Perorata del apestado
Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre "Perorata del apestado", de Gesualdo Bufalino.
Me consta que el amor puede llegar a ser tan miserable como cualquier otra actividad humana. Sin embargo, aunque el joven siciliano que protagoniza esta hermosa novela -con la que en la primavera del 98 descubrí a Gesualdo Bufalino- tiene todas las papeletas para alumbrar un amor tan mezquino como los que unen a las cortesanas y a sus protectores en las páginas de Balzac, su sentimiento es uno de los más elevados de los que yo he dado cuenta en mi experiencia como lector.
Ingresado en un hospital para tuberculosos (la Rocca) de la Italia del verano de 1946, el apestado -sublime forma de llamar al tísico- queda prendado de Marta, otra apestada. Estamos pues ante esa belleza enfermiza que va del ideal romántico a las góticas y las anoréxicas de nuestros días. Tan literaria siempre, acaso tuvo su máxima expresión en las bellas muertas de Edgar Allan Poe.
Aquí el siciliano comienza a sentirse atraído por su cadavérica durante una representación, organizada por el director del centro (El Gran Flaco) que tiene lugar entre los ingresados. Sus compañeros, aduciendo que la joven -a la que apodan la Petacci en alusión a la amante de Mussolini- llegó al sanatorio con la cabeza rapada, que es "una de las más podridas" y que tiene muy mala fama, intentan convencer a nuestro hombre para que la olvide.
Muy por el contrario, éste no hará más que intentar verla, saber de ella mediante procedimientos semejantes a los que utiliza el niño para saber de la niña que le gusta en el colegio. Así, uno de los momentos más logrados es aquel en que el apestado compara las radiografías de sus pulmones enfermos con las de los de Marta.
Sus compañeros, tan despreciables como suelen serlo los grupos humanos, intentan aplacar el extraño fuego del siciliano. En gran medida, la pasión del narrador emana de cuanto le confiere a la mujer la enfermedad. El joven no se cansa de exponer a todo el mundo el sentimiento que Marta le inspira. Su objetivo está claro: que dicha admiración llegue a oídos de ella.
Y así es. La interesada, ya al corriente del lugar que ocupa en el corazón del narrador, trabará amistad con él. Si bien, es cierto que, en un momento dado, Marta se jactará de haber "tenido mejores cicerones".
Aduciendo subrepticiamente a que con la dolencia que les aqueja a ambos no hay tiempo que perder, el protagonista conseguirá intimar con la mujer. El primer beso de la pareja tendrá lugar junto a las ruinas de un edificio bombardeado. Ellos lo creen deshabitado. Pero sus vecinos comienzan a jalearles apenas se empiezan a besar.
En sus paseos por la población próxima a la Rocca, Marta cuenta al apestado que fue bailarina en una ópera. Asimismo, tras un silencio que él interpreta consecuencia de la ocultación de un dato, se refiere a cómo, siendo casi una niña, su familia la dejó al cuidado de un pariente que vivía a las orillas del Po. Éste la toqueteaba cuando estaba bebido.
Realmente no llegamos a saber si es su hermosura o su desgracia lo que más atrae de Marta a nuestro hombre. De hecho, el apestado no escatima elogios a la descripción de algunos de los estragos que causa la tisis en su adorada. Aprecia en ellos una belleza impresionante.
"Finalmente fuimos a una habitación por horas", nos cuenta el narrador. Es allí donde ella le confiesa que se ha entregado a él porque "quería irme del mundo con el recuerdo de una caricia joven encima, después de tantas caricias de viejo". En el mismo escenario recordará como la separaron de su amante nazi antes de que a él se lo llevaran para fusilarlo. Volvemos pues al amor de Nevers de la protagonista de Hiroshima mon amour (1959), también rapada tras la liberación, de Maguerite Duras.
Al primer encuentro carnal le sucede la más absoluta indiferencia de Marta respecto al apestado. Esté, que ya no puede recurrir a sus antiguas artimañas para saber de su amada, comprenderá que El Flaco ha sido su amante.
Por su parte, el director del centro también está al corriente de lo que ha habido entre el joven siciliano y la bailarina. La rivalidad entre los dos hombres no tardará en surgir.
Desesperado por no poder verla, el narrador -que ya sabe próxima su curación- se presenta a Marta para proponerle la huida del sanatorio. Ella acepta. No obstante, encontrará la muerte al poco tiempo de haber abandonado la Rocca.
Posteriormente, después de fallecida Marta, refiriendo ya los últimos detalles de su historia, nuestro protagonista sostiene que el verdadero apellido de su amada era hebreo. Fue una geppo, que al parecer llamaban en Italia a los judíos que para salvar su vida colaboraron con los alemanes.
Pero aún hay más miserias. Tras el óbito de El Flaco y la llegada al hospital de un nuevo director, también sabemos que su predecesor retuvo al narrador en la Rocca cuando el apestado ya estaba curado.
Escrita con una prosa barroca y abigarrada, la traducción de estas páginas -obra de Joaquín Jordá- está a la altura de la excelencia de su redacción. No es de extrañar que, en buena medida, tanta maravilla se deba a que Bufalino concibió cada uno de los capítulos como un poema. Al menos así lo explica él mismo. Lo en las instrucciones para la lectura que, a modo de apéndice, aporta al final.
Publicado el 9 de abril de 2012 a las 21:30.