Acaso obedeciendo a una tiniebla tan matemática como esa que suele atribuirse al armazón de las narraciones extraordinarias de Edgar Allan Poe, en agosto de 1998 -justo veinte años después de haber leído por primera vez en Ibiza a Howard Phillips Lovecraft, en una entrañable selección de Ediciones Acervo con pie de imprenta de 1974-, daba cuenta en Formentera de Los mitos de Cthulhu, la espléndida concelebración del universo de outsider de Providence compilada por Rafael Llopis.
En las dos décadas que separaron ambas lecturas, Lovecraft se había convertido en uno de mis favoritos. Su obra fue mi pórtico a la literatura de miedo. Volví a él con insistencia en el 86. Fue entonces cuando me compré en la Casa del Libro Los mitos de Cthulhu, que siempre he tenido por uno de los títulos más preciados de El Libro de Bolsillo, la queridísima colección de Alianza Editorial. En los meses que siguieron, di cuenta de toda la bibliografía de Lovecraft publicada en tan entrañable sello. Pero mi vida no tardó en caer en los desórdenes a los que me llevó una borrachera prolongada a lo largo de todo el año 87 -no es retórica-, quedando así imposibilitado para la lectura de Los mitos de Cthulhu.
Hallado no sólo el sosiego, también la felicidad, en el bello verano del 98 di al cabo cuenta de esta impagable selección. Y es ahora, en el nefasto estío que nos ocupa, cuando maldigo mi actual suerte con la misma insistencia que vuelvo sobre mis notas, mis fotografías y mis filmaciones de aficionado de agosto del 98, cuando recupero, como una dicha antigua, los apuntes que tomé de Los mitos de Cthulhu. Lo que sigue es, pues, lo escrito entonces sin apenas enmienda o corrección.
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Publicado el 10 de agosto de 2012 a las 17:00.