Interludio manchego: El fascismo era esto
Archivado en: Cospedal, Fascismo, Novecento, José Antonio Primo de Rivera
Le tomo prestadas unas palabras a mi amigo José Andrés Torres Mora para arrancar este post: "Hoy España lleva una vida chata, desfallecida, sin entusiasmos, encerrada entre dos capas que la asfixian y comprimen. Por arriba, le han quitado toda ambición de poder y de gloria; por abajo, todo justo afán de mejoramiento para sus gentes humildes. Ambas cosas provienen de que hemos dejado de ser una fuerte unidad para convertirnos en toda clase de divisiones, con ventaja de políticos y de la farsa parlamentaria. De esos políticos que, salidos muchos de vuestras mismas gentes y de estos mismos pueblos, apenas consiguen su acta de diputados no vuelven a ellos, si no es para deslumbraros con su bienestar y riqueza, adquiridos con el esfuerzo de vuestros votos. De ese Parlamento donde no preocupa en absoluto la vida de España, sino las menudas pasioncillas, donde transcurren sesiones enteras ventilándose rencillas de partido o personas, y donde pasan inadvertidos y de cualquier forma los proyectos y planes más vitales para España".
No son palabras de Torres Mora, por supuesto, sino de José Antonio Primo de Rivera. Se las tomo prestadas porque las empleó él hace poco en un magnífico artículo para denunciar, con pruebas retóricas en la mano, las semejanzas entre el fascismo más paradigmático y el estado de opinión que estamos viviendo ahora en España. Muchos tienden a pensar, como dice Torres Mora, que al fascismo le daban cuerpo una serie de señores feos y malencarados como Donald Sutherland que iban reventando gatos con la cabeza para ejemplificar lo que había que hacer con los comunistas. Pero la realidad, que no suele estar dirigida por Bernardo Bertolucci, fue mucho más vulgar. Más mediocre, más de andar por casa. Eran señores como José Antonio, bien vestidos, de buena planta y repeinados con gomina, haciendo discursos parecidos a este de más arriba ante ciudadanos corrientes ("buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueñan").
Dolores de Cospedal es como José Antonio. Después de haber desmontado todo lo que ha podido desmontar (por la "herencia recibida", eso sí), ahora quiere desmontar el parlamento. Quiere reducir los diputados manchegos a la mitad, lo que implica reducir la representatividad a la mitad y laminar los matices. Y quiere, además, que no cobren sueldo. De ese modo podrán dedicarse a la política los que ya son ricos de familia y no necesitan buscar lentejas en ninguna parte. Y de ese modo podrán ocuparse más desnudamente de defender intereses particulares, de deshacer los espacios públicos, de privatizar todo lo que dé dinero y de disolver en aguarrás lo demás. Al fin y al cabo, lo que sostienen Dolores de Cospedal, Esperanza Aguirre, Mariano Rajoy y Angela Merkel es que los únicos que pueden salvar a los pobres son los ricos, o sea que ese es el camino correcto: los parlamentos aristocráticos.
Acabar con la política es acabar con la democracia. Con la buena o con la mala democracia. Acabar con la política es abrirle las puertas al fascismo. Sin reventar gatos con la cabeza, sin encarcelar a nadie por sus ideas (aunque todo se acaba andando), sin poner bombas. Acabar con la política es dejar que todo lo que trata de mejorarnos colectivamente se quede en suspensión de pagos.
Ayer, precisamente en Castilla-La Mancha, en Los Yébenes, un grupo de vecinos se tomó la molestia de ir al pleno para gritarle a Olvido Hormigos que era una puta y una zorra por haber grabado un vídeo privado erótico. Ojalá la sociedad civil española (y la manchega en particular) se articulara para otras cosas más provechosas: para proyectos vecinales, para el desarrollo cultural, para combatir la estafa social que vivimos o (también) para denunciar organizadamente a los políticos corruptos que hay. Pero no. La sociedad civil española, fiel a una tradición nacional milenaria, se articula para ejercicios de Inquisición y de puritanismo hipócrita. Para llamar puta a una vecina.
Es verdad que durante mucho tiempo hemos abusado de las palabras "facha" y "fascismo" para designar cualquier comportamiento salido de tono y cualquier gesto de intolerancia reaccionaria, y ese abuso les ha hecho perder valor. Ahora, sin embargo, está llegando el fascismo de verdad, el de la Historia, el de los políticos que, como José Antonio, llaman política (abominable palabra) a lo que hacen sus enemigos y salvación a lo que hacen ellos.
Publicado el 7 de septiembre de 2012 a las 18:45.