Inventario de tipos urbanos abominables (II): El cooperante proselitista
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Desde hace más o menos siete años, algunas ONG se han aposentado con señorío en las calles de Madrid y han cogido por costumbre buscar adeptos al asalto. La primera que recuerdo era -si no me falla la memoria ni fantaseo- Médicos del Mundo: un grupo de muchachos, ataviados con un peto identificativo y armados con una carpeta llena de formularios, hormigueaban por la calle Preciados, frente a la puerta de la FNAC. Yo vivía por aquella época en la calle Espoz y Mina y atravesaba la calle Preciados casi todos los días. La primera vez que me pararon, escuché la perorata con interés y, a pesar de mi falta de asertividad (que me lleva a comprarme todas las camisas que me pruebo, por ejemplo), conseguí declinar la oferta de asociarme. La segunda vez que uno de los muchachos me abordó en la calle, le rehuí con una sonrisa, alegando que tenía prisa. Las siguientes veces me zafé con cierto malhumor, hasta que por fin me detuve enfadado y le aconsejé al pobre chico que hicieran como en las antiguas cuestaciones benéficas: dar una pegatina a los transeúntes que ya hubiesen escuchado la arenga para que se la pusieran en la solapa y no tuviesen que ser interceptados día tras día sin remedio.
Colaboro con Amnistía Internacional desde hace algunos años y tengo aprecio -desigual- por la labor de las ONG, a pesar de que en los últimos tiempos han florecido en exceso y de que las cuentas de muchas ellas -la caridad bien entendida empieza por uno mismo, ya se sabe- tienen aroma de cloaca. Pero no puedo soportar el proselitismo callejero. Es posible que me haya convertido en un insensible, en un despiadado, en un ser completamente inhumano. Es posible que mi acritud haya llegado a extremos intolerables, hasta el punto de censurar la misericordia o el altruismo. No descarto nada de esto, pero aun con esa reserva continúo afirmando que la figura del cooperante proselitista, que acecha en las puertas de los grandes almacenes o en las calles comerciales y que elige cuidadosamente su presa desde lejos, como si fuera un cazador entrenado, es absolutamente antipática e inconveniente. ¿Por qué no instalan mesas expositoras, con todo tipo de aparato propagandístico, y esperan a que los viandantes interesados se acerquen a recibir información? El otro día me abordaron unos muchachos de WWF, la organización conservacionista, y antes otros de ACNUR, la Agencia de la ONU, logrando, todos ellos, lo contrario de lo que buscaban: mi abominación por sus causas. Pasear en paz por Madrid se vuelve cada vez más una tarea imposible: donde no hay zanjas, hay grupos de comisionistas solidarios.
Taxonomía: Individuos de ambos sexos de edad no superior a los treinta años. Nivel sociocultural alto, comprometidos ideológicamente con el progreso. Nivel económico bajo. Aspecto desarreglado y fresco, pero bastante trendy.
Publicado el 27 de enero de 2010 a las 23:15.