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Blog de Javier Memba

El insolidario

La gloria subrepticia de Robert Bloch

Archivado en: Inéditos cine, Robert Bloch

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            Hay guionistas cuyo nombre me magnetiza al leerlo en los créditos por primera vez. Luego siempre resulta haber algo más que ese nombre cuya simple lectura me atrae. Ése es el caso de Waldemar Young, que me llamó la atención por su similitud con el señor Valdemar de Poe. Lo descubrí en una cinta de la belleza de Garras humanas (1927), del gran Tod Browning, una joya silente que codicio desde hace veintiocho años, cuando la vi por primera vez. Andando en mi experiencia cinéfila, resultó que Waldemar Young adaptó para Erle C Kenton al Wells de La isla del doctor Moreau (1896) en La isla de las almas perdidas (1932), que aún hoy sigue siendo superior a la versión de Don Taylor del 77 y a la de John Frankenheimer de 96. Waldemar Young, en fin, fue uno de los guionistas de Tres lanceros bengalíes (Henry Hathaway, 1935), la primera película que vi, hace ahora cincuenta y dos años. Fue entonces cuando el embrujo del cine me cautivó.

            De Robert Bloch me atrajo la subrepción de su gloria. Me explico: aún siendo uno de los grandes autores de literatura fantástica del amado siglo XX, a mi entender nunca ha gozado de un reconocimiento mayoritario por parte del público lector. Bien es verdad que fue distinguido con algunos de los más prestigiosos premios del género, pero tengo la creencia de que no goza de todo el renombre que se merece, de ahí que su gloría se me antoje subrepticia.

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Publicado el 8 de enero de 2015 a las 13:45.

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Doce historias y un sueño de H. G. Wells

Archivado en: Cuaderno de lecturas, Doce historias y un sueño de H.G. Wells

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                   Cuando se habla de los textos en papel Biblia, puestos a evocar las joyas de la edición pretérita, suele pensarse en la colecciones de editorial Aguilar. Sin embargo, junto a los crisoles, crisolines y la biblioteca de Premios Nobel -los papel Biblia de Aguilar de mi tesoro- conservo con igual primor sus pares de Plaza & Janés: los Premios Pulitzer, los Goncourt y Los Clásicos del Siglo XX. En esta última colección tengo las obras completas de Rudyard Kipling, las de Thomas Mann y las de H. G. Wells. Después de haber leído en la adolescencia las grades novelas de Wells con la natural avidez -La máquina del tiempo (1895), La isla del doctor Moreau (1896), El hombre invisible (1897), La guerra de los mundos (1898)-, volví a él en octubre de 2000. Pero la obra elegida, Doce historias y un sueño (1906), no fue una lectura tan placentera como las de mis primeros años, cuando Wells -junto a mi entonces dilecto Hermann Hesse- era uno de mis favoritos. Es más, Julio Verne, al que releo con cierta regularidad desde que me hice con la edición completa de los Viajes extraordinarios en 1987, me resulta mucho más divertido. Ahí van, en cualquier caso, las notas que tomé entonces, en octubre de 2000, de mi rencuentro con uno de mis favoritos:

                   Esa ciencia ficción, cuya paternidad suele atribuirse a Wells junto con Julio Verne, no preside en modo alguno estos relatos. Sin embargo, estas páginas también son representativas de su autor. Ello se sigue al considerar la faceta idealista de Wells -sus ideas socialistas, su pertenencia a la sociedad fabiana-, de la que se desprende la ingenuidad que encierran piezas como la última, El sueño de Armageddon (pág. 696). En ella la experiencia onírica de su protagonista, compuesta por unas vividas imágenes en las que el amor por una bella se entremezcla con los manejos en el partido al que Armageddon pertenece, sirve al autor para hacer toda una apología de la honestidad en política. Ésta, al igual que tantas otras, es una historia referida por su protagonista a un interlocutor -casi siempre compañero del clásico club inglés- en los que será uno de los procedimientos narrativos más frecuentes en su autor.

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Publicado el 24 de diciembre de 2014 a las 10:00.

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Barba Azul

Archivado en: Cuaderno de lecturas, Jacques Martin, Jhen, sobre Barba Azul, de Jacques Martin y Jean Pleyers

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            Creo haber leído, en alguno de los foros de la Red en los que se debate la obra de Jacques Martin, que Barba Azul (1984) cierra un ciclo dedicado al nefasto Gilles de Rais dentro de las aventuras de Jhen, el arquitecto de catedrales con trazas de caballero andante que recorre la Europa del siglo XV deshaciendo entuertos. A fe mía que Jhen es el tercer gran personaje de Martin, tras Alix y Lefranc. De este último atesoro sus aventuras desde la edición de Grijalbo de las diez primeras en los años 80. Estos días me dispongo a releerlas.

            No acabo de entender qué ciclo es ése que cierra Barba Azul (1984) ya que Gilles de Rais, el infausto asesino de infantes que también fuera mariscal de Francia, es un personaje habitual en toda la colección: algo así como César a las aventuras de Alix. Su castillo (Tiffauges) casi puede entenderse como Moulinsart a las de Tintín. Más aún, siendo el caso de que ésta es una serie sin secundarios habituales, el monstruoso barón de Rais, aunque en algunas entregas sólo aparece por alusiones, es, tras el propio Jhen Roque, quien tiene un mayor protagonismo en la colección.

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Publicado el 14 de diciembre de 2014 a las 11:15.

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Anna Karina sigue bailando el Madison

Archivado en: Inéditos cine, Anna Karina, Godard, Nouvelle Vague

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            Parece ser que el gran Truffaut fue el responsable de que Claudine Huzé cambiase su nombre por ese de Marie Dubois con el que protagonizó para él Tirad sobre el pianista (1960). Una mujer es una mujer (1961), de Jean-Luc Godard, y Jules y Jim (1962), una nueva colaboración con Truffaut, se sucedieron en los comienzos de su filmografía. Unos años antes, aunque no figura en los créditos, la entonces incipiente actriz ya había participado en Le signe du lion (1959), el primer largometraje de Eric Rohmer. En las innumerables ocasiones que he visto y revisado estas tres películas, he llegado a la conclusión de que la de Marie fue una de las sonrisas más luminosas de la Nouvelle Vague. Hace algunas semanas, tras la noticia de su fallecimiento, tuve oportunidad de ver algunas de sus últimas fotografías y comprobé, con la misma nostalgia que verificó como se desintegra cuanto de una u otra manera constituyó mi mitología, que en el otoño de esta actriz, como en el del común de los mortales, su gracia se había eclipsado. Pero había algo más que el desmoronamiento de aquella sonrisa.

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Publicado el 5 de diciembre de 2014 a las 01:15.

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Los cuentos de Leopoldo Lugones

Archivado en: Cuaderno de lecturas

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                   Atesoro El imperio Jesuítico (1904), de Leopoldo Lugones, desde que apareció en la Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges, hace ya la friolera de veintiséis años. Aunque lo he hojeado algunas veces desde entonces, el tema -las reducciones que la Compañía de Jesús fundó en Argentina, Paraguay y Brasil- no acaba de atraparme. De modo que llegué a Lugones merced a la referencia que hace de él Horacio Quiroga en uno de los relatos del excelente De los perseguidos, de amor, de locura y de muerte. Apenas acabé tan grata lectura, me obsequiaron sus responsables los cuentos de Lugones reunidos en una selección de Ediciones Internacionales Universitarias, bajo el título del primero de ellos, La lluvia de fuego. Los leí con la natural avidez en octubre de 2000. No sin cierta sorpresa, comprobé que las analogías entre ambos autores no son tantas como imaginé. Ahora bien, no por ello dejé de maravillarme ante unas piezas -probablemente extraídas de Las fuerzas extrañas (1906) o Cuentos fatales (1926), no consta en la edición- que, a decir de la crítica, convierten a Lugones en todo un precursor del cuento latinoamericano. Siguen las notas tomadas tras su feliz lectura.

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Publicado el 27 de noviembre de 2014 a las 17:00.

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Apuntes para unas estampas madrileñas (XV)

Archivado en: Apuntes para unas estampas madrileñas

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Los curiosos de la cuesta Moyano  

          Guardo dos recuerdos muy queridos de Atocha y sus aledaños. El primero es el del scalextric, que se llamó popularmente al paso elevado que se alzó desde 1968 a 1986 en la glorieta del Emperador Carlos V; el segundo, el de aquellos lectores de los índices de los libros ofertados en los puestos y tenderetes de la cuesta Moyano. El scalextric de Atocha, junto al de Cuatro Caminos, fue una de las más destacadas manifestaciones de la modernidad de aquel Madrid que fue mi pequeño paraíso; los lectores de los índices, una escena familiar, capaz de procurarme un profundo sosiego incluso en mis días mas alborotados.

            Con el tiempo, los coches, signo externo de la prosperidad de las familias en ese Madrid que literalmente los alzaba al cielo en los pasos elevados, pasaron a ser la causa principal de los agobios del tráfico. No obstante lo cual, como seguían siendo indispensables, se convirtieron en una de esas cosas necesarias pese a que se tiendan a ocultar -algo así como la prostitución- y los scalextric se soterraron. Hasta ahí todo me encaja.

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Publicado el 25 de noviembre de 2014 a las 13:15.

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Dos cuentos macabros y otro triste de Eça de Queiroz

Archivado en: Cuaderno de lecturas

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                   De las no pocas editoriales que he visto nacer y morir en los ya muchos años que llevo atendiendo a estos asuntos, recuerdo con especial cariño a Celeste Ediciones. Especializada en esos títulos pretéritos, de fondo editorial que se les llama porque nunca deberían faltar en el mercado aunque siempre faltan, desarrolló su fugaz actividad en el cambio de siglo. Entre las distintas colecciones que sus responsables pusieron en marcha, hubo delicias como Letra Minúscula. En ella dieron a la estampa selecciones de relatos y fragmentos de obras mayores, siempre de clara vocación fantástica. El número 13 de aquella serie era El difunto y otros cuentos de viva muerte de José María Eça de Queiroz, aparecido con motivo del centenario del óbito en París (dieciséis de abril de 1900) de este maestro de la narrativa portuguesa. Siendo Eça de Queiroz, junto con Fernando Pessoa, mi favorito de las letras lusas, di  cuenta de El difunto... con avidez apenas me fue obsequiado por sus editores. Como en tantas otras ocasiones en esta bitácora, lo que sigue son las notas que tomé entonces, tras su deliciosa lectura en julio de 2000:

                   Obsesionado con una infidelidad que no lo es, merced a las maledicencias de la vieja ama de su esposa, el señor de Lara, un noble segoviano de 1470, obliga a doña Leonor, su bella mujer, a escribir una carta a don Ruy de Cárdenas convocándole para una cita galante. Percatada la gentil Leonor de que la convocatoria no es más que un ardid para dar muerte a un hombre que no merece tal destino, la dama ruega ayuda al cielo.

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Publicado el 16 de noviembre de 2014 a las 11:15.

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Un maestro del cuento fatalista

Archivado en: Cuaderno de lecturas

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                   Descubrí al uruguayo Horacio Quiroga en una edición deliciosa De los perseguidos de amor, de locura y de muerte de El Libro Aguilar, colección que siempre imaginé heredera de la Crisol de esta misma editorial. Fue en el 96 y la lectura de cuentos como La gallina degollada me dejó totalmente fascinado. En él se da noticia de la historia de a un matrimonio que sólo es capaz de engendrar hijos anormales. Cuando Berta, la madre, finalmente, da a luz una bella niña, ésta es devorada por hermanos idiotas.

                   Después llegaron piezas como El almohadón de pluma. Su protagonista es una mujer que agoniza consumida por una extraña enfermedad. El mal resulta ser un parásito gigante, alojado en su almohada, que le está chupando la sangre. El perro rabioso era un maravilloso flash-back donde se contaba la historia de un tipo mordido por un can, que le contagia la enfermedad. Encontrará la muerte a manos de los propios vecinos de su pueblo. En A la deriva -el drama de otro hombre mordido, éste por una serpiente en la jungla, que expirará en la barca con la que intenta llegar a la ciudad- ya había elevado al gran Quiroga al altar de mis cuentistas favoritos, junto Maupassant, Lovecraft y Bradbury.

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Publicado el 7 de noviembre de 2014 a las 11:30.

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Recordando al gran Truffaut

Archivado en: Inéditos cine, Truffaut, Nouvelle Vague

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            Hoy se cumplen treinta años de la prematura muerte del gran François Truffaut y a mí me viene a la cabeza lo cierto que resultó ser ese anuncio, que el maestro hizo en el 80, acerca de que se retiraría cuando se implantara el vídeo. A la postre, eso fue lo que pasó hoy hace tres décadas.

            Y ahora, que sus actores están viejos y también el video ha sido desplazado por los nuevos procedimientos. Ahora, que las películas en puridad ya no lo son -se trata de archivos que no se ruedan, sino que se graban con una cámara-, es cuando la pentalogía de Antoine Doinel -Los cuatrocientos golpes (1959), Antoine et Colette (su episodio de El amor a los 20 años fechado en 1962), Besos robados (1968) y Domicilio conyugal (1970)- me sigue pareciendo las visión más equilibrada del sentimiento amoroso, desde que nace hasta que se extingue, de toda la historia del cine. Más aún, junto con el Poema 20 de Pablo Neruda -"es tan corto el amor y es tan largo el olvido"-, el ciclo Doinel es el retrato más certero del sentimiento amoroso de toda la cultura del siglo XX.

            Ya en la gloria que su sin par filmografía le dispensó, creo que el gran Tuffaut ha quedado como un cineasta romántico. Esa modernidad, con la que la Nouvelle Vague irrumpe en la historia del cine para un marcar un antes y un después de ella, en él escasamente duró un par de cintas -Tirad sobre el pianista (1960) y Jules et Jim (1962)- que, por otro lado, también son historias de amor. Porque el maestro, incluso cuando rodaba un relato criminal -La novia vestida de negro (1968), La sirena del Mississippi (1969)-, éste llevaba implícita una historia de amor.

 

            Maestro igualmente de filmófilos -la cinefilia y el cine de autor también nacieron con la Nueva Ola francesa-, yo estimo especialmente al gran Truffaut porque su amor al cine -expreso en textos como El cine según Hitchcock (1967) o Las películas de mi vida (1975)- marcó el mío de forma indeleble. Y yo, que tengo en las películas la redención de la realidad, hoy no puedo dejar de evocar aquel primer verso de la canción que le dedicó Aute tras su fallecimiento: "Recuerdo bien aquellos cuatrocientos golpes de Truffaut".

Publicado el 21 de octubre de 2014 a las 11:30.

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"Pilón" de William Faulkner

Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre "Pilón", de William Faulkner

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            Atesoro desde hace treinta y cinco años una colección de obras escogidas, reunidas por Editorial Marín del fondo de otros sellos a comienzos de los años 60. Entre los autores españoles destacan novelistas como el inspector de policía Tomás Salvador, quien -a decir de Francisco Candel, otro de los incluidos en aquellos textos-, no fue un hombre tan del anterior régimen como cabe suponer a la vista de su empleo. Adaptado a la gran pantalla en tres ocasiones. Dos de ellas lo fue por Francisco Rovira Beleta y una con el acierto de Los atracadores (1962), todo un clásico de ese spanish noir que tanto estimo últimamente. Sí fue del anterior régimen, a todas luces, Manuel Halcón. Consejero nacional del Movimiento antes de pasar a dirigir la revista Semana durante más de veinticinco años, su actividad periodística no le impidió escribir algunas de las novelas que le llevaron a la colección de la que hablo.

            En lo que a los autores extranjeros se refiere, no hay duda de que la selección se hizo en base a un catálogo del gran editor barcelonés Luis del Caralt, quien en 1971, al dar a la estampa La ciudad y el campo -primera novela de Kerouac- también se convirtió en el primer editor español del heraldo de la generación beat. Pero no adelantemos acontecimientos. El criterio que primó en Marín -más distribuidora que editorial-, puesta a reunir a los autores extranjeros, fue la popularidad de las adaptaciones cinematográficas de las que la obra del elegido fue objeto. Así, entre los títulos seleccionados sobresalen Rebeca (1938) de la inglesa Daphne du Maurier, Sinuhé el egipcio (1945), del finés Mika Waltari, o Sublime obsesión (1929), de estadounidense Lloyd C. Douglas. Sabido es que todas ellas han sido objeto de películas sobresalientes de Alfred Hitchcock, Michael Curtiz y Douglas Sirk respectivamente.

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Publicado el 14 de octubre de 2014 a las 16:00.

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Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

Miniatura no disponible

 

Javier Memba en 2009

 

Javier Memba en 1988

 

Javier Memba en 1987

 

1996

 

 

Javier Memba en la librería Shakespeare & Co. de París

 

 

 

 

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Enlaces

-La linterna mágica

-Unas palabras sobre Vida en sombras

-Unas palabras sobre La torre de los siete jorobados

-50 años de la Nouvelle Vague en Días de cine

-David Lynch, el onirismo de la modernidad en Radio 3

-Unas palabras sobre Casablanca en Telemadrid

-Unas palabras sobre Tintín en Cuatro TV

 

 

ALGUNOS ARTÍCULOS:

Malditos, heterodoxos y alucinados de la gran pantalla

Nuevos momentos estelares de la humanidad

Chicas yeyés

Chicas de ayer

Prólogo al nº 4 de la revista "Flamme" de la Universidad de Limoges

Destinos literarios

Sobre La naranja mecánica

Mi tributo al gran Chris Marker

El otro Borau

Bohemia del 89

Unos apuntes sobre las distopías

Elogio de Richard Matheson

En memoria de Bernadette Lafont

Homenaje al gran Jean-Pierre Melville

Los amores de Édith

Unos apuntes sobre La reina Margot

Tributo a Yasujiro Ozu con motivo del 50 aniversario de su fallecimiento

Muere Henry Miller

Unos apuntes sobre dos cintas actuales

Las legendarias chicas de los Stones

Unos apuntes sobre el "peplum"

El cine soviético del deshielo

El operador que nos devolvió el blanco y negro

Más real que Homeland

El cine de la Gran Guerra

Del porno a la pantalla comercial

Formentera cinema

Edward Hopper en estado puro

El cine de terror de los años 70

Mi tributo a Lauren Bacall

Mi tributo a Jean Renoir

Una entrevista a Lee Child

Una entrevista a William McLivanney 

Novelistas japonesas

Treinta años de Malevaje

Las grandes rediciones del cómic franco-belga

El estigma de La campana del infierno

Una reedición de Dalton Trumbo

75 años de un canto a la esperanza

Un siglo de El nacimiento de una nación

60 años de Semilla de maldad

Sobre las adaptaciones de Vicente Aranda

Regreso al futuro, treinta años después 

La otra cabeza de Murnau

Un tributo a las actrices de mi adolescencia

Cineastas españoles en Francia

El primer surrealista

La traba como materia literaria

La ilustración infantil de los años 70

Una exposición sobre la UFA

La musa de John Ford

Los icebergs de Jorge Fin

Un recorrido por los cineastas/novelistas -y viceversa-

Ettore Scola

Mi tributo a Jacques Rivette

Una película a la altura de la novela en que se basa

Mi tributo a James Cagney en el trigésimo aniversario de su fallecimiento

Recordando a Audrey Hepburn

El rey de los mamporros

Una guía clásica de la ciencia ficción

Musas de grandes canciones

Memorias de la España del tebeo

70 años de la revista Tintín

Ediciones JC regresa a sus orígenes

Seis claves para entender a Hergé

La chica del "Drácula" español

La primera princesa de la lejana galaxia

El primer Tintín coloreado

Paloma Chamorro: el fin de "La edad de oro"

Una entrevista a la fotógrafa Vanessa Winship

Una recuperación del Instituto Murnau

Heroínas de la revolución sexual

Muere George A. Romero

Un mito del cine francés

Semblanza de Basilio Martín Patino

Malevaje en la Gran Vía

Entrevista a Benjamin Black

Un circunloquio sobre la provocación

Una nueva aventura de Yeruldelgger

Una dama del crimen se despide

Recordando a Peggy Cummins

Un tributo a las yeyés francesas

La última reina del Technicolor

Recordando a John Gavin

Las referencias de La forma del agua

El Madrid de 1988

La nueva ola checa

Un apunte sobre Nelson Pereira dos Santos

Una simbiosis perfecta

Un maestro del neorrealismo tardío

El inovidable Yellowstone Kelly

Que Dios bendiga a John Ford

Muere Darío Villalba

Los recuerdos sentimentales de Enrique Herreros

Mi tributo a Harlan Ellison

La inglesa que presidió el cine español

La última rubia de Hitchcock

Unos apuntes sobre Neil Simon

Recordando Musicolandia

Una novelista italiana

Recordando a Scott Wilson

Cämilla Lackberg inaugura Getafe Negro

Una conversación entre Läckberg y Silva

El guionista de Dos hombres y un destino

Noir español y hermoso

Noir italiano

Mi tributo al gran Nicholas Roeg

De la Escuela de Barcelona al fantaterror patrio

Recordando a Rosenda Monteros

Unas palabras sobre Andrés Sorel

Farewell to Julia Adams

Corto Maltés vuelve a los quioscos

Un editor veterano

Una entrevista a Wendy Guerra

Continúa el misterio de Leonardo

Los cantos de Maldoror

Un encuentro con Clara Sánchez

Recuerdos de la Feria del Libro

Viajes a la Luna en la ficción

Los pecados de Los cinco

La última copa de Jack Kerouac

Astérix cumple 60 años

Getafe Negro 2019

Un actriz entrañable

Ochenta años de "El sueño eterno"

Sam Spade cumple 90 años

Un western en la España vaciada

Romy Schneider: el triste destino de Sissi

La nínfula maldita

Jean Vigo: el Rimbaud del cine francés

El último vuelo de Lois Lane

Claudio Guerin Hill

Dennis Hopper: El alucinado del Hollywood finisecular

Jean Seberg: la difamada por el FBI

Wener Herzog y la cólera de Dios

Gordad, el gran maese de la heterodoxia cinematográfica

Frances Farmer, la esquizofrénica que halló un inquietante sosiego

El hombre al que gustaba odiar

El gran amor de John Wayne

Iván Zulueta, arrebatado por una imagen efímera

Agnès Varda, entre el feminismo y la memoria

La reina olvidada del noir de los 40

Judy Garland al final del camino de adoquines amarillos

Jonas Mekas, el catalizador del cine independiente estadounidense

El gran Edgar G. Ulmer

La última flapper; la primera it girl

El estigmatizado por Stalin

La controvertida Egeria del Führer

El gran Tod Browning

Una chica de ayer

El niño que perdió su tren eléctrico

La primera chica de Éric Rohmer

El último cadáver bonito

La exnovia de James Dean que no quiso cumplir 40 años

Don Luis Buñuel, "ateo gracias a Dios"

La estrella cuyo fulgor se extinguió en sus depresiones

El gran cara de palo

Sylvia Kristel más allá de Emmanuelle

Roscoe Arbuckle, cuando se acabaron las risas

Laura Antonelli, la reina del softcore que perdió la razón

Nicholas Ray, que nunca volvió a casa

El vuelo más bajo de la princesa Leia Organa

Eloy de la Iglesia y el cine quinqui

Entiérralo con sus botas, su cartuchera y su revólver

La chica sin suerte

Bela Lugosi y la sombría majestuosidad de Drácula

La estrella de triste suerte

La desmesura de Jacques Rivette

Françoise Dorléac

Klaus el loco

Una hippie de los 70

Jean Esustache, entre la Nouvelle Vague y el ascetismo

Nadiuska, un juguete roto

Thea von Harbou

Jesús Franco

David Cronenberg

Sharon Tate, como en un cuento de Sheridan Le Fanu

Un guionista sediento

La reina del fantaterror patrio

Dalton Trumbo y los diez de Hollywood

La primera chica que arrojó una tarta 

El desdichado Hércules contemporáneo

En la tradición familiar

El músico del realismo poético

Otro tributo a la gran Patty Shepard

Elmer Modlin y su extraña familia

Las coproducciones internacionales rodadas en España

Marilyn Monrore y su desesperado último gesto

Un amor más poderosos que la vida

El actor atrapado en sus personajes

Entre el fantasma de su madre y el final del musical

Barbet Schroeder

Amparo Muñoz

Samuel Bronston más alla de Las Rozas

Chantal Akerman

Françoise Hardy 

Un antiguo dogmático

Jane Birkin

Anna Karina, su turbulento amor y el Madison

Sandie Shaw, ya con calzado

El gran Serge Gainsbourg

Entre la niña prodigio y la mujer concienciada

La intérprete de Shakespeare que inspiró a The Rolling Stones

La maleta del capitán Wajda

Val Lewton y su dramatización de la psicología del miedo

La alimaña de Whitechapel

Cristina Galbó

La caravana Donner

Eddie Constantine

Un nuevo curso del tiempo

Rosenda Monteros

Una criatura de la noche

Una carta a Nicolás I

Edison y el 35 mm

Barbara Steele

El felón Esquieu de Floyran acaba con los templarios

Entre Lovecraft y Hitchcock

Tchang Tchong Yen recuerda a Hergé

La musa del ciberpunk

Néstor Majnó

Una leyenda del Madrid finisecular

El rey de la serie B

La primera cosmonauta soviética

Cuando la injuria sucede a la fatalidad

Bajo Ulloa y sus cuentos crueles

La cicerone de los Stones en el infierno 

Nace Toulouse-Lautrec

El París del Charlestón se rinde a Josephine Baker

Nastassja Kinski, la dulce hija del ogro

Un tributo a Sam Peckinpah

La leyenda del London Calling

Fiódor Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento

Mi alucinada favorita

El hombre de las mil caras

El 7º de Caballería pierde la gloria

Un recuerdo de Silke

El genocidio camboyano

Peter Bogdanovich

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

Un héroe de Iwo Jima 

Lupe Vélez tras el último tequila sunrise

El general Lee

Roman Polanski

Un hampón italoamericano

Jane Fonda en su juventud

Kraken en la Cuesta de Moyano

Josef von Sternberg

The Beatles en The Carvern y en el show de Ed Sullivan

Que la tierra le sea leve a Douglas Trumbull

El último superviviente del hampa de Chicago

Inma de Santis

El Álamo

Una musa insumisa

El malvado Zaroff y un elogio a las revistas pulp

Miles Davis

Un polaco y el amour fou

La Legión extranjera como género literario

Conchita Montenegro

Peter Lorre y su cara de villano

El juez de la horca

Syd Barrett

Kathleen Turner

Una caricatura de la hombría

Eric Clapton

Helga Liné

Butch Cassidy

Carlos Arévalo, un cineasta español

Nace el último bohemio

Pascual García Arano

María Perschy

El Combray de Ingmar Bergman

Carlos Castaneda

Una canción de Neil Young

Un suicida dandi

Hedy Lamarr

Philip K. Dick y sus realidades bastardas

La última mujer fatal

Andréi Tarkovski, otro maldito por la censura soviética

Nace la música de la New Age

"Wie einst" Lili Marleen

Una lectura de Byron en Villa Diodati

Un apostol de la sedición juvenil

Ava en mi ciudad

Rider Haggard

Una entrada para la "Historia universal de la infamia"

La Marguerite Duras cineasta

Gallardo y calavera

El hombre que vendió su alma a Elizabeth Taylor

El crímen de Charlotte Corday

Un elogio entusiasta de la urbe

Un ángel caído

Mary Bradbury teme por su vida

Pierre Étaix y su triste gracia

El mejor verano de los Rolling

María Rosa Salgado y su conmovedora discrección

La valentía de Ramón Acín

Sylvie Vartan

La cruz de Malta de Wim Wenders

La epifanía de Louis Daguerre

Carroll Baker

Marie Laforêt y mi amigo Eloy

Eliseo Reclus atisba su quimera

Patty Pravo

Richard Pryor contra sí mismo

Miroslava, una actriz marcada por la fatalidad

France Gall y el doble sentido

Robert Bresson y el cine puro

La gesta de Alekséi Stajánov

Nace el Rimbaud del Rock & Roll seminal

Dominique Dunne, una filmografía que se quedó en el aire

Un actor vampirizado por un personaje

Tolkien publica El Hobbit

La segunda musa de Godard

John Dos Passos entra en la eternidad

Alain Resnais, el cine de la memoria

Una musa del filme noir

El cadáver de Nancy Spungen en el Chelsea Hotel

La historia de Bobby Driscoll

Un icono del feminismo

Recordando a Tina Aumont

Colgaron a Gilles de Rais

Dario Argento

Nico en el cine

Dylan Thomas en su último trance

Brigitte Helm

Un punkie en la Disney 

Nace Billy el Niño

The Wall

Tennessee Williams

Vivien Leigh

Kazuo Sakamaki salva la vida en Pearl Harbor

El proscrito de la Escuela de Barcelona 

47 hombres de honor

Charlotte Rampling

La incomunicabilità del gran MIchelangelo Antonioni

F. Scott Fitzgerald

Un pilar del cómic estadounidense

Juliet Berto

Erik, el fantasma de la Ópera

Una comedia francesa

Un pesimista alegre

Una mirada indolente a la derrota 

Sender en Casas Viejas

Kipling en su último momento

Los hermanos Marx

Puente sobre aguas turbulentas

Anouk Aimée

Mary Shelley

Quentin Tarantino

Neal Cassady 

Natalie Wood

La heterodoxia de Ermanno Olmi

Fu-Manchú

Stefan Zweig pone fin a sus días

 

 

 

 

 

 

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