Un nuevo héroe de Jacques Martin
Archivado en: Cuaderno de lecturas, Jacques Martin, Orión, "El río Estigia"
Cinematográficamente hablando, ya que es en la pantalla donde más frecuento la antigüedad clásica, por lo común, el peplum soslaya las diferencias entre Grecia y Roma. En lo que ambientación se refiere, salvo honrosas excepciones como Troya (Wolfgang Petersen, 2004) o 300 (Zack Snyder, 2006), cuya dirección artística me resulta una reproducción fidedigna de esa Hélade que podemos imaginar a través de los restos arqueológicos que han llegado a nuestros días, es frecuente que Pompeya sea igual que Atenas, los esclavos liderados por Espartaco luzcan como los argonautas de Jasón y Agamenón tenga trazas de Julio César.
Por todo esto, lo primero que aplaudo en Orión, el último personaje del gran Jacques Martin, que acabo de descubrir en estos días en una encomiable edición de NetCom2, es su sobresaliente recreación de lo que podemos imaginar debió de ser la antigua Grecia. Ha sido en las viñetas de El río Estigia, la primera aventura de Orión que he tenido oportunidad de leer -segunda de la colección- donde por primera vez he apreciado las diferencias entre un casco heleno y sus pares romanos.
"Es como Alix", me dijo el vendedor cuando compré el álbum, no sin cierto recelo pues iba buscando La tiara de Oribal que, según tengo entendido, es la obra maestra de aquélla serie. No tiene nada que ver, escribo yo ahora. Las aventuras de Alix son un viaje al imperio romano; las de Orión, a la Hélade de los mitos y las guerras entre las ciudades-estado, cuando los dioses y la magia convivían con los mortales en fabulosa armonía.
Mágica, aunque supuestamente ambientada en la Guerra del Peloponeso, es la historia que nos cuenta el gran Jacques Martin. Nada que ver con el apego a la realidad histórica de Alix y totalmente inconcebible en 1948, cuando alumbró a su primer y más célebre personaje.
Siguiendo el rastro de Hilona, Orión llega al templo de Artemisa en Eleusis. Tras rogar a la diosa por el reencuentro con su "dulce compañera", se duerme en el templo. A punto de ser asaltado por unos "malhechores", que se disponen a darle muerte para robarle, es salvado de dicha suerte por un misterioso mendigo que a la mañana siguiente le cuenta su historia.
En otro tiempo, el pordiosero fue el poderoso rey Lykos de Pilos, que tenía como mascotas a una pareja de leones domesticada. Cuando la leona muere envenenada al ingerir una comida que iba destinada a él, Lykos comprende que iba a ser víctima de un complot en el que está implicada Xouria, su hija mayor.
Tras ejecutar cruelmente a los culpables, conmovido ante la soledad del león, Lykos decide entregarle a Xouria, desnuda y atada. Nace así una especie de hombres-león que habita en las cuevas por las que el Estigia discurre hasta los infiernos. Estos hombres-león son guerreros especialmente crueles que atacan con idéntica fiereza a los atenienses y a los hoplitas espartanos, a cuantos humanos les salen al paso en definitiva.
Cuando caen sobre Orión y Lykos, éste les explica que es el abuelo de todos ellos y le llevan a las cavernas donde moran. Allí, además de Xouria, se encuentra Hilona, a quienes los hombres-bestia han sometido a sus placeres dejándola encinta. Orión llega entonces a un acuerdo con ellos. Les propone aliarse con Atenas en contra de Esparta. Nuestro nuevo héroe supone que, a cambio de su ayuda, Pericles -quien ya le hizo una perfidia en la aventura anterior- estará dispuesto a ofrecer una isla a los humanoides para que vivan allí "días felices sin miedo de nadie". Para ultimar el acuerdo, Sorg -uno de los hombres-león- y Orión, parten a Atenas.
Aunque Pericles acepta la proposición de Orión, volverá a jugarle una mala pasada. El ateniense llegara a una inteligencia con Esparta para acabar, aliado con sus enemigos, con los humanoides. Hilona corre el mismo destino. Sólo Sorg se salva de esa suerte. Dejando abandonado a Lykos, parte junto a Orión en busca de nuevas aventuras rumbo a Egipto.
Nacido en 1990, el joven ateniense fue el último héroe concebido por su autor, aunque, al parecer Jacques Martin venía dando vueltas a unas aventuras en la antigua Grecia desde mucho tiempo atrás. Casi desde el comienzo de las aventuras de Alix. Pero tanto la zoofilia que gravita en el asunto como los frecuentes desnudos o las alusiones a la homosexualidad de Sócrates hubieran hecho inconcebible esta aventura en 1948, cuando Alix nació.
Un último apunte. Leo en la revista Netcomic, el delicioso boletín de la editorial NetCom2, que el propio Martin, ya con esos problemas en la vista que le agobiaron en sus últimos días -que a todas luces resuenan en la ceguera progresiva de Lykos-, aconsejaba a sus colaboradores que adoptaran un nuevo grafismo para las últimas entregas de Alix. Comprendo así que esa diferencia entre los primeros y los últimos títulos colección -que, como ya he dado cuenta en esta bitácora, tanto me llama la atención- fue impulsada por el propio Martin. Acaso sea ese afán de continuidad de sus series -además de todas esas referencias a la sexualidad de sus viñetas- la mayor diferencia con Hergé, quien siempre se negó en redondo a la prolongación de Tintín, que registro en Martin. Puede que en este sentido, además del más prolífico del triunvirato de discípulos y colaboradores del autor de Tintín -magno trío también integrado por Edgar P. Jacobs y Bob de Moor-, Martin también fuera el de más acusada personalidad.
Publicado el 17 de julio de 2012 a las 08:30.