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Blog de Luisgé Martín

El infierno son los otros

La libertad de Internet

Archivado en: Internet, Don Delillo, Publicidad, Gran Hermano

Hace tiempo leí una novela de Don Delillo que no me gustó nada, Cosmópolis. Me habían elogiado tanto al autor estadounidense que me quedé perplejo y lo comenté con uno de los amigos que me lo había recomendado. "Te has equivocado de novela, ésa no es buena", me dijo. Después pasó el tiempo y seguí escuchando alabanzas encendidas de Delillo. La última, ayer mismo. De modo que escribí a mi amigo y le pedí que me recomendara un libro que sí fuera bueno. Me respondió esta mañana con dos títulos: Libra y Submundo. Inmediatamente entré en la web de la Casa del Libro y husmeé en la bibliografía de Delillo para ver ediciones, precios, argumentos. Tomé la decisión de comprar Libra la próxima vez que fuera a una librería y volví luego a mis asuntos.

Al cabo de una hora volví a abrir el navegador para echar una ojeada a la prensa. Abrí la página de El País y me encontré, en la portada, flamantes, dos banners publicitarios de la Casa del Libro con opciones de compra de tres libros de Don Delillo cada uno.

No estoy sorprendido, ya conocía la existencia del método, que cada vez, eso sí, se sofistica más. De lo que estoy sorprendido es de que siga habiendo tanto pazguato que piense aún que Internet es un territorio libre, puro y descontaminado desde el que se puede dejar fluir la libertad, sin intermediarios ni prescripciones, y se puede actuar en pie de igualdad democrática con el universo. Que Google ha llegado para acabar con el insufrible materialismo de General Motors, Repsol, Sony y Random House.

Una cosa es la candidez y otra muy distinta va siendo ya la ceguera necia.

 

Publicado el 4 de marzo de 2012 a las 14:30.

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Cavilaciones venecianas II: En qué mundo vivimos

Archivado en: Puente de los Suspiros, Publicidad, Mont Blanc

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El Puente de los Suspiros es uno de los lugares emblemáticos de Venecia. Incluso el turista más indolente y perezoso se acerca a mirarlo y se hace una fotografía ante él. Ahora está de obras. La fachada trasera del Palacio Ducal y la de la antigua prisión, unidas por el famoso puente en el que los condenados daban sus suspiros desolados, están cubiertas de andamios (ver Italia completamente restaurada es una tarea imposible, siempre hay que hacer planes de volver para poder contemplar las partes que estaban cubiertas en el último viaje). Como mandan los tiempos, los andamios no son ya vigas metálicas y tablones rústicos al aire, sino que están cubiertos de una gran lona que disimula esas fealdades prosaicas. El escándalo, desde mi viciado y tal vez leninista punto de vista, es que los andamios del Puente de los Suspiros estaban ocultos bajo un gran lienzo publicitario que cantaba la celestial divinidad de las plumas y bolígrafos Mont Blanc. Como una imagen vale casi tanto como mil palabras, pueden ustedes mismos observarlo en la fotografía.

Puente de los Suspiros

No tengo nada en contra de la publicidad. Incluso me gusta. La encuentro útil, me ayuda a veces a informarme, me apega a algunos life styles (sabiéndolo yo o sin saberlo, pero con mi aceptación) y me parece una disciplina profesionalmente apasionante. Pero el primero de los principios de la vida, en todos sus órdenes, debe ser la prudencia y la mesura, como decían, con razón, las abuelas. Un poquito de templanza, de dignidad, de nobleza. Tener alma fenicia está bien, pero vender a tu madre es pecado. Y poner publicidad con ese desembarazo en el Puente de los Suspiros es mucho peor que vender a algunas madres.

Venecia es una gran caja registradora (ya habrá una cavilación a ese respecto). El Tío Gilito sería feliz allí, en sus canales. Se genera dinero suficiente para restaurar el Palacio Ducal por delante y por detrás e incluso para construir otro nuevo al lado (si hubiera algún solar). ¿Qué necesidad hay, por lo tanto, de cometer esas infamias, de envolver lo inmortal con papel de regalo de tres al cuarto? No sé cuánto le habrá costado a Mont Blanc la esponsorización (que es como se llama), pero es evidente que el organismo que gestiona el patrimonio veneciano ha considerado que perder esa cantidad es un remilgo innecesario. Un escrúpulo de espíritus puros.

Ése es el mundo en el que vivimos. ¿Tiene la culpa el ejecutivo de Mont Blanc? ¿El gerente del patrimonio italiano? ¿El turista imbécil que se compra una pluma después de ver el Puente de los Suspiros? ¿El Sistema, con grandes mayúsculas? ¿La LOGSE, incluso? No lo sé. Todos y ninguno. Pero es bueno que sepamos que no siempre fue así. Y es bueno que sepamos también que muchos de los males que padecemos tienen el mismo origen que esa avaricia inacabable. La fruslería esteticista de perder unos millones para no ensuciar el Puente de los Suspiros (diseñando una lona, por ejemplo, que reproduzca los ventanales ocultos) sería, a mi juicio, que es pequeño y tambaleante, la salvación. A veces parece sólo un problema de lenguaje, pero entre la ambición y la codicia hay universos de distancia.

Curiosamente, yo llevaba en el bolsillo de la americana un bolígrafo Mont Blanc que me regalaron en mi ex empresa cuando cumplí, como trabajador leal, diez años en la plantilla. Siempre me han parecido objetos tremendamente feos, pero escriben a la perfección. Estuve a punto de arrojarlo al canal que pasa bajo el puente, suspirando, pero al final lo guardé de nuevo. Sin embargo, juré allí mismo, poniendo a Dios por testigo, que nunca más volvería a comprar un Mont Blanc. Y desde aquí les invito a ustedes a que me secunden.

Publicado el 19 de mayo de 2010 a las 11:45.

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Luisgé Martín

Luisgé Martín

Un blog con olor a azufre y a carne quemada. Ciberllamas en las que arderán todos: no habrá ningún títere al que le quede la cabeza sobre los hombros. El convencimiento es claro: el infierno existe y son los otros. Basta con abrir los ojos y mirar el mundo alrededor. Hablaré de libros, de películas, de canciones y de paisajes extranjeros, pero siempre con el tridente desenvainado.

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Biografía: Madrid, 1962. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Gerencia de Empresas. Autor de los libros de relatos Los oscuros (1990) y El alma del erizo (2002), la colección de cartas Amante del sexo busca pareja morbosa (2002) y las novelas La dulce ira (1995), La muerte de Tadzio (2000), ganadora del Premio Ramón Gómez de la Serna, Los amores confiados (2005) y Las manos cortadas (2009, publicada, como la mayor parte de su obra, por Alfaguara). Ganador del Premio del Tren 2009 "Antonio Machado" de Cuento, que convoca la Fundación de los Ferrocarriles Españoles, con el cuento Los años más felices.

 

La mujer de sombra Las manos cortadas Los amores confiadosAmante del sexo busca pareja morbosaEl alma del erizoLa muerte de TadzioLa dulce iraLos oscuros

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