana, del inglés Holloway Horn. Se trata de una de las no pocas obras maestras aquí reunidas. Su protagonista es un sujeto cansado de perder en las carreras de caballos. Un extraño anciano le ofrece el diario del día siguiente, donde podrá comprobar quiénes son los ganadores en el hipódromo. En un principio, el tipo se muestra reticente; finalmente, acepta. Cuando al día siguiente llega al hipódromo y apuesta por los ganadores que ya conoce, se convierte en un hombre rico. De regreso a su casa, vuelve a leer el diario, donde tiene noticia de su propia muerte. En efecto, el jugador fallece repentinamente, tal y como se ha escrito en el rotativo. Hay algo que me hace ver aquí ciertas analogías con Sucedió mañana, la película de René Clair.

 

Dos hechizos

Un nuevo inglés, W. W. Jacobs, firma la que los mismos antólogos califican como un ejemplo de todo el género fantástico: La pata de mono. El objeto en cuestión es un extraño amuleto del que un sargento, recién llegado de la India, habla a sus anfitriones. Según el militar, la reliquia es capaz de conceder tres deseos a quien se los pide. Pero es mejor no hacerlo porque, inevitablemente, conlleva una tragedia. Ni que decir tiene que los dueños de la casa no creen en los supuestos prodigios de la pata. El sargento les aconseja que se no se tomen los poderes del objeto tan a la ligera cuando lo adquieren. Bromeando, el anfitrión desea que se le concedan doscientas libras. A la mañana siguiente, un tipo muy apesadumbrado les visita para decirles que su hijo ha muerto al caerse en una máquina mientras trabajaba. La empresa ha decidido entregarles como indemnización la cantidad que el padre pidió a la pata de mono. En los días sucesivos, la madre, desesperada por la perdida, pide a la pata de mono que el hijo vuelva de la tumba. El padre, que sabe que las horribles mutilaciones que sufrió le habrán convertido en un monstruo, pide el último deseo: que el hijo no vuelva. Así, cuando la madre se acerca a abrir la puerta de casa convencida de que es el muchacho quien ha llamado, sólo encuentra en el quicio. Su deseo se ha cumplido, por eso la infeliz ha escuchado los pasos del desgraciado acercándose. Pero el del padre, que no quería que su hijo volviera de la tumba convertido en un monstruo, también.

***

El brujo postergado, del infante don Juan Manuel, es otra de las lecturas aquí reunidas que más me han interesado. Su protagonista es un deán de la catedral de Santiago que quiere iniciarse en la nigromancia, lo que no deja de ser sorprendente en una autoridad religiosa.

A fin de cumplir sus objetivos, el acude a visitar a un tipo de Toledo -don Illán- que pasa por ser quien más sabe de brujería en todo el país. Antes de iniciarle en los misterios de la magia negra, don Illán dice a una sirvienta que prepare unas perdices para comer. Acto seguido, conduce al deán a una misteriosa estancia en donde, le asegura, le iniciará en el ocultismo.

Metido ya en faena el religioso, llegan hasta el lugar dos mensajeros para anunciarle que el obispo se encuentra muy mal. Días después, cuando el obispo muere, nuestro deán es nombrado su sucesor, lo que don Illán aprovecha para pedirle el cargo de deán para un sobrino. El nuevo obispo le da una disculpa. No obstante lo cual, el prelado asegura que ha decidido favorecer a don Illán y le invita a acompañarle a Santiago.

Seis meses después de llegar a la ciudad gallega, el obispo es nombrado arzobispo y don Illán vuelve a pedirle el cargo que queda vacante: la respuesta vuelve a ser la misma. El procedimiento continúa repitiéndose mientras el antiguo deán va alcanzando las más altas distinciones eclesiásticas. Finalmente, cuando ya es papa y la respuesta vuelve a ser la misma, don Illán anuncia que se va a comer las viejas perdices. Dicho lo cual, los dos vuelven a encontrarse en el domicilio toledano del maestro en brujería. El anfitrión acompaña a su huésped a la calle y allí lo despide.

 

Varios delirios

Puede que no sea exagerado afirmar que, en El cuento más hermoso del mundo, Kipling hace honor al título. La que se trata es la experiencia de un escritor diletante -Charlie Mears-, veinteañero y lleno de ambiciones, que le vende una de sus ideas a otro consagrado. A medida que el muchacho imagina y se lo va contando a su comprador, el autor va descubriendo que su negro le está refiriendo una historia acaecida en una galera vikinga, "experiencias vividas hace dos mil años narradas por la boca de un muchacho contemporáneo". Se trata, del relato fidedigno de uno de los navegantes que aparecen en la Saga de Eric el Rojo o Thorfin Karlsefne. Fascinado aún el narrador por esa capacidad de descubrir el auténtico pasado de su negro, un amigo bengalí del escritor -lo que me hace pensar que Kipling se está refiriendo a sí mismo- le anuncia que cuando Charlie se enamore perderá su retroclarividencia. Eso es exactamente lo que pasa.

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Bajo el título de La esperanza, Villiers de L'Isle Adam nos presenta el clásico relato sobre el Santo Oficio tan afecto a la literatura gótica. En esta ocasión, se trata de la ilusión de una fuga en la que descubrimos una alucinación cuando el inquisidor -un hombre que oculta su crueldad bajo una aparente misericordia- se descubre ante el desdichado que cree haber huido del suplicio que le aguarda.

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Leopoldo Lugones nos propone una auténtica rebelión equina en Los caballos de Abdera. Sublevadas las monturas, toman la ciudad e incluso violan a algunas mujeres. Finalmente, cuando la batalla parece estar perdida para los humanos, se anuncia la llegada de Hércules.

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Maupassant está presente con ¿Quién sabe? uno de sus cuentos de locura, muy en la línea de los reunidos por la editorial Valdemar bajo el epígrafe de "Crueldad y delirio". Su protagonista es un tipo recluido voluntariamente en una casa de salud que nos cuenta su historia. Una noche regresa a su casa para descubrir que le han robado todos los muebles. Tras cerrar su domicilio y viajar durante algún tiempo, encuentra todos sus enseres en un anticuario de Rouen. Tras cerciorarse de que sí son sus muebles, nuestro hombre los vuelve a comprar y denuncia el caso a la policía. Pero cuando los gendarmes se presentan en la tienda, son otros enseres los que encuentran.

Poco tiempo después, el narrador recibe una carta de sus criados diciéndole que los muebles acaban de ser restituidos. Cuando el tipo regresa a su casa y comprueba que es cierto, decide ingresar en una casa de salud.

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La expiación, de Silvina Ocampo, está construida en dos tiempos: aquel en el que transcurre la narración y otro pretérito, escrito en cursiva. Su narradora es una mujer casada con Antonio. Una de las cosas que más me han llamado la atención es el desdén que dicha mujer dedica a una de sus interlocutoras cuando ésta le dice que su Antonio, aunque pasa por ser blanco, es un indio. En la auténtica raza de Antonio tendría origen su facilidad para amaestrar a los canarios, que es lo verdaderamente cuenta en el relato. Pues serán estos pájaros, a quienes Antonio enseña a lanzar pequeños dardos envenenados con curare a los ojos de Ruperto, los que cegarán a este amigo del matrimonio, quien mira a la narradora porque la ama platónicamente. Posteriormente, abrumado por su venganza, Antonio comenzará a cegarse a sí mismo por idéntico procedimiento.

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Donde está marcada la cruz, de Eugene O'Neill, es una de las pocas piezas teatrales que he leído con la fluidez de un relato y, además, me ha interesado. Ambientada en una noche "clara y ventosa" cabe suponer que del otoño de 1890 -y no 1990 como se afirma en una clara errata[2] su protagonista es el capitán Isaías Bartlett o, por mejor decir, sus hijos.

El capitán viejo marino habla de un tesoro fabuloso que le aguarda mientras sus vástagos discuten sobre la conveniencia y la corrección de vender la casa para pagar la deuda que les agobia. Repentinamente, cuando el delirio del marino alcanza el paroxismo, su hijo -Daniel- quien se ha mostrado el más escéptico de todos- se contagia de la locura de su padre y cree que han entrado en escena los tres marineros del barco de Bartlett que -según el capitán- saben donde está la isla del tesoro. Mientras su hermana se abruma ante el delirio de Daniel, el capitán muere y su hijo le quita de la mano un papel arrugado que cree el mapa del tesoro.

 

Tres piezas originales y un clásico

Habida cuenta de la nacionalidad de sus autores, nada más lógico que la abundancia de escritores argentinos en estas páginas. Esa es la nacionalidad de Carlos Peralta, quien firma otra de las delicias aquí reunidas: Rani. Autentico ejemplo de cotidianidad horadada por la fantasía, esta propuesta refiere la historia de un hombre cuya mujer, la Rani en cuestión, se convierte periódicamente en tigre. Inofensivo, pero tigre al cabo.

La trasformación de la dama se nos cuenta mediante una crítica a los cotilleos. El primer apunte son las sospechas que despierta la elevada cuenta que paga en la carnicería el esposo de Rani. Dándose la circunstancia de que el narrador es amigo del desdichado señor, se presenta en su casa, más tarde de la hora indicada por el marido de Rani y descubre el prodigio con toda esa verosimilitud que es la principal virtud de este relato.

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Igualmente original es el asunto de Punto muerto, firmado por Barry Perowne. Su protagonista es un tal Annister, autor que ha escrito una pieza teatral sobre un crimen cuya víctima yace en una habitación sin ventanas donde la puerta no se ha abierto. Una noche que está borracho le cuenta su trama a un tipo que se encuentra en el bar donde bebe. Al abandonar el establecimiento le atropella un coche provocándole una conmoción cerebral y algunas lesiones leves. Lo peor es que al despertar en el hospital, ha olvidado la explicación a su improbable asesinato. Ante semejante panorama, se pone a buscar a su interlocutor en la borrachera. Cuando finalmente lo encuentra, éste niega que le conozca.

A los pocos días, nuestro autor lee en el periódico que se ha cometido un crimen exactamente igual al que él había imaginado y horas después de habérselo contado al compañero de aquella borrachera. Auténtica obra maestra, el relato concluye con Annister atemorizado porque se encuentra en su estudio -un cuarto cerrado y sin ventanas- y se sabe la nueva victima del asesino ya que es el único que puede delatarle. La genialidad de Perowne radica en acabar la pieza cuando Annister, de pronto, recuerda la explicación de su asesinato -la forma en que su interlocutor va a matarle-, evitando contárnosla a nosotros.

***

El Lobo, de Petronio es uno de los escasos ejemplos de fragmentos en verdad encomiables. Asistimos a un caso de licantropía contado con el acierto digno de un clásico: un hombre sale de una hostería con un viejo soldado. Aunque amanece, la luna aún brilla "como el sol a mediodía". El militar realiza unos conjuros, se convierte en lobo. Después orina alrededor de sus ropas y se transforman en piedra. La bestia se marcha aullando. Cuando el hombre que salió con el soldado de la hostería llega a su casa, le dicen que un lobo ha matado a sus ovejas.

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El busto, de Manuel Peyrou, alude a una extraña escultura que le es obsequiada, por un desconocido, al sobrino de un tal Adhemar, verdadero protagonista de la narración. Al no saber el destinatario del presente qué hacer con tan extraño objeto, Adhemar le aconseja que se lo regale a alguien. Dicho y hecho. Pero Adhemar sigue siendo presa de un enfermizo interés por la pieza, que a su vez continúa pasando de mano en mano. Tanto es la preocupación de Adhemar que incluso contrata los servicios de un investigador privado para saber de los nuevos propietarios del busto. Finalmente, la extraña escultura llega a él obsequiada por un extraño con motivo de su cumpleaños.

***

 

Más allá del La Parca

Sabido es que La verdad sobre el caso de M. Valdemar, de Poe, es que su protagonista se presta voluntariamente a ser hipnotizado en trance de muerte. Mientras comienza la putrefacción de su cuerpo, la mente de Valdemar sigue paralizada. Finalmente, el muerto de mente viva, en un momento de lucidez, ruega a sus magnetizadores que le dejen expirar.

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Donde su fuego nunca se apaga, de la inglesa May Sinclair, bien puede inscribirse en la estela del Un extraño suceso en la vida de Schalken el pintor, donde lo sobrenatural se mezcla con el amor sincero. Harriet Leigh, su protagonista, lo siente por un joven teniente de marina. El padre de ella se opone al matrimonio de los jóvenes y el militar muere en un naufragio.

Años después, ya fallecido su padre, Harriet inspira a un hombre casado, a quien acaba de rechazar cuando tenemos la primera referencia de él. No obstante, se establece entre los dos esa suerte de amistad que une a los amantes que no han podido serlo y Harriet comienza a desearlo desde que le ha dado su primera negativa. Se aman finalmente y viven una aventura en París. "Pero en la intimidad no podían soportarse". Sobreviene la ruptura y Oscar muere tres años después.

Tras su fallecimiento, ella le desea como nunca lo hizo en vida. Diecisiete años después, Harriet se entrega a distintas beaterías y siente cierta inclinación por un vicario. Ya en su lecho de muerte, confiesa haberse dejado seducir en exceso por la belleza del mundo y se le aparece el fantasma de Oscar. El espectro le anuncia que ha ocupado el lugar del teniente y de su padre en los afectos de Harriet y que su condena -puesto que ambos se encuentran en el infierno- consiste en aburrirse juntos, como en su escapada a París, hasta que ya no les queden recuerdos.

***

Un teólogo en la muerte nos habla de la condenación del susodicho en base a una de sus teorías, la de que el alma puede salvarse prescindiendo de la caridad gracias únicamente a la fe. La supuesta fantasía de esta pieza del místico sueco Manuel Swedenborg -una de las más flojas de la selección- ha de consistir en que a las pocas semanas de estar en la Eternidad, los muebles, ilusoriamente iguales a los de la casa que ocupara en la Tierra, comienzan a afantasmarse, a excepción de la silla y la mesa. De ello se sigue que el teólogo ha de enmendar su teoría. Como lo hace sin convicción, las páginas de su elogio de la caridad se borran al día siguiente de ser escritas. Finalmente, el teólogo acaba en el infierno, como un sirviente de los demonios.

***

El encuentro, cuento anónimo de la dinastía T'ang, narra la historia de dos primos que se quieren desde niños. El padre de la muchacha entrega su mano a un funcionario. Su primo abandona el país despechado y la prima va a su encuentro. Tras cinco años de felicidad, la muchacha siente nostalgia del hogar paterno y deciden regresar a él. Cuando lo hacen, el primo pide perdón a su suegro, pero resulta que la prima ha permanecido en cama e inconsciente desde que la verdadera partió en busca del primo. Una y otra se juntan y la pareja disfruta de más de cuarenta años de felicidad.

***

 

Una obra maestra y otra fallida

En el caso del difunto míster Elveshan, H. G. Wells demuestra que es uno de los más grandes escritores no ya de ciencia ficción, sino fantásticos, de todos los tiempos. Su protagonista, Eward George Eden, es un joven estudiante que es abordado en plena calle por anciano de tez amarillenta. Siendo el caso de que a Eden el viejo le resulta un perfecto desconocido, la familiaridad con que éste se dirige a él le sorprende y le incomoda. El octogenario insiste en hablar con el estudiante y finalmente le invita a almorzar.

Ya en el restaurante, el anciano asegura que es un millonario que no sabe a quien dejar su fortuna en herencia, que esta buscando a un "joven ambicioso, pobre, sano de cuerpo y alma" para el fabuloso legado y, que según las referencias que le ha dado un profesor de él, Eden es el más indicado para tamaña dicha. La única condición es que el elegido se someta a varias pruebas médicas.

Cuando todos los exámenes están pasados satisfactoriamente, el joven y el anciano vuelven a cenar juntos. Este último revela entonces su identidad a Eden. Se trata de Elveshan, un reputado filósofo que muestra al muchacho un paquetito, al que se refiere como "una partícula de su sabiduría inédita". Le invita pues a que ponga un poco de los polvos que contiene en el licor del que Eden da cuenta en la sobremesa. Elveshan también espolvorea un poco de los polvos en su copa y los dos beben tras brindar. El filósofo anuncia que tiene prisa y se marcha, no sin antes dar al estudiante unos nuevos polvos por si le duele la cabeza a la mañana siguiente.

Inmediatamente después de la ingestión de los primeros, Eden se ha sentido presa de una extraña embriaguez que, apenas se separa de Elveshan, le hace creer que está en la estación de Waterloo -a donde el filósofo ha dicho que iba a ir- en lugar de Regent Street, el camino que el estudiante esta recorriendo. No es más que inteligentísima forma, por parte del autor, de telegrafiarnos la suerte final de Eden. Mediante los polvos, Elveshan se ha apoderado del cuerpo y de la juventud del estudiante, quien al día siguiente se despierta siendo un anciano en casa del filósofo. "Naturalmente", Eden desconoce el nombre de sus sirvientes y se pierde en su propia mansión. Todo el mundo le trata como a un demente. Así las cosas, Eden, mientras se pregunta cuántas veces habrá realizado Elveshan el mismo experimento, decide probar el contenido de un frasco que ha encontrado en un cajón secreto del siniestro filósofo.

Wells nos sorprende ahora presentándonos cuanto precede como un manuscrito de Eden -la letra no parecía del filósofo- encontrado en la biblioteca de Elveshan. A este último se le ha dado por suicidado. Por último, en una nueva vuelta de tuerca, el autor nos cuenta que Eden fue efectivamente el heredero de Elveshan, aunque nunca llegó a tomar posesión del legado: veinticuatro horas antes del suicidio, Eden había perecido en un accidente de tráfico. La fatalidad hace justicia en un crimen urdido tan perfectamente como este relato, Elveshan, al nombrar su heredero a Eden, como le anuncia al principio de esta obra maestra, no hace sino asegurar que seguirá en posesión de su fortuna cuando ocupe el cuerpo del desdichado estudiante.

***

Cabe por último mencionar Los donguis, del también argentino Juan Rodolfo Wilcock. Son estos una especie de lechones transparentes capaces de digerir lo que sea. Como los gusanos viven en la oscuridad y están destinados a desplazar al hombre en su dominio de la naturaleza. Todo esto se nos cuenta mediante un diálogo mantenido entre dos huéspedes de un hotel en las montañas.

En un último capítulo, el relato, en un principio interesante, decae en el humor. El narrador asegura haberse librado de una de sus novias cuando en estaba en un parque bonaerense con ella y aparecieron unos donguis.

Resumiendo, es este un libro en verdad encomiable, que me ha llevado a una lectura exhaustiva. Si la demoré en exceso fue por mi afición a otros placeres en 2005, cuando di cuenta de estos cuentos copilados en el 77 por Borges, Bioy Casares y Ocampo. Pero no porque sus páginas sean aburridas.

 

 


[1] Ver pág 94, segundo párrafo para el resto de los libros.

[2] Última línea de la página 257.

 

Publicado el 21 de septiembre de 2012 a las 07:30.

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Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

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Romy Schneider: el triste destino de Sissi

La nínfula maldita

Jean Vigo: el Rimbaud del cine francés

El último vuelo de Lois Lane

Claudio Guerin Hill

Dennis Hopper: El alucinado del Hollywood finisecular

Jean Seberg: la difamada por el FBI

Wener Herzog y la cólera de Dios

Gordad, el gran maese de la heterodoxia cinematográfica

Frances Farmer, la esquizofrénica que halló un inquietante sosiego

El hombre al que gustaba odiar

El gran amor de John Wayne

Iván Zulueta, arrebatado por una imagen efímera

Agnès Varda, entre el feminismo y la memoria

La reina olvidada del noir de los 40

Judy Garland al final del camino de adoquines amarillos

Jonas Mekas, el catalizador del cine independiente estadounidense

El gran Edgar G. Ulmer

La última flapper; la primera it girl

El estigmatizado por Stalin

La controvertida Egeria del Führer

El gran Tod Browning

Una chica de ayer

El niño que perdió su tren eléctrico

La primera chica de Éric Rohmer

El último cadáver bonito

La exnovia de James Dean que no quiso cumplir 40 años

Don Luis Buñuel, "ateo gracias a Dios"

La estrella cuyo fulgor se extinguió en sus depresiones

El gran cara de palo

Sylvia Kristel más allá de Emmanuelle

Roscoe Arbuckle, cuando se acabaron las risas

Laura Antonelli, la reina del softcore que perdió la razón

Nicholas Ray, que nunca volvió a casa

El vuelo más bajo de la princesa Leia Organa

Eloy de la Iglesia y el cine quinqui

Entiérralo con sus botas, su cartuchera y su revólver

La chica sin suerte

Bela Lugosi y la sombría majestuosidad de Drácula

La estrella de triste suerte

La desmesura de Jacques Rivette

Françoise Dorléac

Klaus el loco

Una hippie de los 70

Jean Esustache, entre la Nouvelle Vague y el ascetismo

Nadiuska, un juguete roto

Thea von Harbou

Jesús Franco

David Cronenberg

Sharon Tate, como en un cuento de Sheridan Le Fanu

Un guionista sediento

La reina del fantaterror patrio

Dalton Trumbo y los diez de Hollywood

La primera chica que arrojó una tarta 

El desdichado Hércules contemporáneo

En la tradición familiar

El músico del realismo poético

Otro tributo a la gran Patty Shepard

Elmer Modlin y su extraña familia

Las coproducciones internacionales rodadas en España

Marilyn Monrore y su desesperado último gesto

Un amor más poderosos que la vida

El actor atrapado en sus personajes

Entre el fantasma de su madre y el final del musical

Barbet Schroeder

Amparo Muñoz

Samuel Bronston más alla de Las Rozas

Chantal Akerman

Françoise Hardy 

Un antiguo dogmático

Jane Birkin

Anna Karina, su turbulento amor y el Madison

Sandie Shaw, ya con calzado

El gran Serge Gainsbourg

Entre la niña prodigio y la mujer concienciada

La intérprete de Shakespeare que inspiró a The Rolling Stones

La maleta del capitán Wajda

Val Lewton y su dramatización de la psicología del miedo

La alimaña de Whitechapel

Cristina Galbó

La caravana Donner

Eddie Constantine

Un nuevo curso del tiempo

Rosenda Monteros

Una criatura de la noche

Una carta a Nicolás I

Edison y el 35 mm

Barbara Steele

El felón Esquieu de Floyran acaba con los templarios

Entre Lovecraft y Hitchcock

Tchang Tchong Yen recuerda a Hergé

La musa del ciberpunk

Néstor Majnó

Una leyenda del Madrid finisecular

El rey de la serie B

La primera cosmonauta soviética

Cuando la injuria sucede a la fatalidad

Bajo Ulloa y sus cuentos crueles

La cicerone de los Stones en el infierno 

Nace Toulouse-Lautrec

El París del Charlestón se rinde a Josephine Baker

Nastassja Kinski, la dulce hija del ogro

Un tributo a Sam Peckinpah

La leyenda del London Calling

Fiódor Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento

Mi alucinada favorita

El hombre de las mil caras

El 7º de Caballería pierde la gloria

Un recuerdo de Silke

El genocidio camboyano

Peter Bogdanovich

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

Un héroe de Iwo Jima 

Lupe Vélez tras el último tequila sunrise

El general Lee

Roman Polanski

Un hampón italoamericano

Jane Fonda en su juventud

Kraken en la Cuesta de Moyano

Josef von Sternberg

The Beatles en The Carvern y en el show de Ed Sullivan

Que la tierra le sea leve a Douglas Trumbull

El último superviviente del hampa de Chicago

Inma de Santis

El Álamo

Una musa insumisa

El malvado Zaroff y un elogio a las revistas pulp

Miles Davis

Un polaco y el amour fou

La Legión extranjera como género literario

Conchita Montenegro

Peter Lorre y su cara de villano

El juez de la horca

Syd Barrett

Kathleen Turner

Una caricatura de la hombría

Eric Clapton

Helga Liné

Butch Cassidy

Carlos Arévalo, un cineasta español

Nace el último bohemio

Pascual García Arano

María Perschy

El Combray de Ingmar Bergman

Carlos Castaneda

Una canción de Neil Young

Un suicida dandi

Hedy Lamarr

Philip K. Dick y sus realidades bastardas

La última mujer fatal

Andréi Tarkovski, otro maldito por la censura soviética

Nace la música de la New Age

"Wie einst" Lili Marleen

Una lectura de Byron en Villa Diodati

Un apostol de la sedición juvenil

Ava en mi ciudad

Rider Haggard

Una entrada para la "Historia universal de la infamia"

La Marguerite Duras cineasta

Gallardo y calavera

El hombre que vendió su alma a Elizabeth Taylor

El crímen de Charlotte Corday

Un elogio entusiasta de la urbe

Un ángel caído

Mary Bradbury teme por su vida

Pierre Étaix y su triste gracia

El mejor verano de los Rolling

María Rosa Salgado y su conmovedora discrección

La valentía de Ramón Acín

Sylvie Vartan

La cruz de Malta de Wim Wenders

La epifanía de Louis Daguerre

Carroll Baker

Marie Laforêt y mi amigo Eloy

Eliseo Reclus atisba su quimera

Patty Pravo

Richard Pryor contra sí mismo

Miroslava, una actriz marcada por la fatalidad

France Gall y el doble sentido

Robert Bresson y el cine puro

La gesta de Alekséi Stajánov

Nace el Rimbaud del Rock & Roll seminal

Dominique Dunne, una filmografía que se quedó en el aire

Un actor vampirizado por un personaje

Tolkien publica El Hobbit

La segunda musa de Godard

John Dos Passos entra en la eternidad

Alain Resnais, el cine de la memoria

Una musa del filme noir

El cadáver de Nancy Spungen en el Chelsea Hotel

La historia de Bobby Driscoll

Un icono del feminismo

Recordando a Tina Aumont

Colgaron a Gilles de Rais

Dario Argento

Nico en el cine

Dylan Thomas en su último trance

Brigitte Helm

Un punkie en la Disney 

Nace Billy el Niño

The Wall

Tennessee Williams

Vivien Leigh

Kazuo Sakamaki salva la vida en Pearl Harbor

El proscrito de la Escuela de Barcelona 

47 hombres de honor

Charlotte Rampling

La incomunicabilità del gran MIchelangelo Antonioni

F. Scott Fitzgerald

Un pilar del cómic estadounidense

Juliet Berto

Erik, el fantasma de la Ópera

Una comedia francesa

Un pesimista alegre

Una mirada indolente a la derrota 

Sender en Casas Viejas

Kipling en su último momento

Los hermanos Marx

Puente sobre aguas turbulentas

Anouk Aimée

Mary Shelley

Quentin Tarantino

Neal Cassady 

Natalie Wood

La heterodoxia de Ermanno Olmi

Fu-Manchú

Stefan Zweig pone fin a sus días

 

 

 

 

 

 

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