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Hace unos años pasó algo tristemente divertido. La asociación gay catalana Casal Lambda, la decana de España, montó en cólera al darse cuenta de que el Diccionario de Ideas Afines de Fernando Corripio incluía como sinónimos de ‘homosexual' algunas palabras poco edificantes: pervertido, vicioso, depravado, anormal, degenerado, corrompido y algunas otras lindezas semejantes. Reclamaron inmediatamente a la Editorial Herder y al autor que corrigieran el desaguisado eliminando todas esas acepciones (o concepciones) de la palabra. La editorial, asustada, prometió hacerlo. Buscaron al autor para contar con su aprobación, pero entonces se enteraron de que Corripio llevaba ya años muerto (o criando malvas, o dando pasto a los gusanos, que son ideas afines).
Yo usaba para mis faenas literarias el libro de Corripio desde hacía tiempo (entonces supe que desde poco antes de que él muriera o estirase la pata o hincara el pico), y nunca me habían parecido ofensivos esos sinónimos, pues daba por sentado que el trabajo del autor había sido estrictamente lexicográfico y había recogido todas las voces que se empleaban para designar socialmente a los homosexuales. La homosexualidad no era algo demasiado bien visto, y aun hoy sigue sin serlo en muchos sectores de la sociedad. Si les piden que den sinónimos de homosexual a Rouco Varela o a Aquilino Polaino (ese ilustre psiquiatra que el Partido Popular llevó al Congreso de los diputados para sentar cátedra sobre los matrimonios gays), no dirán nada muy distinto de eso: aberración, sevicia, podredumbre, desviación. Mariconería, en suma. A mi modo de ver, por lo tanto, el difunto Corripio sólo había hecho su trabajo, fuera cual fuese su propia opinión sobre la homosexualidad.
Andado el tiempo, con el avance tecnológico, dejé de usar asiduamente el diccionario de Corripio y comencé a usar el ciberdiccionario de sinónimos y antónimos que viene incorporado al Word y que cualquiera de ustedes que pertenezca al Planeta Windows tiene en su ordenador, aunque lo desconozca. Es mucho más cómodo y más rápido: sin apartar la vista de la pantalla, se teclea la palabra de la que se tienen dudas e inmediatamente aparecen todos sus sinónimos. No es un mal diccionario, sobre todo para esa brega de urgencia en la escritura. Pero lo han debido de recopilar la Señora Francis o, aún peor, la Señorita Pepis, porque ningunas de las palabras "sucias" del lenguaje aparecen. Compruébenlo ustedes, jueguen con él. ‘Mierda' no existe. ‘Puta' o ‘prostituta' o ‘furcia' o ‘ramera' no existen. No existen ‘mear', ‘fornicar', ‘cagar', ‘sodomizar', ‘idiota', ‘imbécil', ‘cabrón' o ‘pedo', y no porque ninguna de ellas tenga sinónimos en castellano. Por supuesto, ‘marica', ‘maricón', ‘sarasa' o ‘lesbiana' tampoco existen. ‘Homosexual', en cambio, sí aparece: "Persona afecta a su mismo sexo", dice el diccionario con cursilería insufrible. (Yo puedo soportar incluso con regocijo que me llamen maricón, pero si en mi pubertad llego a saber que me iban a definir como "persona afecta a su mismo sexo" habría redoblado mi interés por las mujeres). El diccionario, por lo tanto, es óptimo para escribir novelas de El Barco de Vapor o alguna secuela de High School Musical, pero para cualquier otra tarea literaria resulta limitado.
La Señorita Pepis antes de trabajar para Windows
No sé si Bill Gates está al tanto de este laminado ideológico del lenguaje que se brinda con sus programas, pero por muchas obras benéficas que haga en África poco arreglaremos si seguimos metiendo la mierda, a las putas y a los maricones debajo de la alfombra, aunque sea una alfombra de lexicografía persa. Yo, depravado o no, conservo como una joya mi Corripio. En él vienen cumplidamente ‘pene', ‘vagina', ‘culo' y ‘tetas', palabras que alguna vez, por mi morbosidad, empleo.
Publicado el 3 de enero de 2010 a las 09:45.