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Esta noche, en las calles de Madrid, hasta los gamberros eran simpáticos y educados (aunque seguro que alguno, macerado por el alcohol, habrá sobrepasado los límites de lo razonable). La felicidad es, como su propio nombre indica, un estado de ánimo, y en el fondo da casi ígual cómo se consiga. Hay veces que basta mirar a gente feliz para ser feliz. Hoy España es un país en estado de gracia. Por el fútbol, pero también porque nos hacía falta un respiro.
La Gran Vía estaba llena de vuvuzelas, de gente bienaventurada y de jóvenes sin camiseta, lo que, en ciertos casos, es un beneficio añadido a la Copa del Mundo. Personas o manadas, da igual. También es bueno rebuznar algunos ratos, la intensidad de la vida cansa. Dejarse arrastrar por el sinsentido, por las vísceras, por los ritmos de la tribu. Música, cuerpos medio desnudos y la idea -sin duda falsa- de que cada uno de nosotros hemos logrado algo hoy, de que estaba nuestro esfuerzo allí. Qué gran tontería. Ninguno de los que paseábamos hoy por la Gran Vía dando brincos hemos dado ningún pase de gol ni hemos hecho ninguna parada. Pero da igual. La felicidad consiste en sentirlo, no en haberlo hecho.
Mi amigo Carlos y yo con el pulpo Paul en la Gran Vía
Estos días escucharemos muchas veces decir que España ganó porque lo merecía, pero no es verdad que siempre ganen los que lo merecen. Escucharemos decir que el Fútbol, con mayúsculas, nos debía esta victoria, pero no es verdad que las deudas se paguen siempre. Alegrémonos, por lo tanto, de haberlo visto. De haber estado aquí.
El fútbol, como la literatura, la ópera, la universidad o la actividad sindical, es mucho más de lo que se disputa entre las líneas del campo. Como en los dramas de Shakespeare, todo lo humano lo conforma. Hoy ha habido dos imágenes que -soy un sentimental- me han conmovido. La primera, el recuerdo de Iniesta dedicando el gol a un compañero que murió hace un año y del que nadie nos acordábamos ya. La segunda, el beso de Iker Casillas a Sara Carbonero en directo, entre lágrimas, perdiendo la compostura justo cuando había que perderla, como sólo saben hacerlo las personas grandes. Si tanto nos quejamos continuamente de los ejemplos terribles que dan día tras día Jorge Javier Vázquez, Belén Esteban y los horteras de Gran Hermano, entre otros, deberíamos estar jubilosos de que los héroes de hoy sean muchachos como éstos. Gobernados además por un señor, Del Bosque, que sabe callar siempre que debe y que parecería, por su flema y su humildad, traído de otro planeta.
La economía y la política, aunque su nombre no lo indiquen, son también estados de ánimo, como la felicidad, y quizá durante un tiempo se enderecen las cosas gracias a este absurdo juego en el que once muchachos en pantalón corto tratan de meter una pelota en la portería de los otros once con los que compiten. Si es así, bendito fútbol. Si no, también bendito, al menos esta noche.
Publicado el 12 de julio de 2010 a las 03:30.