Mourinho II: El triunfo o el amor
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Hoy estoy metafísico y, como siempre, melancólico. Me da por pensar en cosas graves y en asuntos profundos. ¿Es mejor ser admirado o ser querido? ¿Es mejor vencer o convencer? ¿El triunfo nos da siempre la felicidad o a veces nos la quita? ¿El fin justifica los medios?
El Real Madrid es uno de los clubs con más hinchada en todo el mundo, pero es también uno de los más aborrecidos. Los éxitos históricos están sin duda detrás de una y otra actitud: hay mucha gente mediocre que sólo se arrima a los ganadores para poner un poco de color en su vida y hay mucha otra gente resentida que los detesta únicamente por pura envidia. Pero el asunto es mucho más complejo y fascinante. Las razones por las que alguien puede pasar una semana deprimido por la derrota de su equipo o por la victoria de su equipo rival son profundidades del alma humana -nada excepcionales y cada vez más extendidas- que soy incapaz de descifrar. Es verdad que todos los colores las pueden poner en sus vitrinas, pero creo que los triunfadores de raza mucho más que los perdedores de siempre. Chus García Sánchez, conocido en el mundo editorial como Chus Visor, atlético de pro, asegura que los verdaderos "sufridores" no son los hinchas del Atleti, como se dice siempre, sino los del Real Madrid. Y tiene más razón que un santo. La costumbre de la derrota hace callo en el espíritu y convierte el fracaso en una forma de vida llevadera. Los hinchas del Madrid, en cambio, empiezan a echar espuma por la boca al primer revés y se descomponen cuando pierden. Después de un año sin títulos, tienen que medicarse. Y después de dos se dispara el índice de suicidios. Cuando he ido al Bernabéu he escuchado los peores insultos que un hincha puede decir a sus propios jugadores o a su entrenador. Los madridistas sí que sufren.
Un madridista lúcido -hay varios, aunque parezca mentira- decía hace poco, a propósito de Mourinho: "¡Lo que nos faltaba! Si ya nos odiaban, ahora vamos a ser el centro de la diana". Es verdad. Pero Mourinho le va al Madrid como anillo al dedo, es su digno representante. Porque además de la gente que odia al Madrid por pura envidia, hay mucha otra que lo odia por su prepotencia, por sus aires de permanente superioridad, por su fanfarronería de matasietes, por su chulería incomparable. Por su forma de devorar a sus propios hijos, hoy Pellegrini -que, no lo olvidemos, ha conseguido más puntos en Liga que ningún otro entrenador anterior del Real Madrid-, ayer Del Bosque. Por su manera de hacer un equipo a base de talonario, obscenamente. Por esa búsqueda ansiosa, desesperada, irracional del triunfo. Y a ese estilo le concuerda a la perfección Mourinho. Mou.
"Los resultados deciden quién es el mejor", ha dicho hoy en la rueda de prensa de su presentación, en la que ha estado inusualmente discreto. ¿Es verdad? ¿Los resultados deciden quién es el mejor? Ése es quizás el gran error de nuestro tiempo. Nos pasamos todo el día lamentándonos de la pérdida de valores, del descrédito del esfuerzo personal, del prestigio de la fama frívola, y luego encumbramos a un individuo que representa eso simplemente: lo que cuenta es el resultado, al precio que sea, sin matices, sin adjetivos. Secamente. Es posible que el Real Madrid de Mourinho gane la Liga, la Champions e incluso el Festival de Eurovisión, pero tiene asegurada una antipatía cada vez mayor. Entre el Madrid de Mourinho y el Barça de Guardiola, una liga -la que más importa- ya está sentenciada.
En el mundo en que vivimos, ¿no es mejor fracasar?
Publicado el 31 de mayo de 2010 a las 21:15.