Dos Tennessee Williams Menores
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Acaso sea escribir sobre cine la mayor satisfacción que me proporciona mi actividad literaria. Ahora bien, concibiendo la escritura en general como un ajuste de cuentas con la realidad, hacerlo sobre películas es otro tanto respecto a la ficción.
Mi tarea no suele ser la alabanza de la cartelera del momento. Tampoco hacerme eco de los títulos que van llegando semanalmente a ella. Lo mío es el estudio de las películas que ya han pasado la sentencia del tiempo, siempre implacable con la creación artística que no merece la posteridad. En el pasado también se realizaban cintas malas. ¡Naturalmente! Pero el devenir de los días las condenó al olvido. Sólo se recuerda lo bueno, solemos decir.
Y sin embargo, al igual que nos engañamos al repetir como un dogma de fe semejante afirmación -también guardamos memoria concisa y clara del dolor-, el tiempo no es infalible en sus sentencias. De modo que puede hablarse de películas que ocupan un lugar en la historia del cine que no merecen.
En las últimas semanas he podido dar cuenta de un par de ellas que se me han antojado dos adaptaciones menores de Tennessee Williams: Piel de serpiente (Sidney Lumet, 1960) y Propiedad condenada (Sidney Pollack, 1966). Salvo esa violencia primitiva de la sociedad estadounidense, tan común a la obra de Williams, poco más tienen que ver una y otra con las grandes adaptaciones de este dramaturgo realizadas por Elia Kazan -Un tranvía llamado Deseo (1951), Baby Doll (1956)- o Richard Brooks -La gata sobre el tejado de Zinc (1958), Dulce pájaro de juventud (1961)-.
A mi juicio, más que a una sintonía con el universo de Williams, las propuestas de Lumet y Pollack obedecen a la coyuntura, al oportunismo. En aquellos años, cruciales en la historia del siglo XX, los retratos de Williams del profundo Sur estadounidense, abúlico, corrompido y despiadado, sobre el que gravitaban sexualidades bizarras y reprimidas, proporcionaban al espectador toda esa escabrosidad de la que estaba ávido. Exactamente igual que las novelas de William Faulkner sobre esa misma tierra -la patria del Ku Klux Klan y los linchamientos- cautivaban a los lectores.
Lumet y Pollack se apuntaron al boom de Williams puesto en marcha por Kazan y Brooks como lo hubieran hecho al de Philip K. Dick si hubiesen emplazado sus tomavistas a comienzos de nuestro siglo. Eso, el buen cinéfilo, lo nota.
Así, Piel de serpiente, cincuenta y dos años después, resulta una película deslavazada. Nada que ver con el vigor narrativo de Un tranvía llamado Deseo, aunque también esté protagonizada por Marlon Brando. De hecho, seguro que quiere decir algo que lo más recordado de sus secuencias sea esa chupa que da nombre a su protagonista, apodo al que el traductor español, con mucho acierto, fue a aludir en el título frente al original: The Fugitive Kind. Particularmente me quedo con la recreación de la alucinada Carol Cutrere por parte de Joanne Woodward. Totalmente ajena a esa extraña mujer, siempre a la sombra de Paul Newman, a la que suele asociarse a esta actriz.
En cuanto a Propiedad condenada, no obstante las pasiones que subyacen en su asunto, el guión de Francis Ford Coppola y el encanto de la maravillosa Natalie Wood, es una cinta carente de nervio por completo. Sostengo desde antiguo que lo que diferencia al auténtico cineasta del director profesional de cine -más o menos bueno- es una voluntad de estilo propio. Esto, además de cierto marchamo, da un impulso a las películas que en Pollack no aparece ni por asomo. Ajeno por completo al gran Richard Brooks de Dulce pájaro de juventud, mi favorita del paquete Williams.
Habrá que recordar que con el correr de los años, Pollack sería un realizador al servicio de Robert Redford y otras estrellas. Pero nunca un cineasta del calibre de Brooks o Elia Kazan. Ya está ajustada la cuenta.
Publicado el 7 de mayo de 2012 a las 15:15.