Archivado en: Fútbol, Atlético de Madrid, Ultras
Como siempre me ocupo de temas elitistas, carentes de interés popular, según me reprochan veladamente algunos lectores, hoy voy a hablar de fútbol, que es algo sin duda medular en la vida nacional y -me atrevería a decir- en el mundo moderno, viva uno en la latitud que viva.
El jueves pasado estuve en el estadio Vicente Calderón. Jugaban el Atlético de Madrid, equipo del que desde niño soy hincha, y el Athletic de Bilbao, equipo del que desde niño es hincha Axier, mi marido. Fuimos al estadio, por lo tanto, en busca del divorcio o, al menos, de la riña matrimonial. Nos acompañaban Pepelu y Eloy, unos amigos que estaban dispuestos a ejercer de padrinos en caso de duelo.
Hacía un año que no iba a un estadio. Me gusta el fútbol, pero sólo voy cuando me invitan, pues los precios de las entradas me parecen obscenos, perfectamente acordes con la impudicia social en la que vivimos. (Siempre me pregunto, por cierto, de dónde sacan el dinero todos esos adolescentes que van en masa). A partir de ahora posiblemente ya ni siquiera vaya cuando me inviten. A pesar de que mi equipo ganó, salí del estadio con mal cuerpo, con ganas de vomitar, de reencarnarme en vegetal o de irme, una vez más, a una isla desierta. No quiero saber en qué mundo vivimos, y acudir a un estadio de fútbol es una lección maestra de sociología.
Como el adversario era el Athletic de Bilbao, los cánticos de "Que viva España" y el ondear de banderas nacionales fueron continuos, de principio a fin. "No sois leones, sois maricones" fue otro de los lemas voceados que tuvieron mucha fortuna, casi tanta como "No son españoles, son maricones". Por supuesto, se coreó en varias ocasiones algo así como "ETA, puta ETA", y se repitió el nombre de la banda terrorista en diferente versificación.
Lo más espeluznante fue el jingle "Aitor, pardillo, devuélvenos el cuchillo". Aitor es Aitor Zabaleta, el joven hincha de la Real Sociedad (vascos también: es asociación primaria) que fue asesinado hace algunos años de un navajazo a la entrada de un partido. "Aitor, pardillo, devuélvenos el cuchillo". A quienes les oí el cántico no eran del Frente Atlético, los ultras del equipo, que estaban lejos de mi localidad: eran unos aficionados normales que estaban sentados detrás de mí. Es algo tan miserable, tan inesperadamente ruin, que me dieron ganas de levantarme y encarar a los cantantes. Por supuesto, no lo hice. Nadie lo hizo. Les rieron la gracia. Algo así es lo que dicen que ocurre en los fascismos: unos ladran y los demás, por miedo, por desdén o por conveniencia, callan. Los que ladran se van extendiendo, se apoderan de la voz, y al final, cuando se quiere reaccionar, ya es tarde.
"El domingo me van a chupar la polla los vikingos", coreaba el estadio. Los vikingos -para los profanos- son los hinchas del Real Madrid, que jugaba este domingo con el Atlético. Ha ganado el Real Madrid, de modo que serán aquellos hinchas que coreaban en el Vicente Calderón los que, en elemental justicia poética, estarán hoy chupando pollas de vikingos.
Me gusta el fútbol y lo veo con placer. Sigo la Liga, las competiciones. Me emociono y me decepciono con la selección nacional. Sé que un grado de alienación me viene bien: no voy a estar todo el día leyendo tratados de filosofía, escribiendo estas cosas sesudas que escribo en el blog y viendo cine de arte y ensayo. Pero lo que vi el jueves y veo siempre que voy a un estadio no es un grado de alienación, es la alienación absoluta. Matonismo de taberna, pensamiento subnormal, infantilismo, gregarismo atávico. Y fascismo, si mis lectores académicos de la lengua me permiten usar el término en su sentido más coloquial -que no amable-: intolerancia, agresividad violenta, mesianismo, simplismo ideológico, nacionalismo de pacotilla, xenofobia, homofobia, falta de compasión.
No me habría disgustado que mi equipo perdiera, aunque sólo fuera para disfrutar con el berrinche de esos energúmenos. Claro que en una de las gradas, lejos de mí, había un grupo de unos doscientos ultras del Athletic que hacían ondear ikurriñas y a buen seguro entonaban cancioncillas tan juiciosas y líricas como las del otro bando. En los estados está siempre lo mejor de la sociedad. Empezando por los presidentes.
Publicado el 29 de marzo de 2010 a las 11:30.