"Paisanaje" en Travelling
Archivado en: Entre la imagen y las mil palabras
Desde que reparé por primera vez en ellas, una de las cosas que más me maravillan son las ironías del destino. Asisto en los últimos meses a una de estas paradojas, en la que se confunden el final de una ilusión con la satisfacción de un deseo. He de reconocer que la suma de uno y otra es una de las pocas dichas que me depara nuestro infausto tiempo.
El lector habitual de estos apuntes ya sabe que la actual coyuntura me ha obligado a vender mi laboratorio fotográfico y mis cámaras más preciadas. Es como si la crisis se hubiera llevado mi afición a la fotografía analógica, escribía en uno de los últimos asientos de esta bitácora. Se puso así fin a una ilusión que se remontaba a 1975, cuando dio comienzo mi inquietud fotográfica y tuvieron lugar mis primeros descubrimientos de la imagen latente en el negativo y en el papel fotográfico. Asistir a ese ennegrecimiento de la sales de plata mediante la acción de revelador, el milagro de la fotografía analógica, fue una ilusión incólume durante mis treinta y seis años largos de cuarto oscuro.
Creía que con los nuevos rigores, tanta afición se había quedado en nada, como las emulsiones, los químicos y los procesos de los que me serví a lo largo de todas estas décadas presto a dejar constancia para la posteridad de mi mirada, que a la postre es lo que me lleva a hacer fotos. Pero ha sido ahora, que no he de volver a asistir al ennegrecimiento de esas sales de plata, cuando he tenido oportunidad de positivar todos mis negativos.
Al no ser más que un mero aficionado, con afán de trascendencia pero aficionado al cabo, nunca pude dedicar al laboratorio todo el tiempo que requiere. Así pues, además de hacerlo invariablemente en condiciones precarias -cuando caía la noche en el mismo cuarto donde escribo esto-, siempre revelé precipitadamente, antes del amanecer o de que me venciera el sueño.
Con tales perspectivas, raramente impresioné contactos de mis negativos. De ordinario, ampliaba los que me parecían bien a simple vista. Es ahora, cuando merced a la rapidez de un fabuloso escáner del que ya he dado noticia aquí en posts anteriores, estoy positivando la totalidad de mis clichés. Para ser exactos, ayer di por concluidos los de los fechados en los años 80. Y sigo.
Descubro en esas imágenes que pasé por alto en su momento instantáneas que justifican mi afición, que siempre consideré como algo en balde pues mis fotos no habían tenido otro destino que engrosar mis álbumes; decorar las paredes de mi casa en el mejor de los casos. Pero ese fin último de la fotografía, que no es otro que la mirada de alguien, me fue concedido en contadas ocasiones. Siempre que puedo acompaño mis textos con mis fotos, pero con anterioridad a esta bitácora pude hacerlo muchas menos veces de las que hubiera querido. Participé en algunas muestras colectivas mediados los años 80, mas fueron pocas. Desde entonces acariciaba el anhelo de volver enseñar mis fotos.
Ha sido ahora, con la inmediatez de las redes sociales y este blog, cuando finalmente he podido satisfacer ese viejo deseo. Entre mis amigos de Facebook cuenta un compañero de las ilusiones y las noches de los años 80, Paco Garrido, quien hace algunas semanas me propuso exponer algunas de mis imágenes en su local -como él lo llama-. Travelling (calle Olivar 39), el establecimiento en cuestión, es uno de los bares con más solera de Lavapiés y de Madrid entero. Desde el pasado día treinta acoge Paisanaje, mi primera exposición individual, que se prolongará hasta el próximo veinte de septiembre.
El paisaje y el paisanaje son las dos inquietudes principales en mi toma de vistas. Con la segunda como lema, a lo largo de todos estos años he ido reuniendo las imágenes en las que he pretendido mostrar a la gente en ese momento sublime del que nos habla Henry Cartier-Bresson. Hasta el momento, suman un total de cuarenta y dos instantáneas en el álbum correspondiente de Facebook. Dieciséis de ellas, fechadas entre 1983 y 2011, son las que presento en Traveling. Al volver ahora sobre ellas recuerdo aquel zoom 80-200 con el que en 1985 retraté a los mirones de la Plaza de España en la escena que muestra el cartel. Aún eran los días en que prefería los objetivos fijos a los de distancia focal variable porque aquéllos eran más luminosos. Unos y otros, al igual que las Yashica que fui vendiendo acuciado por las trampas, tan preciadas en su momento, hoy no son más que instrumentos, la fontanería de un instante detenido, se diría que robado al devenir de los días.
E igual que esa tonalidad, entre marrón y rojiza es la verdadera pátina del tiempo, que no el viraje al selenio u otros metales con los que culminé tantos de mis positivos, los ociosos de Formentera del 96, los púgiles sin suerte del Madrid de diez años antes o los oficinistas de París, de regreso a su casa en el cambio de siglo... Todos los protagonistas de mi Paisanaje, ya no son la comparsa de mis inquietudes artísticas, ahora son algo mucho más grave: el documento de un tiempo pretérito, mi pasado. Han alcanzado una dignidad muy superior, la que va de la forma al fondo.
Publicado el 4 de septiembre de 2012 a las 11:45.