Minority Report y otras historias
Siempre me ha llamado la atención la preponderancia de los diálogos en las narraciones de Philip K. Dick, en gran medida articuladas en torno a lo que se dicen sus personajes. Las descripciones, disertaciones, elucubraciones y demás asuntos, que componen el armazón en otros relatos, en Dick se ven reducidas a su mínima expresión. Deduzco de ello un par de cosas: el menosprecio que el mundo académico dedica a este maestro de la ciencia ficción -al esponjar el texto los diálogos parecen restarle gravedad- y el desasosiego con el que Dick escribió todas esas páginas en las que el cine ha encontrado una inagotable fuente de inspiración.
Contemplado de ordinario desde la perspectiva de la ficción científica, que no desde la contracultural, tiende así a olvidarse -a buen seguro que por la mala prensa que esas cosas tienen en nuestros días- que el escritor también fue un apóstol del otro lado de las Puertas de la Percepción y del LSD 25. Propenso al desequilibrio desde que nació, su prolongada toxicomanía acabó por horadarle el cerebro de forma irreversible. Emmanuel Carrèrre, su biógrafo, sostiene que en 1974, "tras los años de vagabundeo espantoso, el escritor tuvo una experiencia mística, y hasta el momento de su muerte se preguntó si era un profeta o el juguete de una psicosis paranoica, y si existía una diferencia entre ambos".
Publicado el 23 de marzo de 2012 a las 10:15.