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Blog de Javier Memba

El insolidario

Cumpleaños

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Once

            Hoy cumplo cincuenta y un años y tengo que apuntar que la vida no es ni tan corta ni tan miserable como suelo afirmar cuando las cosas vienen mal dadas. Quién hubiera dicho que llegaría este día hace ahora treinta otoños, mientras soñaba morir con treinta y tres primaveras al hilo de ese cuento de la vida rápida, el cadáver bonito y todas esas tonterías. Afortunadamente nadie me escuchó semejante desatino. No consta en ningún sitio que tuve miedo a la existencia después de la juventud. Ahora todo lo comparo con el impulso que mueve a ese falso suicida adolescente, que abre la espita del gas porque la que le inspira se muestra indiferente, pero se quiere matar coincidiendo con el regreso de sus padres a casa con el tiempo justo para salvarle.

            La vida me fue dada a las cinco menos cuarto de la tarde del once de agosto de 1959 en el hospital de San José de la madrileña calle de Cartagena. Unas veces arriba y otras abajo -en honor a la verdad, casi siempre abajo-, cincuenta y un años después me sigue pareciendo maravillosa. La aventuraría por algunas cosas. Pero entregar deliberadamente el alma -por así decirlo ya que soy ateo-, por nada del mundo.

Publicado el 11 de agosto de 2010 a las 14:00.

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Protocolos de verano

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Diez     

       De ordinario los días son aburridos, plomizos y desafortunados como en noviembre y en febrero, acaso los meses más tristes del año. Lo normal es que sea invierno. El verano, más que extraordinario, es mentira. Ya ha habido oportunidad de dar cuenta en esta misma bitácora de cómo el estío es un fulgor juvenil, una celebración de los cuerpos gloriosos que se exhiben para la adoración de los demás. Ya maltrecho por la edad y los excesos, me escondo en estos días. Nunca han de volver a verme en bañador. Busco las sombras. Sombras que -vaya evocando a Luis Cernuda-, ya pesan en mi vida más que los cuerpos.

       Una vez más sin vacaciones, este de 2010 no está siendo un verano favorable. Como tampoco lo fueron el del 86 y el del 92. Sin embargo, estoy siendo muy feliz porque verifico la canícula en los protocolos estivales. Leer en la terraza, asistir a la sala de verano en la bienamada Filmoteca o simplemente poner la pantalla reflectora en el parabrisas del coche, cuando cae el sol de plano, me procuran la misma dicha que aquel viaje a Grecia en coche en el 85 o esos grandes agostos en Formentera, los que se fueron entre el 98 y el 2000. Es algo parecido a esos versos que vienen a contarnos cómo una rama puede sintetizar en sí misma la magnitud de toda la primavera. O mejor aún, ese átomo que entraña al Universo entero.

            Y así, encontrando la victoria en la derrota, como los protagonistas de las películas de John Ford, tengo el convencimiento de que, como en el 87, todo ha de enmendarse cuando llegue septiembre. Algo bueno y grande me aguarda en esos días. ¡Qué será de mí el día que deje de crecerme con la adversidad!

Publicado el 8 de agosto de 2010 a las 13:45.

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Elogio de las mujeres que florecieron antaño

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Nueve      

      Salvando las distancias, me pasa lo que a Jeff Beck. Por primera vez en mi vida, mi interés por el jazz discurre en paralelo al rock, del que siempre fui un dogmático, sectario y excluyente. Algún día contaré en esta bitácora cómo también yo fui dichoso con el Ritmo del Diablo. Que el jazz vaya templando mi pasión de otrora, demuestra que el próximo día once cumplo cincuenta y un años.

            Entre las perspectivas que me da la cumbre de mi edad -inevitablemente estoy más cerca de ir al encuentro de La Parca que del día en que vine al mundo- destaca la simpatía -"simpatía", puntualizo, que no amor ni deseo- que me inspiran las mujeres que florecieron en mis tiempos. Don Luis Buñuel, con la lucidez de su mirada, nos habla de la liberación que supuso para él, ya septuagenario, dejar de ser voluptuoso y no querer asomarse al escote de cuanta mujer le atraía.

            Afortunadamente, yo aún conservo el deseo -aunque como el amor al rock mucho más moderado-, pero vengo a hablar aquí de esas mujeres de mi quinta desde ese limbo asexuado del cineasta en su ocaso. Las veo andar por la calle Illescas todo lo arregladas que les permiten sus cuerpos -que como el mío ya empiezan a estar desvencijados- mientras van de la oficina al desayuno, enfrascadas en los asuntos del trabajo, y me inspiran cierta ternura. Comparable, ¿por qué no?, al alborozo que me procuraba el trasiego de dependientas, peluqueras y demás pibas en la media mañana del Paseo de las Delicias, cuando yo era vecino de La Arganzuela.

            "La femme qui est dans mon lit/ n'a plus vingt ans depuis longtemps", decía Moustaki en Sarah. Ya en el bar, mientras los tragos del sol y sombra me queman de nuevo las entrañas, como si quisiera adelantar ese encuentro con La Parca que va estando cada vez más cerca, vuelvo a observarlas dando cuenta de su frugal desayuno. Algunas son capaces de coger los churros con servilleta y otras delicadezas. Pero todas irradian el frescor de una limpieza que va más allá de la pulcritud de su atuendo. Tanto es así que se diría que, no obstante las miserias del trabajo y el medio siglo de vida, aún conservan su pureza.

            Calculo que todas ellas tendrán a alguien que las quiera tanto como yo a Cristina. Alguien que roncará y acaso tendrá deudas. No sé por qué -o si lo sé- me avergüenza seguir bebiendo junto a ellas. Dejo, pues, esperando a esa Camarada Seca que aguarda en el fondo de todas las botellas y concluyo que, incluso al envejecer, la vida es hermosa.

Publicado el 4 de agosto de 2010 a las 02:00.

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Un nuevo texto tintinófilo

Archivado en: Cuaderno de lecturas sobre "Tintín y Cía"

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            Al final va a ser rigurosamente cierta aquella publicidad que anunciaba los amados álbumes de Tintín en mi remota niñez como una lectura "Para jóvenes de de siete a setenta y siente años". Mi buen amigo Bertrand de Villepin -poseedor de algunas reproducciones numeradas y firmadas por Hergé de otras tantas planchas originales de El asunto Tornasol (1954)- solía recordar aquel eslogan en la lejana juventud. Todo está lejano, salvo el incesante afán por Tintín.

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Publicado el 2 de agosto de 2010 a las 03:45.

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Sobre "Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural"

Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre "Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural"

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            Acólito de Lovecraft sí, como de hecho demuestra el In Memoriam escrito por el outsider de Providence en 1936, tras la noticia del suicidio de Howard, que abre esta edición. Atento a la llamada de Cthulhu, menos. Antes que en la estela de Lovecraft, tal vez debamos considerar a Robert E. Howard en su propio universo, que no es otro que el de Conan, aunque para mí, tanto el original como sus adaptaciones a la pantalla y al tebeo, el bárbaro tiene un interés limitadísimo. Leídos, tras algunos años a la espera, Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural, esa es la primera conclusión que saco.

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Publicado el 16 de julio de 2010 a las 01:30.

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En memoria de Julia González

Archivado en: Textos rápidos para indómitos, inadaptados y demás proscritos, Julia González

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Ocho

Esta vez, con su permiso, voy a contarles algo muy personal; algo irrelevante en el devenir del mundo, mínimo comparado con los grandes acontecimientos de la época, pero que a mí me toca en lo más profundo.

El pasado quince de junio hizo veinte años, acompañé a una gran dama a la muerte. Fui a buscarla a su casa, subí a un taxi con ella baldada por el dolor y la dejé en la entrada de urgencias de la clínica Puerta de Hierro. Me constaba que, después de haber caminado juntos durante tantos años, ya nunca volvería a verla andar. Pensaba que había sido un placer recorrer el primer tramo del camino a su lado. Era mi madre, Julia González González -viuda de Memba como puntualizaba ella-. Tal día como hoy, cuando el 6 de julio de 1990 moría, yo habría de comprender que, en lo que a mí se refiere, fue muchas más cosas amén de la autora de mis días. Me aficionó a la lectura y a buscar refugio en las películas; me acostumbró a pasear por Madrid y a comer en cafeterías; me infundió el orgullo, paralelamente a la justa creencia de que todas las personas son iguales; me convirtió a su alegría y a su tristeza; me enseñó, sobre todo, cómo se pelea por la vida. A decir verdad, exceptuando sus firmes creencias religiosas -que jamás logró inculcarme-, los cimientos sobre los que se alza mi existencia, fueron levantados por ella.

            Aun siendo una mujer de otro tiempo -de cuando los padres ejercían una férrea autoridad sobre los hijos- en ella siempre tuve a mi mejor camarada, cómplice, amiga. Incluso cuando la negué como a un dios -presa yo de los absurdos afanes de la adolescencia- y blasfemé en nuestro pequeño reino sólo por molestarla, al salir a la calle, el cariño que nos profesábamos mutuamente, era la admiración de cuantos en verdad nos conocían. Todavía me parece ir a llevarle mis artículos con ilusión a la cama del hospital en que la dejaron esperando su final, porque la finada, antes de dedicarse a la enseñanza para que pudiéramos seguir viviendo, también fue periodista. Nadie recuerda ya los reportajes que escribiera en Journal des Voyages, la revista belga para la que colaborara. Eso sí, los que fueron sus alumnos, no la olvidan. Un lustro después, algunos aún me abordaban preguntándome por ella. Tampoco olvido yo su lección postrera, que me impartiera aquella triste tarde de junio del 90, cuando marchó a morirse por el pasillo de urgencias. De hecho, sus consejos siguen siendo la luz que me ilumina en las horas de desaliento. Sé que mi madre hubiese preferido que le encargara una misa, pero como sigo sin frecuentar la iglesia, va a su memoria este texto -escrito a imitación del buen español que hablaba ella-. De poder leerlo comprendería que, aunque todo sigue estando indeciso, su hijo sigue al pie del cañón, sin cejar en el combate por la vida.

 (Aparecido originalmente el quince de junio de 1995 en el diario El Mundo)

Publicado el 6 de julio de 2010 a las 18:30.

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Carole André

Archivado en: Inéditos, cine, Carole André

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            Todas son dichosas. Pero de cuantas tareas entraña la cinefilia, no hay ninguna tan grata como la de adorar a las actrices. Es un amor aún más platónico que aquellos no correspondidos, a menudo por ignorados, que tan plácido dolor causan en la adolescencia. Y lo es porque, a la postre, se trata de suspirar por una ilusión aún más excelsa que la que nos inspiraba aquella que nos hacía ruborizar al sorprendernos mirándola: la chica cuyo florecimiento a la feminidad, en el pupitre de al lado, nos interesaba mucho más que las declinaciones latinas y el no menos nefasto valor de Pi.

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Publicado el 1 de julio de 2010 a las 11:15.

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Elogio del artificio

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Siete

            Inmerso en mi monstruosidad, no sé si estimo o no el artificio. Dado mi afán de ficción, en la que todo lo es, cabría pensar que sí. Pero a veces lo he negado para denostar ciertas obras. Empiezo a comprender que lo hice por antipatía hacia sus autores. Es una necedad criticar la creación cinematográfica o literaria por artificiosa.

            Y cuando hablaba de fotos, de instantáneas puras, además de ignorar que la fotografía, desde los primeros daguerrotipos, es una de las manifestaciones artísticas más dadas a la manipulación, no había descubierto las posibilidades de famoso Photoshop.

            Todo parece indicar que sí, que me complace la artimaña. No valoro especialmente la sinceridad, el último que me hizo una faena dijo hablarme con el corazón en la mano. Aborrezco a la gente sencilla, prefiero la comida industrial a la casera y, plenamente convencido de que la ciudad es el hábitat natural del ser humano, quiero que Madrid llegue hasta El Tirol.

            Pienso en el artificio al evocar el magnetismo que han ejercido sobre mí desde siempre los maniquíes, presos en sus escaparates, esas vitrinas de ese paisaje urbano que ha sido el mío desde que abrí los ojos.

Publicado el 25 de junio de 2010 a las 21:45.

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Un apunte sobre Georges Sadoul

Archivado en: Inéditos, cine, Georges Sadoul

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                   Salvo error u omisión, Georges Sadoul ni realizó ni interpretó película alguna. Sin embargo, fue un gran cineasta. Según la definición del término que Louis Delluc diera en 1922 -y que el mismo Sadoul recordara en el prefacio a la primera edición de su celebre Diccionario de cineastas- lo es todo aquel vinculado por sus aportaciones a la industria del cine. La suya fue una labor divulgativa, comparable a la de su admirado André Bazín. Su Historia del cine mundial (1949, 1967), resultado de su dilatada actividad como crítico y estudioso, es uno de los textos fundamentales sobre el medio. Si bien la pauta de su pluma siempre estuvo marcada por su ideología comunista, su mérito para su inclusión en estas páginas consiste en haber sido maestro de escritores cinematográficos. Algunos tan alejados de la dictadura del proletariado, la redención de los pobres y la causa de los desfavorecidos como yo mismo, su más humilde discípulo.

                   Nacido en París en 1904, el joven Georges fue un ardiente surrealista entre 1924 y 1932. De ahí su amistad con Luis Buñuel, que mantendría durante toda su vida, y de ahí su evolución al marxismo junto con André Breton y Louis Aragon. A diferencia de aquél ni siquiera fue trotskista, como Aragon fue un estalinista puro y duro.

                   Firmó sus primeras críticas en Regards, corría a la sazón el año 1936. Pertenece por tanto Sadoul a la segunda generación de críticos franceses, la que nace a la zaga de los vanguardistas -Jean Epstein, Abel Gance, Louis Delluc, etcétera- Dos años después de firmar sus primeros artículos, comienza a interesarse por la historia. Mientras sigue incluyendo reseñas en publicaciones de Francia, Italia e Inglaterra, van surgiendo sus textos monográficos sobre el cine francés, el inglés o el húngaro; o sobre realizadores como Méliès, Chaplin o los hermanos Lumière. Todos ellos convergerán en su Historia, en cuyas páginas se dará cuenta tanto de las modestas realizaciones en 16 mm hasta las superproducciones en los grandes formatos. Murió en París en 1968, cuando preparaba un apéndice sobre el cine de habla española para su historia.

Publicado el 24 de junio de 2010 a las 13:15.

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Los discípulos de Lovecraft

Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre "Maestros del horrror de Arkham House" VV. AA. Edición a cargo de Peter Ruber

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Fundada en 1939 por August Derleth y Donald Wandrei para publicar The Outsider and Others[1], el primer libro de relatos de Lovecraft, Arkham House habría de hacer su catálogo original con los acólitos del maestro de Providence: Robert E. Howard, Clark Ashton Smith, Robert Bloch, Frank Belknap Long, los propios Derleth y Wandrei. En su mayoría trabaron amistad con Lovecraft cuando todos colaboraban en Weird Tales, una revista pulp que habría de convertirse en toda una referencia en la literatura sobrenatural.

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Publicado el 16 de junio de 2010 a las 15:30.

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Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

Miniatura no disponible

 

Javier Memba en 2009

 

Javier Memba en 1988

 

Javier Memba en 1987

 

1996

 

 

Javier Memba en la librería Shakespeare & Co. de París

 

 

 

 

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Enlaces

-La linterna mágica

-Unas palabras sobre Vida en sombras

-Unas palabras sobre La torre de los siete jorobados

-50 años de la Nouvelle Vague en Días de cine

-David Lynch, el onirismo de la modernidad en Radio 3

-Unas palabras sobre Casablanca en Telemadrid

-Unas palabras sobre Tintín en Cuatro TV

 

 

ALGUNOS ARTÍCULOS:

Malditos, heterodoxos y alucinados de la gran pantalla

Nuevos momentos estelares de la humanidad

Chicas yeyés

Chicas de ayer

Prólogo al nº 4 de la revista "Flamme" de la Universidad de Limoges

Destinos literarios

Sobre La naranja mecánica

Mi tributo al gran Chris Marker

El otro Borau

Bohemia del 89

Unos apuntes sobre las distopías

Elogio de Richard Matheson

En memoria de Bernadette Lafont

Homenaje al gran Jean-Pierre Melville

Los amores de Édith

Unos apuntes sobre La reina Margot

Tributo a Yasujiro Ozu con motivo del 50 aniversario de su fallecimiento

Muere Henry Miller

Unos apuntes sobre dos cintas actuales

Las legendarias chicas de los Stones

Unos apuntes sobre el "peplum"

El cine soviético del deshielo

El operador que nos devolvió el blanco y negro

Más real que Homeland

El cine de la Gran Guerra

Del porno a la pantalla comercial

Formentera cinema

Edward Hopper en estado puro

El cine de terror de los años 70

Mi tributo a Lauren Bacall

Mi tributo a Jean Renoir

Una entrevista a Lee Child

Una entrevista a William McLivanney 

Novelistas japonesas

Treinta años de Malevaje

Las grandes rediciones del cómic franco-belga

El estigma de La campana del infierno

Una reedición de Dalton Trumbo

75 años de un canto a la esperanza

Un siglo de El nacimiento de una nación

60 años de Semilla de maldad

Sobre las adaptaciones de Vicente Aranda

Regreso al futuro, treinta años después 

La otra cabeza de Murnau

Un tributo a las actrices de mi adolescencia

Cineastas españoles en Francia

El primer surrealista

La traba como materia literaria

La ilustración infantil de los años 70

Una exposición sobre la UFA

La musa de John Ford

Los icebergs de Jorge Fin

Un recorrido por los cineastas/novelistas -y viceversa-

Ettore Scola

Mi tributo a Jacques Rivette

Una película a la altura de la novela en que se basa

Mi tributo a James Cagney en el trigésimo aniversario de su fallecimiento

Recordando a Audrey Hepburn

El rey de los mamporros

Una guía clásica de la ciencia ficción

Musas de grandes canciones

Memorias de la España del tebeo

70 años de la revista Tintín

Ediciones JC regresa a sus orígenes

Seis claves para entender a Hergé

La chica del "Drácula" español

La primera princesa de la lejana galaxia

El primer Tintín coloreado

Paloma Chamorro: el fin de "La edad de oro"

Una entrevista a la fotógrafa Vanessa Winship

Una recuperación del Instituto Murnau

Heroínas de la revolución sexual

Muere George A. Romero

Un mito del cine francés

Semblanza de Basilio Martín Patino

Malevaje en la Gran Vía

Entrevista a Benjamin Black

Un circunloquio sobre la provocación

Una nueva aventura de Yeruldelgger

Una dama del crimen se despide

Recordando a Peggy Cummins

Un tributo a las yeyés francesas

La última reina del Technicolor

Recordando a John Gavin

Las referencias de La forma del agua

El Madrid de 1988

La nueva ola checa

Un apunte sobre Nelson Pereira dos Santos

Una simbiosis perfecta

Un maestro del neorrealismo tardío

El inovidable Yellowstone Kelly

Que Dios bendiga a John Ford

Muere Darío Villalba

Los recuerdos sentimentales de Enrique Herreros

Mi tributo a Harlan Ellison

La inglesa que presidió el cine español

La última rubia de Hitchcock

Unos apuntes sobre Neil Simon

Recordando Musicolandia

Una novelista italiana

Recordando a Scott Wilson

Cämilla Lackberg inaugura Getafe Negro

Una conversación entre Läckberg y Silva

El guionista de Dos hombres y un destino

Noir español y hermoso

Noir italiano

Mi tributo al gran Nicholas Roeg

De la Escuela de Barcelona al fantaterror patrio

Recordando a Rosenda Monteros

Unas palabras sobre Andrés Sorel

Farewell to Julia Adams

Corto Maltés vuelve a los quioscos

Un editor veterano

Una entrevista a Wendy Guerra

Continúa el misterio de Leonardo

Los cantos de Maldoror

Un encuentro con Clara Sánchez

Recuerdos de la Feria del Libro

Viajes a la Luna en la ficción

Los pecados de Los cinco

La última copa de Jack Kerouac

Astérix cumple 60 años

Getafe Negro 2019

Un actriz entrañable

Ochenta años de "El sueño eterno"

Sam Spade cumple 90 años

Un western en la España vaciada

Romy Schneider: el triste destino de Sissi

La nínfula maldita

Jean Vigo: el Rimbaud del cine francés

El último vuelo de Lois Lane

Claudio Guerin Hill

Dennis Hopper: El alucinado del Hollywood finisecular

Jean Seberg: la difamada por el FBI

Wener Herzog y la cólera de Dios

Gordad, el gran maese de la heterodoxia cinematográfica

Frances Farmer, la esquizofrénica que halló un inquietante sosiego

El hombre al que gustaba odiar

El gran amor de John Wayne

Iván Zulueta, arrebatado por una imagen efímera

Agnès Varda, entre el feminismo y la memoria

La reina olvidada del noir de los 40

Judy Garland al final del camino de adoquines amarillos

Jonas Mekas, el catalizador del cine independiente estadounidense

El gran Edgar G. Ulmer

La última flapper; la primera it girl

El estigmatizado por Stalin

La controvertida Egeria del Führer

El gran Tod Browning

Una chica de ayer

El niño que perdió su tren eléctrico

La primera chica de Éric Rohmer

El último cadáver bonito

La exnovia de James Dean que no quiso cumplir 40 años

Don Luis Buñuel, "ateo gracias a Dios"

La estrella cuyo fulgor se extinguió en sus depresiones

El gran cara de palo

Sylvia Kristel más allá de Emmanuelle

Roscoe Arbuckle, cuando se acabaron las risas

Laura Antonelli, la reina del softcore que perdió la razón

Nicholas Ray, que nunca volvió a casa

El vuelo más bajo de la princesa Leia Organa

Eloy de la Iglesia y el cine quinqui

Entiérralo con sus botas, su cartuchera y su revólver

La chica sin suerte

Bela Lugosi y la sombría majestuosidad de Drácula

La estrella de triste suerte

La desmesura de Jacques Rivette

Françoise Dorléac

Klaus el loco

Una hippie de los 70

Jean Esustache, entre la Nouvelle Vague y el ascetismo

Nadiuska, un juguete roto

Thea von Harbou

Jesús Franco

David Cronenberg

Sharon Tate, como en un cuento de Sheridan Le Fanu

Un guionista sediento

La reina del fantaterror patrio

Dalton Trumbo y los diez de Hollywood

La primera chica que arrojó una tarta 

El desdichado Hércules contemporáneo

En la tradición familiar

El músico del realismo poético

Otro tributo a la gran Patty Shepard

Elmer Modlin y su extraña familia

Las coproducciones internacionales rodadas en España

Marilyn Monrore y su desesperado último gesto

Un amor más poderosos que la vida

El actor atrapado en sus personajes

Entre el fantasma de su madre y el final del musical

Barbet Schroeder

Amparo Muñoz

Samuel Bronston más alla de Las Rozas

Chantal Akerman

Françoise Hardy 

Un antiguo dogmático

Jane Birkin

Anna Karina, su turbulento amor y el Madison

Sandie Shaw, ya con calzado

El gran Serge Gainsbourg

Entre la niña prodigio y la mujer concienciada

La intérprete de Shakespeare que inspiró a The Rolling Stones

La maleta del capitán Wajda

Val Lewton y su dramatización de la psicología del miedo

La alimaña de Whitechapel

Cristina Galbó

La caravana Donner

Eddie Constantine

Un nuevo curso del tiempo

Rosenda Monteros

Una criatura de la noche

Una carta a Nicolás I

Edison y el 35 mm

Barbara Steele

El felón Esquieu de Floyran acaba con los templarios

Entre Lovecraft y Hitchcock

Tchang Tchong Yen recuerda a Hergé

La musa del ciberpunk

Néstor Majnó

Una leyenda del Madrid finisecular

El rey de la serie B

La primera cosmonauta soviética

Cuando la injuria sucede a la fatalidad

Bajo Ulloa y sus cuentos crueles

La cicerone de los Stones en el infierno 

Nace Toulouse-Lautrec

El París del Charlestón se rinde a Josephine Baker

Nastassja Kinski, la dulce hija del ogro

Un tributo a Sam Peckinpah

La leyenda del London Calling

Fiódor Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento

Mi alucinada favorita

El hombre de las mil caras

El 7º de Caballería pierde la gloria

Un recuerdo de Silke

El genocidio camboyano

Peter Bogdanovich

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

Un héroe de Iwo Jima 

Lupe Vélez tras el último tequila sunrise

El general Lee

Roman Polanski

Un hampón italoamericano

Jane Fonda en su juventud

Kraken en la Cuesta de Moyano

Josef von Sternberg

The Beatles en The Carvern y en el show de Ed Sullivan

Que la tierra le sea leve a Douglas Trumbull

El último superviviente del hampa de Chicago

Inma de Santis

El Álamo

Una musa insumisa

El malvado Zaroff y un elogio a las revistas pulp

Miles Davis

Un polaco y el amour fou

La Legión extranjera como género literario

Conchita Montenegro

Peter Lorre y su cara de villano

El juez de la horca

Syd Barrett

Kathleen Turner

Una caricatura de la hombría

Eric Clapton

Helga Liné

Butch Cassidy

Carlos Arévalo, un cineasta español

Nace el último bohemio

Pascual García Arano

María Perschy

El Combray de Ingmar Bergman

Carlos Castaneda

Una canción de Neil Young

Un suicida dandi

Hedy Lamarr

Philip K. Dick y sus realidades bastardas

La última mujer fatal

Andréi Tarkovski, otro maldito por la censura soviética

Nace la música de la New Age

"Wie einst" Lili Marleen

Una lectura de Byron en Villa Diodati

Un apostol de la sedición juvenil

Ava en mi ciudad

Rider Haggard

Una entrada para la "Historia universal de la infamia"

La Marguerite Duras cineasta

Gallardo y calavera

El hombre que vendió su alma a Elizabeth Taylor

El crímen de Charlotte Corday

Un elogio entusiasta de la urbe

Un ángel caído

Mary Bradbury teme por su vida

Pierre Étaix y su triste gracia

El mejor verano de los Rolling

María Rosa Salgado y su conmovedora discrección

La valentía de Ramón Acín

Sylvie Vartan

La cruz de Malta de Wim Wenders

La epifanía de Louis Daguerre

Carroll Baker

Marie Laforêt y mi amigo Eloy

Eliseo Reclus atisba su quimera

Patty Pravo

Richard Pryor contra sí mismo

Miroslava, una actriz marcada por la fatalidad

France Gall y el doble sentido

Robert Bresson y el cine puro

La gesta de Alekséi Stajánov

Nace el Rimbaud del Rock & Roll seminal

Dominique Dunne, una filmografía que se quedó en el aire

Un actor vampirizado por un personaje

Tolkien publica El Hobbit

La segunda musa de Godard

John Dos Passos entra en la eternidad

Alain Resnais, el cine de la memoria

Una musa del filme noir

El cadáver de Nancy Spungen en el Chelsea Hotel

La historia de Bobby Driscoll

Un icono del feminismo

Recordando a Tina Aumont

Colgaron a Gilles de Rais

Dario Argento

Nico en el cine

Dylan Thomas en su último trance

Brigitte Helm

Un punkie en la Disney 

Nace Billy el Niño

The Wall

Tennessee Williams

Vivien Leigh

Kazuo Sakamaki salva la vida en Pearl Harbor

El proscrito de la Escuela de Barcelona 

47 hombres de honor

Charlotte Rampling

La incomunicabilità del gran MIchelangelo Antonioni

F. Scott Fitzgerald

Un pilar del cómic estadounidense

Juliet Berto

Erik, el fantasma de la Ópera

Una comedia francesa

Un pesimista alegre

Una mirada indolente a la derrota 

Sender en Casas Viejas

Kipling en su último momento

Los hermanos Marx

Puente sobre aguas turbulentas

Anouk Aimée

Mary Shelley

Quentin Tarantino

Neal Cassady 

Natalie Wood

La heterodoxia de Ermanno Olmi

Fu-Manchú

Stefan Zweig pone fin a sus días

 

 

 

 

 

 

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