Conduciendo a ciegas de Ray Bradbury
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Leí Conduciendo a ciegas, una de las últimas antologías de relatos de Ray Bradbury, en septiembre de 1999. Dos años después de la edición estadounidense original. Hace unos días, con motivo de un par de artículos que he publicado tras el fallecimiento del autor, tuve oportunidad de volver sobre las notas de aquella lectura que tomé en su momento. Son las que reproduzco a continuación.
Mi teoría, después de comprobar en los relatos aquí reunidos la maestría de Bradbury, es que se impone apuntar que el autor, más allá de la ciencia ficción a la que se le adscribe, es uno de los grandes cuentistas norteamericanos. Tras la buena impresión que me dejará La hora cero, su pieza incluida en Joyas del cuento norteamericano, la lectura de este espléndido volumen, más grata que de la de Fahrenheit 451 grados, me ha confirmado que el mayor registro de Bradbury se encuentra en la narración corta.
Las reunidas en Conduciendo a ciegas, fieles a esa paradójica nostalgia de un escritor futurista como Bradbury, demuestran mucha más preocupación por el pasado que por el futuro. Así, Qué habrá sido de Sally es una de las mejores creaciones referidas al envejecimiento de una mujer a través de los ojos del hombre que la quiso en su adolescencia: el narrador. Éste, al ir a su encuentro al cabo de los años, la ve tan demacrada que prefiere no darse a conocer, aunque ella le reconoce.
La rama más alta de un árbol también alude a un encuentro entre dos personas que se conocieron en el colegio. El protagonista (Harry Hands) era el primero de la clase, si bien se nos explica que algunos de sus triunfos no eran tales. Sus compañeros le odian por ser el menor. De modo que un día deciden quitarle los pantalones y arrojárselos a un árbol. Cuando el muchacho sube a por ellos, aprovecha para orinarse encima de sus agresores.
Al cabo de los años, Harry se encuentra con uno de ellos y le descubre los urinarios de su empresa, bajo los que hay un gran árbol. Entonces le confiesa que el día de la famosa micción fue el más feliz de su vida. He creído entender que fue entonces cuando aprendió a medrar.
El robo del siglo nos propone la sustracción de las cartas de amor que una anciana recibiera en su juventud y Ta ti to teja aúna el interés por la senectud con lo que podríamos llamar la "sorpresa", otra de las constantes que he venido observar en esta selección. Se trata en suma de la experiencia de una mujer, ya senil, que vive obsesionada con que su yerno la quiere tirar al triturador de basuras. Finalmente será ella quien procure semejante destino al marido de su hija mientras al lector se queda sin saber si la obsesión era infundada o no.
A esa misma línea que hemos dado en llamar de "sorpresa", podemos adscribir Tren nocturno a Babilonia. Es la historia de un viajero que, convencido de que el crupier que dirige una partida de cartas hace trampas lo denuncia a los jugadores, quienes acabarán echando al entrometido del tren.
En Si matan a la MGM ¿quién se quedará con el león? se nos refiere, a través del enfado de un ejecutivo de la Metro al tener que cambiar de despacho, cómo el famoso estudio se hace pasar por una fábrica de aviones de cara a posibles bombardeos de los japoneses. Se evitará así que el enemigo destruya la verdadera fábrica de estos aparatos de Howard Hughes.
En Hola, tengo que irme un tipo recibe la visita de un amigo muerto, probablemente la pieza menos lograda de este espléndido tomo.
Madame et Monsieur Gancho -donde resuena Un artista del hambre de Kafka- da noticia la experiencia de un hombre empleado como gancho en la cristalera de un restaurante. Su trabajo consiste simplemente en comer con distinción. Sus problemas empezarán cuando se enamora de su compañera de mesa. Automáticamente, ésta desaparecerá y sólo la volverá a ver al cabo de un tiempo, trabajando tras el cristal de otro restaurante.
Una de las cotas más altas de la antología es Nada cambia. Su protagonista es un tipo que descubre casualmente -consultando las fotografías de las orlas de las diferentes promociones de estudiantes-, que las caras de todos ellos se repiten exactamente igual en todas las generaciones. El espejo, otra de las piezas más sobresalientes, cuenta la experiencia de dos hermanas gemelas. La que nació primero -nueve minutos-, Coral, tiraniza a la menor: Julia. Cuando ésta comienza a vestirse de diferente forma e independizarse, Coral la abandona convencida de que Julia le acabará por llamar. Muy por el contrario, al cabo de un tiempo, Julia se casa. Cuando su hermana, que la cree abocada a la soltería como ella asiste a la boda para dar crédito al anuncio del enlace, Julia no la reconoce.
Casa dividida y El final del verano pueden ser adscritos a cierto erotismo poético. El primero cuenta el descubrimiento de la sexualidad por parte de unos primos mientras se entretienen contando cuentos de desaparecidos; el segundo, la liberación sexual de una pacata maestra que, la última noche del estío, abandona en secreto su casa para ir al encuentro del hombre que le excita sexualmente y entregarse a él sin permitirle que llegue a verle la cara.
El resto de las narraciones incluidas en Conduciendo a ciegas, apenas me llamaron la atención.
Publicado el 18 de junio de 2012 a las 14:00.