Archivado en: Premio Nobel, Gabriela Mistral, Herta Müller
Desde hace años soy incapaz de leer un libro detrás de otro, con orden y sistema. La avidez, la prisa, las ganas de morder todos esos volúmenes que se me van acumulando en las estanterías sin remedio, me obliga a saltar de uno a otro vertiginosamente. Ahora, por pura casualidad, sin premeditación ninguna, han coincidido en mi mesilla dos libros de mujeres a las que además se les ha otorgado el Premio Nobel de Literatura: Herta Müller, la última, y Gabriela Mistral, una de las primeras (la cuarta mujer, si no he hecho mal la cuenta). Sesenta y cinco años de diferencia, los que van de 1945 a 2009.
En noviembre estuve en Chile y compré allí un libro de Mistral que aquí Seix Barral no ha editado. Se titula Bendita mi lengua sea y es una especie de diario íntimo (así lo subtitulan) nada íntimo. Recoge lo que Gabriela Mistral fue anotando en unos cuadernitos privados a lo largo de su vida, pero en ellos se cuidaba mucho de hacer comentarios sentimentales, de desnudarse del todo. No los publicó en vida, pero da la sensación de que están escritos, desde el principio, desde mucho antes de que ella fuera una mujer célebre, con ese cuidado y ese pudor con que se escribe aquello que alguna vez puede ser publicado. Habla de las ciudades y los países por los que va pasando (fue errabunda), de las personas que conoce, de política, de literatura. Desde 1905 hasta 1956. Desde sus diecisiete años hasta su muerte.
El otro libro es La bestia del corazón, de Herta Müller, recién publicado en España por Siruela al calor de la concesión del Premio Nobel. Tenía curiosidad por leer a esta mujer de la que no había oído hablar nunca antes y cuya biografía, contada en pinceladas periodísticas, resultaba tan interesante. Elegí el libro fiándome del instinto: el título, muy hermoso, y la sinopsis de la historia que la editorial ofrece en la carátula. Es posible, por lo tanto, que me haya equivocado. A veces un amigo me recomienda que lea a un autor, compro algún libro de ese autor, lo leo con sufrimiento y, cuando le explico a mi amigo que no me ha gustado, se lleva las manos a la cabeza y me dice: "¡Pero cómo has leído ese libro, si es el peor de todos los suyos!" Tal vez La bestia del corazón sea también el peor de los libros de Herta Müller, pero yo ya no tendré fuerza para seguir probando. Me ha parecido que sus páginas estaban hechas de plomo, no de papel. Es muy poético, sí, y muy combativo. Es desolador, onírico, cruel. Pero para mi estómago el guiso resulta insípido e indigesto. No alcanza a emocionar, no encoleriza, no deslumbra. Aburre.
Todo lo contrario que Gabriel Mistral, que tiene una prosa -de poeta- que abruma. A veces es tan rotunda, tan hermosa, que es preciso releer para no perder lo dicho. Hay análisis lúcidos y grandes simplezas (como un menosprecio naif del Quijote, hecho en su juventud), pero todo respira la misma brutalidad literaria.
Tengo tendencia a pensar que cualquier tiempo pasado fue peor, y no mejor, pero la verdad es que se me escapan los criterios del tribunal de Estocolmo. Tal vez hacen las deliberaciones durante una comida, como ocurre en algunos premios, y el alcohol les va embotando hasta extraviarlos, de modo que puede ganar Herta Muller o, algún día, Stephanie Meyers. Este año se dijo que podría ganarlo, en español, Luis Goytisolo, lo que habría sido, desde mi punto de vista, otro desvarío del jurado provocado por los licorcitos de los postres. No tengo nada en contra de la literatura del Goytisolo joven, que conozco escasamente, pero es cualquier cosa menos un autor indiscutible, y para un premio como el Nobel uno espera candidaturas indiscutibles. ¿Lo era Gabriela Mistral en 1945? No lo sé, quizá no. ¿Alguien dirá dentro de medio siglo que los Premios Nobel de calidad eran los de antes, como Herta Muller en 2009? Es imposible saberlo, pero mi juicio no cambia.
La lista de los escritores que murieron sin premio es escalofriante, ya se sabe: Proust, Joyce, Kafka, Tolstoi, Brech, Nabokov, Ibsen, Scott Fitzgerald, Borges, Onetti. Y todos tenemos el convencimiento de que algunos escritores vivos -muchos escritores vivos- podrían engordar esa lista en el futuro. ¿Por qué no les dan el Premio de una vez y se dejan de experimentos?
Publicado el 24 de enero de 2010 a las 21:15.