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Blog de Luisgé Martín

El infierno son los otros

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Si yo me entero de que la vecina del quinto, casada con el presidente de la comunidad, se está acostando con el vecino del tercero y flirtea con el conserje, al que convence con sus artes de seducción para que le dé material de limpieza y bombillas nuevas de la comunidad para su uso privado, me asiste el derecho de ir a hablar con el presidente y ponerle al corriente de los adulterios de su esposa, y de demostrar en una Junta de Vecinos que el consumo de lejía que tenemos es excesivo porque la mencionada adúltera sustrae garrafas enteras con la permisividad enamorada del conserje. A esa señora hay que pararle los pies como sea, porque si no cualquier día comienza a robarnos el correo y se encama con el administrador de fincas para desviar fondos vecinales a sus cuentas.

Habrá quien piense que el método de la delación es desleal y siniestro y habrá quien crea que mi visión del mundo es cándida por escandalizarme de algo tan común como que las mujeres del quinto se acuesten con los vecinos del tercero y le sisen limpiacristales y cremas enceradoras al conserje. Pero incluso ésos deberán reconocerme que algún bien puede derivarse de mi delación. Seguramente ahorraremos en intendencia y consumibles, evitaremos que los carteros comerciales, ante la desatención del conserje, nos llenen los buzones de propaganda infame, y sortearemos el riesgo de un desfalco o de una prevaricación.

Ahora bien, si al hilo de esa circunstancia yo aprovecho para explicarle al marido cornudo que su mujer va contando por ahí sus problemas de erección y pongo un aviso en el tablón de anuncios de la comunidad describiendo lo que piensa la señora de cada uno de los vecinos -el del segundo derecha es un hortera vistiendo, a la del cuarto centro le huele el aliento, al del bajo le ayudan sus padres a pagar el alquiler, la del primero parece lesbiana y el del ático se va de putas los viernes por la noche-, la cosa cambia. Me convierto en un deslenguado incontrolable y arbitrario.

Pero si, ya que he aprendido el método y tengo el hábito, aprovecho más aún para revelarles a cada uno lo que el otro piensa o cuenta de él -el del ático querría acostarse con la del primero, pero no puede porque es lesbiana; la del cuarto centro está convencida de que el del segundo derecha usa tangas; la del primero ha visto al del bajo entrando a uno de los comedores sociales; y el conserje asegura que el presidente viene más de un día apestando a alcohol-, entonces ya no hay remedio: he convertido una causa justa en un entretenimiento de verdulera. Es posible que el presidente despida al conserje, que el del bajo le descerraje la puerta a la del primero para robarle, que el hortera le meta caramelos mentolados a la del cuarto centro en el buzón con una nota sarcástica y que el del ático comience a organizar orgías ruidosas todos los fines de semana.

O sea, una gran obra.

Publicado el 12 de diciembre de 2010 a las 12:30.

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Luisgé Martín

Luisgé Martín

Un blog con olor a azufre y a carne quemada. Ciberllamas en las que arderán todos: no habrá ningún títere al que le quede la cabeza sobre los hombros. El convencimiento es claro: el infierno existe y son los otros. Basta con abrir los ojos y mirar el mundo alrededor. Hablaré de libros, de películas, de canciones y de paisajes extranjeros, pero siempre con el tridente desenvainado.

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Biografía: Madrid, 1962. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Gerencia de Empresas. Autor de los libros de relatos Los oscuros (1990) y El alma del erizo (2002), la colección de cartas Amante del sexo busca pareja morbosa (2002) y las novelas La dulce ira (1995), La muerte de Tadzio (2000), ganadora del Premio Ramón Gómez de la Serna, Los amores confiados (2005) y Las manos cortadas (2009, publicada, como la mayor parte de su obra, por Alfaguara). Ganador del Premio del Tren 2009 "Antonio Machado" de Cuento, que convoca la Fundación de los Ferrocarriles Españoles, con el cuento Los años más felices.

 

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